El espectáculo aclamado. [Libre]

Haz magia pequeña bruja... haz que el mundo se postre a tus pies. Y así sería, tarde o temprano el mundo aclamaría mi existencia, pero por ahora me conformo con que lo hagan los clientes del burdel.
Tan pronto como las cortinas baratas del escenario se abrieron, mi cuerpo sintió esa vibración, que como tantas veces me animaban a hacer el mejor baile posible. Tomé la silla y subí una pierna en ella, meneando mi cadera y deslizando los brazos por mi cuerpo. El traje de caballero era mi traje favorito, sombrero, camisa, chaqueta y pantalones ajustados, algo que definitivamente nadie veía por las luminosas calles de París, si a alguna mujer se le ocurriera salir así, sería un completo escándalo, por eso a mi me divertía tanto.
A medida que avanzaba la música, parte de mi atuendo iba a pasar al suelo, y los ojos curiosos de todos se posaban en mi atrevimiento... ¿Qué más podían esperar?, ésto era un burdel.
Me deshice de la chaqueta, lanzádola a un lado del escenario, para continuar con aquel baile tan sensual, del que estaba segura que pocas mujeres podrían atreverse a imitar; me atreví a deslizarme de nuevo sobre la silla, sentada y abierta de piernas, mientras desabrochaba los botones de la camisa, pero no me la quité, necesitaba seguir jugando con aquellas miradas curiosas, así que me subí sobre la silla y seguí moviendo las caderas, simulando quitarme también los pantalones, algo que sin duda muchos esperaban, y lo seguirían haciendo, pues cuando mis ojos se posaron en un hombre sentado a pocos metros del escenario, me fijé que se atrevía a bajar la mirada. ¡Pero como se atreve!. No había duda alguna que ésta era su primera vez en un lugar así...
Me bajé de la silla y me arrodillé en el suelo, para así empezar a gatear de una forma extremadamente sensual, pegando mi cuerpo al parqué, y mirando fijamente a aquel hombre. Al llegar al borde del escenario me bajé sin esfuerzo y continué danzando hasta llegar a él, obligándole a clavar sus oscuros ojos en los míos. Me quité el sombrero y se lo puse a él, y cogiendo el cuello de su camisa, continué bailando, esta vez solo para él, solo para que nunca más se atreviera a no mirarme. Me posé sobre sus piernas, pegando mi espalda a su pecho y pasando mis finas manos alrededor de su cuello.
-Éste lugar no es para ti...- susurré en su oído, y luego me levanté como si nada y seguí mis pasos hasta el escenario, donde me atreví por fin a quitarme la camisa, dejando ver un ajustado y pequeño corsé blanco, que realzaba toda mi figura y sobre todo mis pechos.
¡Que ahora se atreva a no mirarme!. Cuando yo bailo, yo mando.

Lo has quemado... Has ardido tanto que se ha quemado. ¡No tienes compasión!. ¡Y se atrevió a dejar de mirarme!, definitivamente aún existían hombres pudorosos... o simplemente a él no le iban las mujeres. Sonreí y seguí bailando, como si solo existiera yo, es más, bailaba por y para mi, los demás solo demostraban con sus aplausos lo valiosa que era, y tenían razón.
Cuando la música dejó de sonar yo ya estaba sobre la silla de nuevo, solo con medio traje y respirando agitadamente, sonriendo triunfal. Al fin y al cabo el espectáculo había terminado, y los fuertes aplausos me lo habían confirmado, era de suponer cuando mi número llenaba más que el de un elenco completo. Bajé del escenario y me fui directo al camerino, para poder quitarme esas ropas ajustadas y beber algo de agua, me lo merecía, el espectáculo es un éxito.
-Ves mi niña, ¡te dije que tu espectáculo nos hará millonarias!- Cristine siempre tan entusiasmada, su sonrisa animaba hasta al más insensible del planeta.
-No te hagas ilusiones... Mi espectáculo me hará millonaria solo a mi...- Le guiñé un ojo y seguí mi camino, pero me detuve en la puerta y volví a sonreirle de esa forma tan dulce que solo con ella podía salirme, como si todo quedara en una simple broma. -Por hoy ha sido suficiente... me iré a casa ¿Vale?- Asintió una vez y volvió a su trabajo, yo en cambio quería salir y respirar. El espectáculo no lo llenaba todo... no llenaba mi soledad.
Un simple vestido de algodón de tirantes, fresco y holgado me daba la comodidad suficiente para sentirme liberada y acomodarme a las altas temperaturas del calor. Calcé los zapatos de tacón de color negro y mi bolso, me subí la cabellera en un moño improvisado y salí del lugar, como si fuera ajena a él. Ya en el vestíbulo, y sin despedirme de nadie, me aventuré a soltar un enorme suspiro. Definitivamente hoy me costaba respirar. Pero de nuevo él atrajo mi atención, un hombre sencillo, pero del cual se notaba su timidez a millones de kilómetros. Volví a sonreír.
- Aveces me pregunto... ¿qué ganan los hombres de bien viniendo a un lugar como éste?- En un primer momento mi pregunta parecía burlona, pero cuando sus ojos negros se posaron en mi no tuve ni la menor duda de que aquella no había sido su decisión. Parecía un niño perdido, perdido entre tantas luces y abrumado por el brillo de lo desconocido.

Dos hombres salieron por la misma puerta que minutos antes había utilizado, uno daba claras señales de haberse pasado con el alcohol y el otro simplemente parecía estúpido, estúpido y necesitado...
Me crucé de brazos dejando escapar un leve suspiro, mientras me dedicaba a observarlos. ¿Pero qué demonios hacía yo allí? Debería haberme marchado sin más. Pero todo tenía una explicación, aun que ahora no sea el momento de explicarlo, me bastaba con saberlo yo.
El hombre que cargaba con el borracho tiró su pobre cuerpo inconsciente en brazos del joven que más incómodo se sentía de los tres, ¿o debería decir el único incómodo de allí?, sí, esa sería la frase correcta. Una pequeña discusión empezó entre los dos, pero a decir verdad no era un asunto de vital importancia para mi; solo discutían el hecho de follar o no follar con una ramera, y uno de ellos conocía perfectamente a la mayoría de ellas. Pero cuando se fijó en mi persona, con un andar rápido y sonrisa presuntamente seductora, aquel que con tantas ansias deseaba ir en compañía de algunas de las prostitutas del burdel, se acercó a mi y enarcó las cejas, como arriero que corteja a una simple pastorcilla. Ingenuo.
-Hola muñeca... - Aquella frase solo logró que pusiera los ojos en blanco y negase con la cabeza, aún con un gesto nulo en mi rostro. Una sonrisa podría significar oportunidad, un movimiento de manos, el deseo, y un giro de cabeza era muy grosero, así que decidí permanecer ajena a todas sus palabras. Yo me hacía la sueca.
-Discúlpele, por favor - Vaya... uno con ética y moral, vamos, el único de allí. Sonreí amablemente ante sus palabras, negando levemente con la cabeza, indicando así que estaba acostumbrada a esos tipos de hombres y aquello no suponía problema para mi. ¿Pero qué supone problema para mi?, eso es algo aún por resolver. -Cállate - exigió a su compañero, a quien ignoraba enormemente, fijándome simplemente en aquel amable, y ¿por qué no?, guapo caballero. -De verdad que lo siento muchísimo... He dicho que te calles - Una pequeña carcajada salió de mis labios, provocando que me llevara las manos a la boca, realmente los comentarios indecentes del otro hombre no me molestaban, y a decir verdad no le ponía atención, pero el rostro del joven suplicando disculpas a una vulgar bailarina de burdel me hacía más gracia de lo debido. -De verdad señorita... ¡Collin! ¿Por qué no te largas? ...de verdad que me siento avergonzado. No se que decir... ¡Te quieres callar! - Su gesto enfadado hacia mi hizo que mi risa acabara en una mueca de desconcierto. ¿Tanto le había molestado?. Fruncí ligeramente el ceño y volví a cruzarme de brazos, pero al segundo se dio cuenta de a quién había gritado y su expresión se tornó sorpresiva. -¡No! ¡A usted no! usted puede seguir hablando todo lo que quiera. Se lo digo a él, que es un ¡bocazas redomado! - fulminó a su compañero con la mirada, y éste con rostro severo, aparentemente indignado, cogió al hombre en sus hombros y se marchó sin decir ninguna palabra más. Apreté ligeramente los labios y me acaricié los brazos, el pobre hombre había discutido con su amigo y yo no había hecho nada por ayudarlos. Soy una desconsiderada. ¡Maldita egocéntrica!
-Vaya... ahora la que se siente culpable soy yo...- Dejé caer mi cabeza a un lado, posándola sobre mi hombro derecho y sonreí de costado. Una sonrisa que imploraba perdón. -Espero que no se haya enfadado mucho, aun que tenía pinta de que sí. Pero aún así, gracias por ser tan amable y respetuoso, eso se ve muy poco por París.- Tendí mi mano y le dediqué una simple sonrisa. -Me llamo Chanelle, ¿con quién tengo el gusto?- La simple respuesta era la que había esperado desde hacía un buen rato. Un hombre amable y con buen porte no se encontraba en muchos lugares, y la verdad aquella noche cálida no era precisamente una para pasarla con mala compañía, y a decir verdad, dudaba de que él lo fuera. Una bruja y un hombre que desprendía misterio en su simpleza, era algo que pocas veces se veía por aquellas oscuras calles parisienses.

La sutileza con la que tomó mi mano y la besó delicadamente me sorprendió de forma grata, iluso, romántico y tímido. Un cebo perfecto. Sonreí ante aquel acto humilde y dejé que me contestara.
-Keiran Cook, señorita - Retribuí su tímida sonrisa con la mía, cambiandonos ya el mote de desconocidos para pasar a ser simplemente Chanelle y Keiran. -Es un verdadero placer. Y en cuanto a mi amigo. De verdad, no se sienta culpable . Su presencia, - me señaló con la mirada -no altera el orden de los factores - Me llevé la mano a la boca ante aquellas palabras que provocaron un ligero tono rojizo en mis mejillas, tapando así mi burlona sonrisa. Estaba claro, el muchacho no estaba acostumbrado a lidiar con cierto tipo de mujeres.
-¿Se viste de hombre con regularidad? - Ladeé levemente la cabeza ante su pregunta, mientras una lenta forma de asentir movió mi cabeza de arriba a bajo. -Es... es... Es una forma de ver el espectáculo muy peculiar. Novedoso... quiero decir - la risa volvió a romper el silencio de sus palabras y un susurrante "Gracias" movió mis labios, perdiéndose en el viento, mientras el hombre se llevaba las manos a la cabeza. Su nerviosismo empezaba a aflorar también en mi, y eso me resultaba gracioso. -Me ha gustado - Mis mejillas volvieron a tomar ese color rojizo que pocas veces delataba su estado cómodo con las personas, y por alguna extraña razón con él me sentía a gusto.
-Me alegra que haya sido así... es que creí que apartabas la mirada porque en realidad no te gustaba...- El susurro de mis palabras acarició su rostro, cambiándolo por una pequeña sonrisa insegura. -Pensaba que tal vez no te gustaban las mujeres... pero ahora veo que solo lo ves como algo poco ortodoxo.- Mi sinceridad dejó mella en él, porque pude ver su gesto confuso ante mis palabras, mientras yo me dedicaba a juntar las manos y mirar mis pies. Empezaba a sentirme como una cría perdida en una enorme ciudad, en busca de un alma piadosa y caritativa que la ayudase a encontrar de nuevo el sendero a su hogar. ¿Podía ser él un hombre realmente diferente?... eso sería pedir demasiado, y a decir verdad aún no lo buscaba; yo solo quería disfrutar y hacer disfrutar a los demás, y mi sola presencia no bastaba en muchas ocasiones.
Comencé mi andar seductor fuera de aquella acera frente al dichoso burdel, alejándome de aquel infernal tumulto de voces, canciones y griteríos, pero no me marcharía sola, no estaba por la labor. Giré sobre mis talones y volví a mirar a los oscuros ojos indecisos del joven, sonriendo de manera dulce y educada, y con un ligero ademán de cabeza le invité a que me acompañara, reclamando su presencia de forma egoísta junto a mi.
-¿Sería mucho pedir un poco de su tiempo? Monsieur Cook... la noche está cálida y el cansancio aún no mata del todo mi cuerpo.- mis palabras cesaron paulatinamente, mientras que una de mis manos se extendía a lo largo para poder asirse a la de Keiran, sin vergüenza ni remordimientos por haber bailado de aquella forma sobre él, y ahora hablarle como si nada de eso hubiese sucedido.

Sonreí ante sus palabras. Era notorio cuan incómodo le resultaba aquella situación a un hombre tan modesto y tímido como él. La compañía de una bailarina de burdel no resultaba cómoda, y eso lo entendía perfectamente, aun que por su forma de hablar, hasta me resultaba tierno que aún existieran hombres así.
-Este mundo es todo lo que conozco...- dije titubeante, mientras juntaba las manos. Resultaba extraño hablar así con un desconocido que no pretendía nada más que acompañar a una solitaria señorita. No estaba acostumbrada a la amabilidad de las personas. -Prácticamente nací en el burdel. Fui criada solo para bailar. Es lo único que me han enseñado.- me encogí de hombros sin esperar una respuesta, al fin y al cabo a quién le importaba la vida de una puta a la cual le encantaba serlo. Pero eso él no lo sabía, ni pretendía que lo sepa.Volví a reír al notarlo tan nervioso e incómodo, pero no podía evitar divertirme con su timidez.
-¿Eso crees? A mi me encantaría salir de aquí... conocer mundo.- Levanté la cabeza casi por inercia, limitándome a mirar el cielo en su magnificencia. -Si tuviera una escoba voladora, iría hasta el fin del mundo, sin importarme nada ni nadie.- Total, bruja ya era, solo me hacía falta un encantamiento de vuelo, y una escoba que se dejase encantar. Reí en mi intento de broma, pues el no sabía mi naturaleza, ni tampoco deseaba que lo supiera.
-Y dime Keiran... ¿A qué te dedicas? Digo, qué es lo que ha llevado a un inglés hasta París...- En mi imaginación, cualquier lugar del mundo era más divertido y estaba más vivo que París, y por eso no comprendía como la mayoría de viajantes, acababa siempre en esta maldita ciudad.

-¡Perdona mi desfachatez!- dije llevándome una mano a la cabeza al oír el lugar de donde provenía. Me había aventurado a creerlo de un lugar erróneo. -Aún no sé distinguir los acentos... a decir verdad soy nula en eso.- reí con aparente vergüenza al comentarle aquello, pero era simple verdad, los únicos dos acentos que podía conocer era el francés y aquel olvidado alemán dentro de mi. Sus piré y sonreí a mi desconocido amigo, mientras el paseo se iba tornando desconocido conforme más nos alejábamos de aquellas negras calles tan conocidas para mi. El lugar de trabajo de las ratas, los ladrones y las putas como yo.
Nuestras miradas se cruzaban de vez en cuando, una vez que ambos quedamos callados, incapaces de decir nada más. Pero había algo que no podía discutir con aquel hombre, y que poco podía distinguir en mis alborotados pensamientos: su rareza era nata y lo sabía, pero no había en él rastro de maldad alguna que pudiera mostrármela... Tal vez todo sea cuestión de tiempo, aun que eso para una bruja no sea precisamente eterno.
El negro cielo dejó ver su llanto una vez más como tantas noches de verano. Sonreí al escuchar las gotas de fría lluvia cayendo sobre nosotros, con más intensidad conforme avanzábamos en la oscuridad. El chico alzó una mano, sintiendo las gotas mojando su cuerpo, la ligera lluvia se convirtió en chaparrón, y en un abrir y cerrar de ojos, ambos nos encontrábamos más empapados que nunca.
-Vaya por Dios...- Dijo al verme tan empapada como él. Sonreí sin molestia, pues el agua era un elemento de la naturaleza que amaba, amaba empaparme de ella, así como odiaba los días de frío invierno.
-¿Nos ponemos a recaudo o inventamos algún juego bajo la lluvia?- Pregunté entre risas, mientras giraba sobre mi misma con torpeza, a causa de que el claro vestido se ceñía con fuerza a mi delgada figura, a consecuencia de la lluvia. ¿Qué más se me podía ocurrir a mi para mantener a aquel extraño cerca? Necesitaba saber cual era aquella extraña fuerza que sentía en él, mis sentidos nunca fallaban siendo parte de mi naturaleza. Así como mi cuerpo no moría con el veneno y mis encantos seducía hasta al mismo Jesucristo, mi instintos como bruja jamás me engañarían, porque manejan mi voluntad allí donde esté.