En un laberinto de recuerdos [Libre]

Me había rendido, en toda la ciudad no había un lugar pudiera estar tranquila, era un imán para lo extraño y comenzaba a acostumbrarme; decidí que después de dos semanas que regresé a mi tierra natal, lo mejor era dejar de evitar el cementerio. Estaba conciente de que ir de noche al camposanto era como tener un señalamiento de mátenme aunque se me había ocurrido la tonta idea de que quizá irónicamente podría resultar el sitio más seguro; con mi suerte era posible.

No entendía para que querer ir a visitar la tumba de una madre que no conocí y un padre cuyo cuerpo no existía. Nunca lo había hecho, únicamente el día del sepelio mas ahora mi corazón necesitaba decir: “Aquí estoy, he regresado con ustedes”. Ensimismada Caminé por largos pasillos llenos de tumbas, podía observar humo helado salir de entre mis labios resecos por el frío. Ruidos horrorosos cortesía de la noche y luego una mano tocando mi hombro, ahogue un grito mientras daba media vuelta con la espada que escondía bajo mi capa y que ahora acariciaba el cuello de un hombre.

-¡Caray! ¿Está usted loca? – Casi gritó el anciano jorobado y chimuelo que tenía frente a mí, era feo sin duda sin embargo no parecía un criminal, baje mi arma más calmada y respirando aliviada – No son horas para deambular por aquí, le pido que salga… por favor-. Dijo el viejo velador aun asustado.

-Lo lamento, pensé que era…un…un ladrón – fue lo primero que se me ocurrió; saqué unas cuantas libras y las coloqué en su mano de uñas amarillentas y llenas de barro – Un obsequio por atemorizarlo caballero, le aseguro que no le causaré problemas y espero exactamente lo mismo de vos.

Así fue que seguí mi camino sin obstáculos hasta dar con la puerta de madera de una pequeña capilla, custodiada por dos bellosleones de piedra que me observaban con su mirada sin vida; quité el lazo que colgaba de mi cuello y sostenía unas llaves antiguas prácticamente oxidadas; a continuación metí una de ellas por la cerradura, ni siquiera alcancé a dar una vuelta cuando la entrada se abrió ante mí, alguien había estado allí.

Entré sin miedo, con las llaves en una mano y mi filosa arma en la otra; caminé hasta el altar y prendí una vela, a través de los vitrales de colores, la luna bañaba el recinto. Faltaban los bellos candelabros de oro y otros objetos a los que no di importancia, seguro fue saqueado, por ello estaba abierto. Volví la espada a su funda enganchada en mi cintura, agarré la vela y las llaves, acto seguido levanté el mantel que cubría el altar, debajo de él se encontraba un viejo pasadizo simulado con madera, no recordaba bien como removerlo, tardé varios minutos en lograrlo porque además estaba atorado.

Interior:

Alumbrada con una pequeña llama, baje las escaleras de piedra, sin olvidar colocar la trampilla en su lugar de nuevo, me sentiría más protegida de esa forma; transite un largo pasillo que se dividía en varios, un truco excéntrico de mi padre para que a ningún extraño le fuera posible llegar a sus restos bien librado. Izquierda, derecha, derecha, izquierda, frente, derecha... una de las llaves tenía grabado el trayecto; se decía que en los otros había trampas, preferí no arriesgarme.

Por fin llegué a una reja, levante la gruesa cadena de plata que rodeaba sus barrotes y me dispuse a abrir el gran candado cuando ambos cayeron al suelo causando un gran estruendo, temblé más no por el sonido, ¿Quién había entrado a la cripta?, la incertidumbre me comía por dentro, me arrepentí de haber cerrado la trampilla, en caso de necesitar salir deprisa quedaría atascada en la escalera.

No regresaría habiendo llegado tan lejos, me trasladé lentamente por un túnel extenso, al fondo podía ver luz, definitivo no estaba sola. Cavilé la posibilidad de que mi hermano estuviera escondiéndose en la catacumba, era ideal para ello y después de todo nadie más habría logrado burlar los cebos y el laberinto. Salí a una habitación amplia y perfectamente redonda, con cinco arcos de medio punto, además de por el que había salido, que servían como entrada a cinco pequeños cuartos.

Todas las velas de los candelabros estaban prendidas a pesar de que eran más de cincuenta, pegada a la pared comencé a recorrer la habitación por el lado izquierdo, al llegar al primer cuarto entré silenciosamente y asustada; vacío. El segundo, la tumba de mi madrastra, con cientos de adornos en ella; tercero, mi madre, con objetos un poco extraños y también libros pero no era momento para eso, seguí. Cuarto, la madre de Augustus con sus cosas y quinto completamente desolado. Entonces miré al centro de la gran habitación redonda, allí reposaba el gran ataúd de mármol de mi padre; convencida de que estaba sola me acerqué a el, como todo estaba su aparente lugar quizá solamente olvidaron cerrar la reja la ultima vez que entró mi medio hermano.

-Bueno, aquí estoy. Lamentó todo lo que pasó – susurré y me apoyé en el sarcófago, sintiéndome culpable por la gran verdad que jamás había revelado a nadie sobre el día del terrible accidente; misma que me perseguiría por siempre hasta que lograra asesinar al licántropo que nos atacó. Nada cambiaría pero tenía la esperanza de por fin podría descansar.

Estaba concentrada, rezando mentalmente. El féretro era hermoso, no se podía negar, pero sentía que faltaba algo; un crucifijo, eso era. Por mera costumbre me llevé la mano al cuello, mi cruz seguía en reparación, en los siguientes días me daría una vuelta por el negocio del hombre que se ofreció a repararlo, no me había acordado en toda la semana.

-Torpe – exclamé, por mi descuido y apoyé los brazos sobre la gran tapadera de mármol que reposaba sobre el sarcófago, de pronto sentí movimiento bajo mis manos y voltie hacia ella para ver que ocurría – ¡Que demonios!...

Se estaba recorriendo, salté asustada para atrás; sabía que el cuerpo de mi padre no estaba allí y seguramente mi hermano no habría obtenido costumbres extrañas en las semanas que llevábamos sin saber uno del otro. Su ocupante salió con un gran brinco del ataúd, una buena entrada tenía que reconocerle. Su vestimenta estaba sucia y rota, su cuerpo despedía un hedor asqueroso que de inmediato me hizo sentir nauseas; su piel tan estirada y pálida como la de un cadáver.

-Bonsoir caballero supongo – dije viéndolo con asco y sosteniendo la espada; no pronunció palabra alguna, me miraba con deseo, el mismo que ponen las bestias cuando acechan a su almuerzo; había escuchado que cuando un vampiro tiene demasiada hambre es imposible que se controle más no tenía el desagradable placer de encontrarme con uno.- Supongo que no son buenas para ust…- expresé irónica antes de que me interrumpiera al lanzarse sobre mí.

Traté de alejarlo con un estoque pero era muy rápido, tendría que esforzarme más que eso si quería salir viva de eso; sabía que debía cortarle la cabeza y prenderle fuego, si eso no servía entonces si estaría en un verdadero lío, me concentré lo mejor que pude en mi adversario, tratando de esquivarlo más era casi imposible, había subestimado a estos seres definitivamente.

De pronto sentí un golpe, me había lanzado contra un muro, me dolía o eso creía, la adrenalina del momento me ayudaba a resistir; “Sólo un poco más” pensaba, no era un buen día para morir, sin siquiera haber logrado mi venganza, si no podía con ese cainita menos con un hombre lobo. Me levante y continué mas me lanzó con fuerza de nuevo, me hice un raspón, perfecto, lo que faltaba, ahora le era más apetitosa.

Los años de práctica en esgrima debían dar fruto, el era más veloz y fuerte pero yo tenía una ventaja, razonaba. Lo hice seguirme a una de las pequeñas habitaciones, sería más fácil atinarle en un espacio reducido, eso o fallecer, era un movimiento decisivo. Me empujó y caí al suelo, pero justo cuando se abalanzo sobre mí completamente sediento, más por golpe de suerte, la hoja filosa de mi espada se clavo en traquea y se hundió lo suficiente para hacerme saber que ya lo había atravesado. Ya sólo tuve que moverla a los lados con fuerza para arrancarle la cabeza.

Su cuerpo autómata se seguía moviendo un poco, con presteza tomé el candelabro más cercano y lo quemé, el maldito comenzó a arder, me aseguraría de que no quedara nada.- Tienes suerte, no todos ven su cripta antes de morir – mi voz era sarcástica pero mis rodillas temblaban y el corazón me latía con una fuerza implacable.

Estaba cansada, demasiado agotada. Había dado todo lo que tenía a esa batalla y lo que estaba a punto de ocurrir no lo esperaba, al parecer un amigo del fallecido me observaba con una mirada cínica. Tenía mejor aspecto que el otro por lo menos en vestimenta; además razonaba… bueno dejémosle en hablaba. Seguro no iba a estar de buenas al ver lo que le hice a su acompañante; aunque pensándolo bien sólo había un gran sarcófago en todo el mausoleo, entonces… tal vez…

-Señor, es un verdadero placer pero creo que mi familia me está esperando a cenar; lamento lo de su… usted sabe. Él se me lanzó encima con esos ojos llenos de deseos reprimidos; ya ve como son todos, juran amor eterno un día y al siguiente están persiguiendo otras opciones. Sin embargo usted me parece un caballero… ¿Qué digo? Un autentico rey, estoy segura de que merece algo mejor – Dije nerviosa mientras me acercaba poco a poco a la entrada, sonteniendo aún la espada bañada en sangre. Mis movimientos eran lentos y procuraba no darle la espalda – Excelente cripta ¿no cree? Apropiada para criar… ¿niños?... engendritos. Espero que sea de su agrado; lo dejo porque entiendo que necesita tener su tiempo de duelo para después buscar a alguien digno de compartir éste excelente palacio. Muy buenas noches…

En cuanto sentí que tenía el pasillo detrás de mí, gire y comencé a correr lo más rápido que me permitían las piernas ya algo adoloridas pero todavía con la suficiente fuerza para sostenerme. Encontrar la salida entre la obscuridad era el próximo reto para salvar mi vida.

“Yo, ¿bromeando?” Me salió del corazón darle el pésame;…obvio no. Perfecto, tan veloz como el vampiro anterior. No pensaba rogarle por mi vida como un soldado cobarde, mejor morir con dignidad.

-Es evidente que cometí un error, ese tono de cabello indica su completa hombría monsieur – Maldición, lo estaba arruinando más, las disculpas definitivo no eran lo mío.- Ya obtuve mucha diversión para una sola noche, lo mejor es que me vaya a casa.

Quité mi rostro de su helada mano, iba a intentar cortar su cabeza con la espada o por lo menos herirlo para ganar algo de tiempo; tiré un golpe directo a su cuello.

“Me tocó la cintura, que atrevimiento”, Pensándolo mejor morirme se había convertido en una buena alternativa antes de convertirme en un juguete para el no muerto; ¿qué demonios eran? Un gran misterio mas no estaba en el mejor momento de ponerme a filosofar sobre vampiros.

-Natasha, un placer mi lord – no pensaba darle mi apellido – Me presenté, soy cortés y tengo que irme.

Esa espada era una belleza pero no la única que guardaba en la mansión; tendría que resignarme a abandonarla, con mucha suerte podría regresar en la mañana a recuperarla si es que no se la llevaba... cuanta esperanza, me olvidaba de lo principal: Salir. Todavía no me acostumbraba a la falta de luz, seguí avanzando tontamente a tientas tratando de escapar aunque pareciera imposible.

Debí hacerle caso…, “¡Claro que no!, no estaba loca”. Era un sádico de esos a los que les gusta jugar un poco con su comida antes de arrancarle el cuello, me recordaba a los gatos cuando perseguían a las ratas, con sus pequeñas patas primero las arañaban para después soltarlas y volverlas a atrapar; algo bueno aprendí en Alemania: No confíes en un vampiro.

- Mire se lo dejaré claro, yo tengo una venganza pendiente a la que no pienso renunciar por lo que usted me dejará ir… no, es obvio que así no funciona – distinguiendo mejor su silueta me le acerqué, fingí que pensaba coquetearle como paga por mi libertad; cuando estuve lo suficientemente próxima le dí un rodillazo entre las piernas y me apresuré a subir las escaleras, por fin estaba en la capilla, traté de salir de ella para esconderme entre las tumbas del cementerio.

Me sentía mareada después del golpe que recibí, cuando lo escuchaba hablarme podría haber sido un sueño y daría lo mismo, era como un eco en mi cabeza. Mi propia espada sirvió para sacar sangre de mi cuerpo; la última vez que alguien logró abrirme el brazo fue practicando esgrima, todavía se podía apreciar la gran cicatriz que llevaba como recuerdo de mis entrenamientos.

Un cadáver andante trataba de darme lecciones de modales, que humillación. -podría dejarte vivir o podrías ser la cena mas deliciosa y placentera de mi existencia, ¿por qué no me ayudas tu misma a decidirlo?- no sabía responder, no deseaba rendirme ante nadie, menos ante “algo”; “sólo dí que sí” escuchaba el eco en mi mente cansada, pero ¿y si resultaba ser únicamente una burla?

No tenía ni una hora de conocerlo y ya lo odiaba con todas mis fuerzas, las que me quedaban; me le quede viendo unos instantes, ni siquiera parecía realmente aterrador a la vista, perder con él era patético.

Una lágrima rodó por mi mejilla y enseguida el cielo despejado lloraba conmigo como hace mucho no pasaba; las gotas se hicieron más y más en tan sólo unos minutos, sabía que hacia frío pero mi interior estaba ardiendo – Por mí puedes irte al infierno – una masa de agua se formó frente a mí la cual formaba una especie de esfera que flotaba, estaba asustada, lo último que pude ver fue como se dirigía hacia él, ¿estaba salvada? No, lo arrojo unos cuantos metros, después me desvanecí.

Desperté con nauseas sobre el altar de la capilla; me incorporé un poco volteando rumbo a todas direcciones espantada, estaba sola aparentemente, el corte en mi brazo ya no existía, ¿acaso estaba alucinando?, quizá habría soñado todo aunque en realidad nunca habría pensado en quedarme dormida sobre un lugar sagrado, me sentía sacrificio para los dioses como hacían en el lejano Grecia, por lo menos eso describía la Ilíada y Odisea en sus páginas.

Tenía recuerdos de la discusión con el vampiro, no lo había olvidado, por pura suerte seguía con vida, eso y al parecer un poco de ayuda recibida de algún buen samaritano que me dejo segura en el sepulcro. Era imposible encontrar otra explicación a estar sana y fuera de peligro.

Ya sintiéndome un poco mejor, me levante por completo; algo me estorbo, era la espada, al menos ya no tendría que regresar a buscarla. Tentando a mi suerte baje de nuevo a la tumba de mis padres, estaba sola esta vez; hurgué entre los objetos de mi madre donde existían libros con símbolos bastante extraños, no entendí ninguno al darles la primera ojeada. Tomé los que mis brazos podían soportar y me parecieron más importantes, si el destino deseaba favorecerme en esta ocasión, servirían más que todas esas vueltas a la biblioteca.

Casi era hora de que el sol saliera, eso disminuía mis preocupaciones. Salí del cementerio y caminé a la mansión, necesitaba un verdadero descanso, seguramente no me pondría en pie hasta la noche siguiente. Al llegar, después de acomodar mis cosas, puse la cabeza en la almohada y todo se obscureció rápidamente.