Lo buscamos y nos encontramos (Alma Dupont)

Para mi sorpresa, respondió a mi beso ¿Cómo? ¿Pero qué narices..? y luego se murió. Pero de la risa. Se destornilló delante mía, él sólo. Aparté mis labios, confusa. Observé la daga, totalmente hundida en su pecho.

-Lo veis? Mis besos son irresistibles para vos…tanto que es lo único que os lleváis de mi después de apuñalarme-

No podía dar crédito a mis ojos ¡Seguía vivo! ¿Cómo era posible?

- Sacré bleu... - murmuré atónita, sin entender lo que veían mis ojos. ¿Donde estaría el truco...? ¿Cómo lo habría hecho? Agarró mi muñeca y sacó el puñal, sin dificultad, de su pecho. Ni siquiera su rostro mostró síntomas de dolor

- No deberías jugar con estas cosas, podrías hacerte daño pequeña- ¿Me estaba tomando el pelo? mi corazón comenzó a latir rápidamente - Acostumbras hacerle esto a todos los hombre que no cumplen tus caprichos?- le habría contestado de mala manera, si no fuera porque mi mente estaba sumida en el cataclismo. No. Rectifico. Le hubiese clavado otro puñal, si supiese que el ataque causaría algún efecto en él ¿La muerte? ¿Por ejemplo?

Sin darme cuenta, cogió mi muñeca ¿Ahora qué pretendía? mi garganta ahogó un grito, una pequeña raja quedó a la vista y mi sangre comenzó a emanar en pequeñas gotas. Mi respiración se aceleró, confusa. Quise gritar, del pánico. Aquel hombre era un monstruo enfermizo. Para más sorpresas, su lengua lamió mi herida. Algo que me produjo un placer extraño y doloroso, al mismo tiempo. Empecé a notarme débil. Quizás me desmayase de la impresión ¡No, eso no!
Intenté zafarme, para que parase de lamerme la muñeca. Grité pataleé, incluso le golpeé en la cara dos o tres veces.

Entre tanto ajetreo y locura, no me di cuenta, de que mi muñeca había sido liberada; hasta que noté sus manos ancladas a mi cintura.

-Tranquilizaos, no seáis tan escandalosa y dramática…- me detuve en seco, con la respiración alterada y los nervios a flor de piel. Le miré a los ojos confusa, muerta de miedo. Acarició mi mejilla y como respuesta instintiva, cerré los ojos agotada -Sentiréis algo único…y viviréis para contarlo, agradecedlo- no entendía de qué me estaba hablando. No sabía que hacer, como escapar. Me tranquilicé, como única opción. Ya no importaba que fuera rico o no. Ni quien fuese él. Todos mis esquemas se habían desmoronado.

Dejé que me apartara el cabello, temerosa de las consecuencias que podía sufrir al impedírselo. Noté su respiración, envolviéndome en una extraña calma, esperando el beso. Me odié por sentir anéelo de sus labios. ¿Cómo podía desear a semejante monstruo antinatura?

Y entonces lo noté. Noté sus colmillos, desgarrando mi piel. Me agarré a su espalda por acto reflejo. Mi corazón latía a mil por hora. Mi mandíbula apretó los dientes. Mis ojos se abrieron, enormes. Sentí como la sangre se desprendía de mi cuerpo, produciéndome una extraña sensación de placer perturbador. Dejé caer la cabeza sobre su hombro. Noté el calor de su cuerpo y el posterior enfriamiento del mío. Mi respiración se transformó en un jadeo, que agradecí emitir. De esa forma solté toda la angustia retenida. La angustia que rodeaba mi vida monotonía y absurda. Fue como si aquel momento, hubiese tenido más sentido, que toda mi existencia.

Cuando volví a recuperar la cordura, tras perderla en algún momento; volví a mi ser, notando un terrible dolor en el cuello. Llevé la mano, palpando una especie de venda sobre la herida. Mi muñeca también estaba cubierta, obstaculizando que la sangre volviese a emerger.

¿Me había desmayado? no recordaba con exactitud.

-Creo que es hora de dejarla en casa señorita…-le miré, nada más escuchar su voz triunfal, recitando aquellas palabras. Estaba contento - Charley, llévanos a la mansión de la joven-el carruaje se puso en marcha. Escuché el trote de los caballos, las ruedas chocando contra el suelo. Miré por la ventana, asegurándome de que las palabras de Leonardo eran ciertas.

- Tenéis gustos extraños. Raros caprichos, monsieur -mis ojos aún se hallaban fijos en el exterior. No era capaz de mirarle a la cara, después de lo que había hecho. Lo peor de todo; me gustó. ¿Estaba enferma? ¡Aquello era nauseabundo! ¿Qué clase de persona hace algo así? entonces la palabra vino sola a mi mente; nadie. Pero ¿Qué era Leonardo? Odiaba tener más preguntas que respuestas. Y para colmo me encontraba en una encrucijada inteligible.

Giré el rostro, escrutándole con gran descaro. Mis ojos se turbaron. Y en tono acusador, indignado y seco, dije:

- ¿Por qué no estáis muerto, Rousseau? -la lógica de mis palabras, parecían más una orden, una sentencia de muerte, en lugar de ser una pregunta incomprensible.

-No puedes matar a la muerte- ahora si que estaba despistada. Y para colmo, Leonardo cogió una de mis manos y tiró de mi con sumo cuidado, aprisionándome por la cintura. Me sentía anclada a él de nuevo. Mi respiración trotó como un caballo cuando dijo -No me temáis, no os mataré, a vos no…- a vos no... volví a repetir a mi mente. No sabía que jugábamos al juego del asesino.

Apoyé mi frente contra la suya e inhalé su aroma, absorta. Un "hombre" sin sentimientos, sin corazón, desalmado y peligroso. Mientras la gente teme no llegar puntual a una cita, perder dinero en una puja, que alguien rompa su corazón, extraviar un objeto de valor o caer enfermo; yo temía encontrarme con alguien semejante a mí, o peor. Y allí estaba... Delante de mis narices.

-Yo no tengo temores, monsieur. Ni siquiera temo ser la dama de la propia muerte -susurré, acariciando sus labios con los míos. Pasé la mano entre sus cabellos, notando el tacto en la punta de los dedos -No sois tan diferente como creéis -sentencié, ahogándome en cada palabra. ¿Estaba sonriendo a la muerte? Pero que incauta...

Me derretí, literalmente, cuando mordió mi labio inferior con suma delicadeza.

-Lo sé…vos y yo nos parecemos, por eso quiero que seáis mi dama…solo vos podéis desempeñar tal papel- ¿Ser su dama? ¿Particular? yo no le pertenecía a nadie. Que le quedara bien claro. Además, aún desconocía su identidad, si es que tenía alguna...

Observé sus labios, pasando la lengua por los míos. Por otro lado, era reconfortante saber que volvería a encontrarme con Leonardo en algún momento. Terminar lo que habíamos empezado.

Eso sí ¿Cuales serían las consecuencias? sentí que él corazón se me salía del pecho, cuando dije:

- Monsieur. No pienso aceptar ese papel, sin saber de antemano y con exactitud, que supondría tal interpretación -contesté, dándole un doble sentido a mis palabras. Como si yo fuera una actriz y él un director de teatro. Si la función estaba a punto de comenzar, yo debía conocer las consecuencias de su ejecución.

Fijó la mirada en la ventana. Me pregunté, en qué estaría pensando; mientras esperaba su respuesta. Mi sonrisa se desvaneció en el silencio. Envuelta en una terrible encrucijada, observé la herida de la muñeca cubierta y pasé mis dedos a lo largo de la tela.

-Haríais el papel de la querida del villano -Alcé la vista y escuché la voz del no muerto, hipnotizada por la profundidad de sus ojos extraños -Él acudiría a su lecho para fundirse con su cuerpo en una devastadora tormenta de fuego y lujuria, vos seréis la otra parte que complemente este juego….- Así me sentía, como la pieza de un puzzle, extremadamente complicado, sin saber resolverlo -Aunque…hay algo más…también debéis cumplir con sus excentricidades y a cambio él os complacerá en vuestros caprichos-Permanecí quieta. Mis ojos bajaron, reparando por segunda vez en la muñeca. Pequeñas manchas de tinta roja, mancillaban la blancura inmaculada -No será fácil de interpretar, será un reto para vos. Estáis dispuesta a aceptarlo? –Escudriñé su rostro, con los labios entre abiertos. Deshice el nudo de mi muñeca, dejando caer la tela y rasgué con fuerza, la parte inferior de mi valioso vestido, para coger otro pedazo. Tapé la herida, sin quitar mi vista de Leonardo. No mostré ninguna sonrisa. Tampoco enfado. Más bien, parecía la Gioconda reencarnada.

El coche se detuvo lentamente. Escuché al cochero, tranquilizar a los caballos. Yo estaba en casa. Pero no me moví.

Acerqué mi rostro, sin timidez, exhibiéndome delante de Leonardo y, en un hilo de voz, susurré con lentitud, suavemente:

- En ese caso, Monsieur, me comprometo a satisfacer tales excentricidades. A que seáis, vos mismo, mi capricho, pues ni la más dulce de las delicatessen, podría suponerme mayor satisfacción. Seré la viuda negra del mayor de los canallas, consciente de lo que supondría, para el bienestar de la humanidad. Y esperaré, noche tras noche, inquieta, en ese lecho, aguardando vuestra entrada triunfal. Y esperaré impaciente a que el primer rayo caiga sobre mí. Aunque eso suponga, sonreír a la mismísima muerte -Besé sus labios, con delicadeza, cubriendo su pecho con una de mis manos.

Quizás estaba cometiendo un error. Un problema dentro de otro problema, es un inmenso dilema. Y ambos éramos demasiado complicados.

Saboreé sus labios, dejándome invadir por esa lujuria embriagadora, hasta que Leonardo volvió a separarse de mí. Entonces dijo:

-Un anti-héroe solo espera encontrar a una viuda negra sin temor a lo oscuro…- Pues suerte, encontrar a un anti-héroe como él. Los buenos, siempre me han aburrido en grado sumo. Lloran de esquina en esquina y creen salvar al mundo de su catástrofe. Soñadores llenos de esperanza. Yo no necesitaba hipócritas en mi vida. - Creo que…es momento de despedirnos- me retiré, inclinándome hacia atrás, para salir por la pequeña portezuela - Por esta noche- añadió. Sonreí de medio lado, segura de mí misma. Cogí mis pertenencias y con sumo cuidado, abrí la puerta, dispuesta a salir.

Aquella noche, no regalaría un beso más. Hasta aquí, llegaba el extraño encuentro, que había supuesto un nuevo descubrimiento para mí. Tanteé el estado de mi tobillo. Estaba mucho mejor. Podría caminar sin problema. Al menos, hasta la puerta de la entrada.

- Entonces... -le miré sin tapujos -Buenas noches, Monsieur. Estoy segura, de que conquistaremos el mundo -sonreí, divertida, bajándome del coche y cerrando la puerta tras de mí. Siempre me gustaron las despedidas. Son tan... melodramáticas. Aunque esta, tenía un idílico sabor dulce. El sabor de la victoria. Pasé la lengua por encima de mis labios. Aún conservaban la esencia de Leonardo, ese último beso, grabado a fuego. Un agradable recuerdo, para llevarse a la cama.

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