El reloj ya no marca las horas (Libre)

Una fría noche londinense, nada más importa.

Me encontraba sentada en uno de los asientos de aquel bar de poca monta, algo apartada del resto del gentío, no tenía ganas de nada, estaba harta de todo, asqueada con el mundo, hacía dos días que no me había alimentado y eso me dejaba en un estado de irascibilidad inimaginables, reconozco que era un peligro que estuviera rodeada de todos aquellos clientes, de familias felices que sonreían inocentemente, provocándome pinchazos en lo más profundo de mi ser. El camarero me había dejado el Whisky más fuerte que tenía sobre la mesa, aquello tumbaba a un muerto ¡chs!, aunque evidentemente no podía beber de él, solo quise recordar los años en los que me tiraba todo el día abrazada a la bebida.

Y ahora ¿qué? Ya no era ni el atisbo que fui. Estaba sola, aunque quisiera pensar que tenía a alguien esperándome, a mí alrededor no había ¡nadie! ¡Era una terrible locura! Miré a la mesa al darme cuenta que mis uñas habían dejado unas marcas sobre la madera. “¿Qué tipo de vida es esta?” pensaba con los ojos acuosos, ¿qué iba a hacer? ¿Ponerme a llorar allí en medio? Penoso. Coloqué mi mano sobre mi frente tapándome así el rostro de cualquier mirada ajena. Había entrado en aquel bar para…sentir que era algo, esa era la razón, bufé entrecortadamente. Estaba pasando por un momento transcendental en mi vida. Sí, el arte me hacía seguir viva, pero quizá eso no era suficiente. Rodeé el vaso con mi mano izquierda y lo moví ligeramente.
Si alguien por algún casual me veía, vería una mancha de colores oscuros ahogando las penas ¡quién lo diría! Negué con la cabeza con tristeza.

Seguía moviendo el vaso inconscientemente, exceptuando ese movimiento se podría pensar que me había quedado en el sitio, pues nada más daba síntoma de vida ¡no me importa! Comencé a preguntarme si aquella vida era la que quería vivir, si de verdad estaba hecha para continuar, en fin, ese tipo de cosas, escuché como alguien se sentaba en el asiento libre, no alcé la cabeza pues me daba exactamente igual lo que me rodeaba, como si la cogía y se la llevaba a otro sitio.
-Una dama tan hermosa no debería estar triste nunca, la belleza suele venir acompañada siempre de la felicidad- Parpadeé varias veces mirando las pequeñas burbujas que se habían creado por el continuo movimiento del vaso. Esa voz masculina debía estar refiriéndose a mí, lo primero que pensé fue que sería algún tipo desesperado que ¡buah! Pretendía llevarme a la cama, o aprovecharse de mí al verme tan aparentemente “desvalida” y bla, bla, bla, como odiaba eso.

-¿En serio lo cree?- sonreí con un toque mordaz. – Os aseguro que no es así.- murmuré borrando mi sonrisa y apartando la mano que cubría mi frente, quería ver de quién se trataba, quién era el loco que se había aventurado a sentarse delante de mí. Mis ojos fueron ascendiendo hasta llegar a su rostro, pero en seguida cedieron y volvieron a caer, no estaba para estos juegos, no quise ni adentrarme en sus pensamientos, ni persuadirle, no quería nada. –La belleza puede llegar a ser muy cruel. Y la felicidad aún lo es más- Lo sabía muy bien, yo no me consideraba tal, estaba deprimida, nada de lo que ese tipo pudiera decirme podría cambiar eso.

-¿Alguna vez te han dicho que eres demasiado Optimista?- ¿Estaba de broma? ¿Con quién se creía que estaba hablando? Se me crisparon los dedos cuando continuó hablando con esos aires, este ‘tipo’ no sabía lo que era capaz de hacer sin que nadie se percatase, este ‘tipo’ estaba inmiscuyéndose en temas que no le concernían.
Solté el vaso de whisky bruscamente, por no arrojárselo a la cabeza ocasionando un estropicio fantástico. Y fue en ese momento cuando me dí cuenta de la gravedad del asunto, de lo fuera de mí que me hallaba, me habría puesto así con cualquier otro, era muy posible, aunque me dijesen “buenas noches” lo habría tirado por un puente.

- Y digame señorita… triste- Le escruté con la mirada de arriba a abajo, ¿por qué no paraba ya y se marchaba ahorrándonos silencios incómodos? -¿Cuál es el origen de su pesar? Mal de amores, problemas económicos, muerte de algún familiar… se le ha perdido un botón- Sonreí parcialmente a lo último, una sonrisa helada eso sí. Hombre chispa tenía, eso había que reconocerlo, me habría reído de no ser porque no estaba el horno para bollos. Envidié el hecho de que pudiera beber, y bueno quizá con un poco de suerte podría alimentarme de él, esa idea me gustó, porque a fin de cuentas lo veía un entrometido de mucho cuidado, y no hay más, ¿por qué no se iba a hablar con las paredes? Seguro que le darían mejor conversación.
- Tal vez pueda ayudaros a encontrar un poco de felicidad…-Asentí con la cabeza varias veces mientras se formaba una sonrisa macabra en mis labios, aún ocultando mis colmillos.

-¿Qué vas a ayudarme, tú? ¿Acaso te he pedido ayuda?- Esta vez sí reí, vaya que si lo hice. – ¿Sabes qué? En algo sí me puedes ayudar. – Mis ojos centellearon con la intención de todo un depredador. –Me vas a saciar de ese algo que necesito.- murmuré con una media sonrisa. –Pero no ahora…- como siempre las normas las ponía yo ¿cómo no? Ignoré por completo sus preguntas.
-¿Y tú estás bien? ¡Ah! Ya veo que sí…estupendamente, cuantísimo me alegro.- musité con un sarcasmo inmejorable. A ver si se bebía toda la botella y se caía por los suelos, me dejaría el trabajito la mar de fácil, ese era mi objetivo de la noche, y no creo que cambiase de idea.

-Pues sí, estoy la mar de bien, no puedo quejarme. Muy amable por preguntar- Sonreí con falsedad sin quitar ojo a lo que se proponía, “Sí, bébetelo todo…” La ley seca sería lo peor que le podría pasar, nah, eso no es comparable a la barbarie que pude haber ocasionado.
Volví a clavar mis ojos en él cuando comenzó a hablar, mi mente divagaba sobre otras cuestiones aún estando atenta a sus extrañas palabras, ¿era algún tipo de comerciante? Por su atuendo podría pasar por un gitano, realmente no me imaginaba de dónde provendría, quizá lo descubriese más tarde, o quizá no. ¿Un pago que me puedo permitir? Entrecerré los ojos.

- Vamos ¿Qué tienes que perder?- ¿Qué sabrás tú?- ¿Tu preciado tiempo? Ya lo sabes malgastar tu sola en antros como estos,- ¿¿Cómo??- meneando una copa que no puedes beber- Mi rostro se ensombreció repentinamente, me había calado, no sabía si molestarme o aplastarle.
“¿Qué importaba en lo que pierda el tiempo? Es eso, mí tiempo.” - No tienes nada que perder, señorita triste.- Me quedé en silencio mirándole, los únicos que me habían reconocido tenían ciertos poderes ¿sería este el caso? En un segundo di un manotazo al vaso de whisky, como si éste apestara. Llegó de manera imperceptible hasta el borde de su lado, lo hice de tal modo que de haber ejercido más fuerza se habría derramado sobre los pantalones de aquel… lo que sea. Pero hoy me había pillado con un 'mínimo' de benevolencia.

-Sabes lo que soy…- murmuré mirando a otra mesa, “Maldita sea ¿cómo sabía lo que era? ¡Agh!”
-¿Qué estarías dispuesto a ofrecerme? Aparte de lo… obvio.- pregunté volviendo a él, qué festín me daría ¡ya lo estaba viendo! –Y lo más importante ¿Quién demonios te crees que eres?- Cuestioné con una voz dulce que no reflejaba el infierno que llevaba dentro. Apoyé mis manos sobre la mesa entrelazándolas con fuerza, no creí que me quedase mucha paciencia.

No comprendí lo que me estaba diciendo hasta llegados a un punto. Estaba sumamente confundida, perdida. Mis ojos siguieron el recorrido del vaso con el que jugueteaba.

- Estoy dispuesto a ofrecerte cualquier cosa que me pidas.- ¿Cualquier cosa?- ¿Quieres dinero? Lo dudo ¿Volver a ver a alguien que amas?- Incliné levemente la cabeza, tragando saliva, volver a ver… yo no solo quería “volver a ver”, me parecía una nimiedad.- Podría traerte incluso a los muertos…- Esto ya no me gustaba…- ¿Quieres recuperar algo que has perdido? Tal vez… tu humanidad- Mis pupilas se tornaron hacía él, ¿mi humanidad? Lo que nos rodeaba dejó de tener importancia, un frialdad glacial se apoderaba de mí por momentos.

- Mi nombre es Mefistófeles, Mefisto si te es más fácil- Abrí los ojos impactada por aquel nombre, que tan bien conocía, “Dios Mío, Fausto…” No salía de mi desconcierto. - ¿Y tú, querída? O voy a tener que seguir llamándote señorita triste.- Un poco de aire… - Yo…- me estaba consumiendo. –Kory.- murmuré clavando mis ojos en las betas de la madera. -¿Tan débil te crees que soy? –pregunté sin más. -¿Crees que mi voluntad puede ceder ante tus artimañas? ¿Qué supones que puedo darte a cambio? - Sonreí débilmente llevándome la mano al mentón.
-¿Puedes demostrarme de lo que eres capaz?- Pregunté con simple curiosidad, sin ánimo de sentenciarme. Quería saber si hablaba en serio, la incredulidad estaba ahí.

¿Por qué iba a tener fe en él? Creer ciegamente en el resto de las personas es algo que nunca se me dio demasiado bien, y esta vez no sería menos.
Me esperaba unos juegos artificiales o algo por el estilo… una bajada a los infiernos, sí eso habría estado bien ¡es broma! Cuando vi sus ojos en blanco me quedé en una posición estoica, “¿eso lo podría hacer yo?” pensé para mí, pero si soy sincera no fue muy agradable.

Y ahora se pensaría que eso era suficiente para creérmelo del todo, la llevaba clara.
- ¿A qué tienes miedo, Kory? ¿A ser feliz?- ¿Por qué le importaba tanto eso? ¿Por qué se pensaba que le iba a responder con la verdad? Si no le conocía, no era nada para mí ¡nada!
Este ser no hacía más que tentar a personas inocentes, lo supe al momento, y lo que supuse que quería era dar en mi punto cardinal y así derribar mi castillo de naipes (por decirlo metafóricamente) Os aseguro que ¡No lo iba a consentir!
Lo que me preguntaba era si podía leer los pensamientos, y si podía violar mentes, usando a su antojo los recuerdos ajenos, esperé que no supiera hacerlo, sería una verdadera pesadilla.

-Pues… no sé por qué piensas que no lo soy…- Reí entre dientes ocultando la evidencia de mi mentira. Me quedé largos segundo sosteniendo su mirada como si fuera un duelo a muerte, me estaba cansando.
Había algo que temía sobre todas las cosas, y no era sobre mí precisamente, aunque me perjudicaría mortalmente. -¿Qué pasa? ¿Es que tengo un cartel en la frente que pone ‘infeliz’?- Sí era así solo me repercutía a mí, y no tenía que venir él a restregármelo gratuitamente, porque haría lo posible por callarle. –No me puedes ofrecer nada que no pueda tener por mis propios medios. Exceptuando la ‘humanidad’…- miré hacia arriba. – y …no es algo que quiera recuperar.- O eso pensé en un primer momento. Volví a mirarle con el semblante serio.

-Vamos Kory… así no vamos a llegar a ninguna parte.- “¿Y qué culpa tengo yo?”- Ahora estarás preguntándote si la clase de criatura que tienes delante es capaz de leer en tus pensamientos o tus recuerdos.- “Mierda…”- No me hace falta, soy capaz de leer en los sentimientos y ellos me dicen muchas cosas de ti.- “Seguro…”- Me dicen a gritos que la tristeza envuelve tu vida ¿Tal vez por un amor correspondido abandonado en un puerto lejano?- ¿Qué era lo que se había roto en mi interior? Lo sabía perfectamente. ¡¿Por qué, por qué, por qué?! Cuando continuó hablando el deslenguado era como oír un pitido continuo, nulo.
Solo observaba cómo movía los labios, me estaba mareando, tenía hambre, y ya había llegado a mi límite.

-Basta…- proferí controlando la potencia de mi voz para no alarmar a nadie, y para no desatar mi Furia innata. No le miré, no quería mirarlo, me había jodido viva.- Es suficiente.- Dictaminé levantándome de la silla, ya ni si quiera quería alimentarme de él, porque ¿para qué? Seguro que en lo que quedaba de noche le daba tiempo a condenar a otro, le estaba haciendo un favor si lo piensas bien.
Me fui deslizando por las mesas con la única intención de abandonar aquellas malditas cuatro paredes ¿por qué habría salido del castillo? Estaba a punto de romper a llorar, y eso no hizo más que enfurecerme ¡por su maldita culpa! Debí matarlo, ¿cómo se mata a estos seres? Ni lo sabía.

Salí de allí con premura, huyendo como siempre. Respiré hondo paralizada por el frío, o eso pensé, quizá era mi subconsciente quien me detuvo. ¿Por qué hay gente que se dedica a remover la mierda? Un castigo innecesario, ¿por qué quería que me replantease mi inmortalidad?

“Maldito seas Mefistófeles.” Pensé para mí comenzando a andar por aquella calle solitaria.


Off: ¡Nada hombre! Dominio publico

-¿Piensas que huir es un modo eficaz de deshacerte de mí?- Exasperante. Me iría a cualquier sitio con tal de no tener que soportarle. - ¿Huyes de las personas que solo quieren ayudarte?- Continué andando con el mismo ritmo aunque sabía que lo tenía a los talones, podría haber usado mi velocidad y haber desaparecido de allí, pero este ser se estaba sumergiendo en terrenos pantanosos, ¿por qué no lo dejaba estar?- ¿Piensas dejarme aquí, abandonado? ¿Cómo hiciste con tu amor en aquel puerto lejano? Podrías haberte quedado allí con él si hubieras querido… pero decidiste marcharte y perderlo, a lo mejor, hasta para siempre- Me paré en seco agachando la cabeza conteniéndome, y a la vez partiéndome en dos. No iba a llorar “¡por favor no quiero llorar!” me rogué a mí misma. Debía mostrarme fuerte ante ese miserable.
Yo no le había abandonado, por la sencilla razón de que le tenía presente todos los días de mí vida y era como estar junto a él a pesar de que nos separasen kilómetros y kilómetros de océano. Sí, pude haberme quedado con él, pero eso significaría estirar una despedida que debía llegar, además de mentirme a mí misma. Él tenía su ‘familia’ y yo debía quedarme al margen hasta que no pudiera más. ¿Qué se pensaba? Esta profesión la llevaba por dentro y estaba acabando con mis fuerzas.
No había otra cosa que desease más que volver a estar con él, siempre soñé en el momento de que al abrir la puerta estuviera él ahí, esa realidad aún no había minado mi esperanza.
Aparté esos pensamientos al instante.

Incliné levemente la cabeza pensando en la opción de arrancarle esa lengua viperina que no tenía otra cosa que hacer que martirizarme. –No hables de lo que no sabes.- Me quedé en frente suya sin tocarle, asco era lo único que sentía hacía él, estaba reteniendo las lágrimas, eso seguro que se me estaba notando, pero mientras no saliesen me daba por contenta.

-¿Cómo te atreves? Eres despreciable.- escupí apretando los puños, me imaginé a mi misma arrancándole el corazón. Volví a andar como si nada. –No le voy a perder…- murmuré intentando convencerme, como hacía todas las noches. –Ya entiendo…te has dado cuenta de que no iba a hacer trato alguno contigo, y has decidido…castigarme.- Asentí con la cabeza. Una desmembración podría resultar divertida también.

-Eso aún no está del todo claro, Kory- “¡Qué pesado!" - Solo estamos… negociando. Buscando que es lo que tanto te atormenta para después poderle poner fin.-¿Quién dijo que quería ponerle fin? Para masoquista yo.- Tú eres la única que se castiga rechazándome y negándome.-puse los ojos en blanco irritada.- Esto me recuerda a cierto pasaje de la biblia en el que Pedro niega tres veces a Jesús.-¿Cuántas blasfemias podrían salir de esa boca?- ¿Cuántas veces me negaras tu a mí, Kory?- Tras preguntarme eso, impacté mi mano contra su pecho para que se detuviese, aquel golpe hizo que diese dos pasos hacia atrás, un poco más y habría caído al suelo, si continuaba por ese camino sería lo que conseguiría, terminando al fin con su cabeza bajo mi tacón. Sonreí de medio lado recuperada de lo anterior, o por lo menos momentáneamente.
-Te negaré las veces que haga falta ¿comprendes?- Me llevé las manos a los ojos un segundo, algo desesperada. – ¿Es que no te das cuenta de que yo ya estoy condenada? ¡Y no me importa!- exclamé en un arrebato.- ¿Por qué piensas que es más provechoso tratar con vampiros? ¿Por qué no te vas?- moví la mano dando más énfasis a lo que decía.
-¿Por qué no vuelves de dónde has salido?- Me di la vuelta y continué andando, con mi instinto comencé a buscar algo que llevarme a la boca, aunque tuviera algo pululando detrás no era de mi agrado.
Si yo quería podía ser feliz de nuevo, eso lo sabía y la cuestión no era negociar mi felicidad.
–Mira, ahí hay otro bar.- señalé con el dedo el local, con la esperanza de deshacerme de él.
–Emborráchate, verás que bien.- de nuevo irónica.

-Me siento rechazado, y muy dolido- Suspiré profundamente cerrando los ojos, ¡no se cansaba nunca!- ¿Por qué eres tan cruel conmigo?- intenté hacer caso omiso a su endiablada actuación, como deseé reventarme los tímpanos, no te lo puedes imaginar.- Si no te he hecho nada. Puede que acosarte un poco y sacar temas dolorosos por el simple hecho de saciar mi extraño humor- Asentí con la cabeza sin dejar de mirar al suelo. - ¿Pero ese es motivo para que me alejes de tu lado? Tal vez sí…- Escuché cómo aceleraba el paso, “que no se atreva a tocarme…”, cuando volví a abrir los ojos sentí algo cálido agarrándome la mano, “No ¡Por favor!” giré lentamente la cabeza hacía bajo hasta ver que era ¡él! “No…”, se había arrodillado en medio de la calle, y menos mal que no había nadie, eso era una vergüenza, ¿por quién me tomaba? Me tuve que parar por no tirar de él, y arrastrarlo por todo el pavimento que pensándolo bien no era una mala idea. - ¿No te das cuenta que estamos hechos el uno para el otro? ¿Soy yo el único que siente el amor que existe entre nosotros dos?- ¡Pero qué teatrero Dios Santo! Me quedé mirándole por encima del hombro, “y pensar que tipos como estos rondan por el mundo…” No, si al final se volvía calentito a su casa, me encargaría de ello personalmente.

- Puede que me haya pasado un poco, lo admito, el humor no es lo mío pero al menos he conseguido que te parases- Ese movimiento de cejas ¿qué intentaba?, me estaba quedando de piedra.- Vamos Kory, no puedes negar que no te estás entreteniendo con el bueno de Mefisto- Como quería crear más tensión dejé que los segundos corriesen sin apartar los ojos de él, y me vinieron flashes de todo lo que podría hacerle en esa misma posición, nada bueno. Pero tras pensarlo bien apreté su mano con más fuerza de la debida y lo levante del suelo haciéndole perder el equilibrio.

-Anda levántate no seas lamentable.- Solté su mano asqueada, y me la metí en el bolsillo del abrigo.
–No sé por qué ahora vas de “Santurrón”… Y está bien que seas consciente de cuando te excedes en tus desafortunados comentarios...aunque algo tarde amigo.- ¿Por qué seguía hablando con él? ¿Por qué malgastaba mi tiempo así? Aunque…antes no estaba haciendo nada mejor, solo…lamentarme. –Da gracias a que no he acabado contigo, que…- le miré fijamente con insensibilidad.- ganas no me faltan.- Una sonrisa torcida debió dibujarse en mi rostro, volví a retomar el camino. –Imagino…que querrás seguirme.- titubeé un poco.
–Y sí…eres entretenido a la vez que fastidioso…esa es la única verdad.- miré el cielo que como es costumbre estaba encapotado.

Aquello era como tener un perro faldero, ¡no! ¿Qué digo? Mucho peor y nada comparable, iba a ser muy difícil despistarle, bueno no tanto, en el fondo me daba cierta lástima, no me preguntes por qué.
-No sé si tomármelo como un cumplido o un insulto…- Me trae sin cuidado.- prefiero que sea mejor un cumplido, no podría soportar otro insulto hacia mi persona salido de tus labios.- Me chirrearon los dientes aún sin quererlo.- ¿Dónde se supone que vamos?
-No más preguntas.- Le corté. -¿Es que quieres saber dónde vamos? ¿Te inquieta eso?- Tampoco quería saber la respuesta. Sonreí con perversidad mientras observaba cada callejón y cada ventana abierta. Realmente íbamos a donde mi cuerpo me llevaba, ni más ni menos.
-Debe ser complicado asustarte ¿eh? A ver si lo consigo.- Comencé a reírme sonoramente, casi espectral, le agarré del cuello de la camisa y empecé a tirar de él para que fuera a mi paso, le estaba ¿ayudando? Al entrar a una casa abandonada, lo solté bruscamente haciendo que se empotrase con uno de los muebles, salió de pronto una polvareda que le rodeó. -¿Estás bien? ¿No me digas que te he hecho daño?- pregunté fingiendo preocupación. Le miré a través de todo aquella suciedad y comencé a subir las escaleras.

-Serás mi cómplice. ¿Tienes conciencia? – negué con la cabeza ante tan absurda pregunta. Abrí de golpe la primera puerta que encontré, haciendo que se desencajase, que bruta era a veces.
Había una familia viviendo ahí, como ocupas. Yo tenía mucha hambre, no estamos para tirar la comida. -¿Quién sois?- preguntó el padre abrazando a su mujer y a sus hijos.
-¡Vamos Mefisto! Te lo vas a perder…- le advertí alzando la voz.

Me quedé mirando a aquel ‘ser’ con un rostro distinto, ¿cómo se podía ser tan siniestro y retorcido? Vale que yo fuera un poco visceral (de eso no me cabe duda), pero esas palabras hicieron que todo el ímpetu y todo mi albido disminuyeran estrepitosamente. Así que decidí simplemente por no complacerle cambiar los planes. Demonios, parecía que no había lugar para el misterio, a saber lo que él habría sido capaz de hacer. -No estamos aquí por diversión.- murmuré apartando los ojos de él para dirigirme a la familia. –Deja de reírte ¿quieres?- Desmotivada ya, cogí las manos de los niños, los cuales se miraron entre ellos, asustados como estaban, su madre agarró al más pequeño con todas sus fuerzas.
-Sé consecuente.- Al decir aquello la mujer soltó al niño, sino lo hubiese hecho habría sido mucho peor, tener las manos ocupadas no me limitaba.
-¿Por qué?- Sollozó el padre abrazando a su mujer.
-¿Quién dijo que la vida fuera justa?- le respondí con otra pregunta, sí eso me gustaba. Además se notaba la amargura en mis palabras, todo un espectáculo. Salí con los niños de la mano, nunca había bebido de una criatura tan pura, aunque justo al abrir la puerta pensase matarlos a todos. Les hice una señal para que se fueran, estos bajaron las escaleras mirándome de reojo, se preguntaban si volverían a ver a sus padres. “Esto les ayudaría a crecer.” Pensé para mí.

Volví a asomarme por la puerta con una sonrisa conciliadora.
-¿Todo bien?- La verdad es que aquella pareja de infelices no había hecho nada malo, y puede que más tarde me arrepiéntase de lo que iba a hacer, pero ya mi corazón no era el mismo, y ellos iban a pagarlo.
Me arrodillé delante de ellos inclinando la cabeza con gracia, y sin dejar de mirarlos pregunte:
–Mefisto… ¿con ellos no haces tratos? ¿No te convienen, no?- Cuando cogí a la mujer por el cuello, ésta grito del susto, pronto les daría un ataque. -¿No quieres condenar sus almas? – Giré la cabeza de la mujer para que ésta le mirase.

-No es fácil encontrar criaturas fáciles de corromper como tú para poder hacer tratos- Fruncí el ceño con disgusto. No pintaba nada bien la cosa.- Con humanos como estos… es más divertido hacerles sufrir que condenarlos al infierno- Volví la cabeza cuando sentí unos pasos a mi espalda “imposible” pensé cuando vi a los niños cruzando la puerta, yo misma les había acompañado para que abandonasen en lugar, no solté a la mujer porque me había quedado petrificada, al igual que ella.
¿Qué había hecho ese mal nacido? Mefistófeles apoyó sus manos en cada uno, yo había decido que no les pasaría nada. -No siempre la condena es más divertida que el sufrimiento…- Despiadado, tuve miedo por ellos, por extraño que parezca.

- Mirad a papi… creo que quiere un ardiente abrazo…- rápidamente dirigí la cabeza hacia el padre que recibió a sus hijos entre sus brazos. Pánico fue lo que sentí cuando las llamas comenzaron a calcinarlos, se me estaba escapando de las manos.
-Que buenos recuerdos me trae esto…- Me separé lo más rápido que pude de ellos llevándome conmigo a la mujer que gritaba como lo haría cualquier madre y mujer en su situación. Me pegué a la pared, alejándome lo más posible del fuego. Había subestimado a esa criatura. Los había quemado vivos, era terrible, una inimaginable pesadilla, ¿pretendía traumarme?

La mujer me estaba poniendo peor de lo que yo ya estaba, y la imagen que estaba presenciando no ayudaba, así que en un gesto de piedad hice que su cuello crujiese bajo mis manos, cayendo de golpe a mis pies. Me llevé las manos al rostro, no tuve palabras.
Me fui arrastrando por la pared hasta salir de la habitación y comenzar a bajar las escaleras con lentitud, el olor a carne chamuscada me provocaba nauseas. Al llegar al salón de aquella casa me senté en uno de los sillones (que estaban destrozados), las manos me temblaban, me estaba volviendo loca.