Visita a Armand.

Toda una mañana de descanso daría paso a una valerosa actuación. Marius prometió ir al Théâtre des Vampires, enfrentarse a sus miedos y volver a ver a Armand. Sabría que al vernos nos reconocería a ambos, a Marius por ser su mentor y creador, y a mí por residir en París.

Explicación para Armand: Toda mi vida vampírica transcurre en París. Duermo durante largos años y en mi despertar descubro nuevos inquilinos en París. Santino, Armand y sus seguidores. Santino y yo mantenemos una cordial conversación en la que me da dos opciones: unirme a su secta o marcharme de París. Santino y sus fieles son más numerosos y por tanto, no tendría una gran oportunidad, pero niego aceptar una de sus condiciones. Quizás por miedo o por no inmiscuirse más decide darme una última condición: residir en París mientras no me inmiscuya en sus asuntos y sea una sombra para el mundo. Sí, acepté. No hice caso de su segunda propuesta, seguí en París y disfruté de mi inmortalidad sin inmiscuirme en los asuntos de Santino ni de sus fieles. Por lógica, Armand conoce mi presencia.

Para la ocasión elegí las mejores galas que poseía – iba a ser la primera vez que visitase el proclamado teatro. Opté por un vestido azul cobalto de media manga, completamente liso hasta llegar a los volantes de la falda. Dividí mi cabello en dos partes e hice un recogido.
Tras estar lista fui en busca de Marius. Parecía nervioso, lo comprendía, pero debía recordar las palabras que le dije la noche anterior. No debía temer el odio de Armand, debía decirle la verdad, dejar que su Amadeo volviese… pero tal vez me equivocase.

Salimos de la mansión camino al Théâtre des Vampires. Unas palabras tranquilizadoras mientras caminábamos hicieron que Marius se viese más decidido, esperanzado. Y sin casi darnos cuenta, nos hayamos frente a las puertas del teatro. Pedían invitación, ¡que les lleve el diablo! Una sola mirada hizo que se hicieran a un lado. Preguntamos por Armand, debíamos tener un permiso especial y la aceptación del mismo dueño. ¿Por qué todo era tan difícil? Ah, sí, claro, ¿cuál sería entonces el reto?, ¡mil maldiciones! No sabía qué hacer o decir, ¿deberíamos colarnos como dos ladrones corrompidos? Si era necesario, ¿por qué no?
-Mirad chérie, es muy sencillo, acompañadnos hasta Armand o indicadnos donde se encuentra.- Al decir la primera opción levanté una mano, cuando terminé la última la otra mano. Las moví impaciente, aguantando la tensión de su elección.- ¡Mon Dieu! Cada día me sorprenden más los vampiros jóvenes. ¿Es tan difícil? ¿Os lo escribo en un papel?- Miré a la muchacha, bajé las manos abatida, ¿tendríamos que colarnos como dije anteriormente?
-Si tanto deseáis verle, acompañadme.- Su mirada era fiera, mi sonrisa se dibujó en mi rostro de total triunfo.
Sabía que las intenciones de la muchacha era que Armand se ocupara de nosotros y no le fastidiáramos más. La pobrecilla no había captado nuestro potencial, aunque tampoco me importaba. Mientras nos llevase frente a Armand, todo iría bien. Nuestros pasos transcurrieron por unas escaleras que daban a la zona baja del teatro. Aún vivían bajo la superficie, en las sombras… ¿Cuándo sería el día en el que viese la luz por fin? Ahora, solo la suerte guiaba nuestros pasos…

Con cada paso que dábamos estábamos más cerca de Armand. La pequeña vampira nos había indicado hacia dónde debíamos ir a partir de ese punto. Armand sabía que estábamos allí. Me llegaba a reconocer, pero a Marius no le recordaba, parecía un sinuoso sendero hacia lo más profundo de su corazón. Marius estaba tranquilo, decidido, pero podía notar cierta tensión en su persona. Y era lógico. Iba a ver a su preciado querubín, al Amadeo que Santino le robó una vez hacia ya demasiado tiempo.

Su despacho estaba frente nosotros. Solo una puerta nos separaba. Como habíamos hablado Marius y yo por el camino, él se quedaría esperando, primero tendría que conversar un poco con Armand, prepararle para el mazazo emocional que le abordaría minutos después. Y así transcurrió. Llamé a la puerta. Entré. La puerta se quedó entre abierta. Y allí estaba Armand. Con su pelo castaño cobrizo y espeso, con unos grandes ojos de color pardo. Parecía un muchacho de unos 17 años, pero ahí teníamos a un peligroso vampiro de más de 300 años. Me incliné como saludo corporal antes de mediar palabra.

-Bonnes nuits Armand. Tenéis un precioso teatro si me permitís el elogio. Mi nombre es Katherine Lefevre, tengo la extraña sensación de que ya me conocéis.- Sonreí mostrando amabilidad. Me acerqué a su persona. Parecía serio, reservado.- De seguro os sorprenderá verme por aquí, he seguido estrictamente el pacto de Santino, no intencionadamente, no tuve la necesidad de inmiscuirme en vuestros asuntos.
Un momento de silencio. Se preguntaba quién estaba tras la puerta. Tensión. Debía esperar un poco más. ¿Estaba siendo cruel? El reencuentro de padre e hijo se estaba alargando, ¿sería un shock para Armand ver a Marius de repente? Sin duda él cree que está muerto. Aunque en el fondo de su corazón reside la esperanza de que esté en algún lugar.
-Me presento ante vos para preguntaros algo, ¿recordáis aún a vuestro maestro, a vuestro verdadero maestro? Sé que os habéis sentido solo junto a Santino, que os inculcó enseñanzas que yo no aprobaría mostrar a alguien tan joven como lo fuisteis. Él os moldeó a su imagen, ¿no sentís rabia? Sé que disfrutabais más cuando Marius os mostraba caminos que nunca habíais visto… ¿Tenéis la esperanza de que esté vivo?...- No sabía si Marius aguantaría estar oculto, desearía entrar y ver a su Armand.- Quizás haya llegado el momento de volver a tener esa esperanza…- Cerré los ojos. Marius pasaría. Yo me echaría atrás.

-¿Amadeo? ¿Eres mi Amadeo?- Escuché preguntar a Marius tras pasar por la puerta.
Por instinto, me eché hacia atrás, dejando a los dos vampiros interactuar con comodidad. Observé a Armand… parecía temblar; sus sentimientos se clavaban en mi mente, llegaban a entristecerme, ahora que tenía a Marius frente a él, no se atrevía a mirarle. Se sentía como el huérfano que había sido antaño. Podía llegar a conmoverme, e incluso, me dolía.

-¡¿Porqué, Marius?! ¡¿Por qué?!- Agachó su rostro y cerró con fuerza sus ojos. Pobre muchacho… muchas cosas tendría que explicar Marius…- Estás vivo... estás vivo...
Me quedé en silencio, yo no era quien debía explicar a Armand todo lo sucedido… Miré a Marius, parecía tan confuso y triste que Armand. Me acerqué a su persona y puse una mano en su espalda. Me miró, yo le sonreí débilmente. Mi mirada expresaba las palabras que quería decirle, “Explica lo sucedido… Abrázale… Haz lo que dicte tu corazón”. Yo ya no podía hacer más, solo faltaba la actuación de Marius, él era el único que podía devolver la felicidad al muchacho que tenía en frente.

Merecía toda aquella furia que Armand volcaba sobre mí. No merecía otra cosa que no fuera odio y rabia hacia mi persona.
Miré a Katherine, impotente y poco a poco fui acercándome al que una vez fue mi hijo y rezaba porque volviera a serlo.

-Amadeo, no tengo perdón, pero ahora mismo lo suplico- la distancia que nos separaba disminuyó. Ahora podía alzar una mano y tocar su castaña melena.
No había cambiado nada en estos años, siempre lo veía desde la distancia, pero ahora que lo tenía delante, me llenaba de felicidad al ver lo hermoso que seguía siendo- Mi pequeño, han pasado tantas cosas… quiero contártelo todo, no dejarme detalles y explicarte lo cobarde que he llegado a ser en estos años- Salvé la mesa que nos separaba rodeándola por la derecha. Ya tenía a mi pequeño delante de mi, pero la cobardía me impedía siquiera tocarle- Pero no soporto tu ira, aunque la merezca- no pude aguantarme más. Con ambas manos, levante a Armand. No hizo fuerza ni intento desasirse. Era como un muñeco de trapo que se dejaba manipular. Lo abracé con fuerza y hundí mi rostro en su melena- Perdóname Amadeo, perdóname y nos sentaremos junto a fuego para poder contarte mi historia. O si lo prefieres, saldremos del teatro para visitar París los dos juntos mientras te cuento que fue lo que sucedió cuando atacaron nuestra casa en Venecia. Amadeo, ámame como me amaste hace años… te quiero.