Me gustaría escribir mi nombre, leer palabras de amor, y recitar versos por la noche...[Libre]

Las inmensas puertas de la biblioteca...Preciosas. Solo por ver como era por fuera, sentía más curiosidad por ver como sería por dentro. Cada vez, el deseo de leer y de escribir, crecía más. Sentía hasta impotencia, me amargaba no poder escribir mi nombre, que la gente que sí sabía aprovechara la ocasión para irónicos comentarios...No lo aguantaba.

Un moño bien hecho, recogía todo mi pelo, y dos trenzas a cada lado de mi cara se unían a el, formando un precioso recogido. Un arapiento vestido azul, apretado y con medias mangas, era lucido ese día. Y calzado...¿Bromeas? Yo no tengo de eso. ¿Qué hora sería? La hora crítica para desear leer. Las 18 horas, seis de la tarde, cuando los ''señores'' quieren leer algo antes de la cena. ¡Maldita Inglaterra y sus ricachones! Dios parecía tener favoritos. Pero algún día, me iría de allí, e iría a un lugar donde todos tuvieran las mismas oportunidades, donde poder trabajar sin miedo...Pero ese sitio aún no estaba creado, así que era mentira que Dios creó el mundo, por que faltaba un lugar.

Mis ojos contemplaban aún iluminados esas magníficas puertas, esas magníficas columnas, preciosas ventanas...¿Ventanas? Esta era la mía. Me acerqué a ella como quien no quiere la cosa, y me asomé. Mi mano estaba apoyada en la ventana, y mis ojos divisaban a la gente leyendo, perdiéndose entre las grandes estanterías...
Mi deseo de leer y escribir aumentó más, más, más...Me volvería loca-Algún día...-Musitaron mis labios, en tono bajo, pero claro.

- Disculpe...- dice una voz indecisa.
Levanto, durante un segundo, la vista del libro. Una de las bibliotecarias se ha acercado a mí, y me dirige la palabra, indecisa. Supongo que es parte de su trabajo no molestar, pero parece a punto de explotar si no dice algo. Mi vista vuelve a las líneas del libro, mientras respondo.
- ¿Sí? ¿Qué ocurre?
- No pretendo ser descortés, pero lleva aquí, sin moverse, más de cinco horas...- mientras habla, el volumen de su voz va disminuyendo.
Parece que no le entusiasma la idea de interrumpir a uno de los lectores. Y, supongo, dada la sociedad en la que vivo, que el hecho de que vaya bien vestida, con la apariencia de una rica burguesa, influye. Resulta irónico que mi vestido, de un tono morado oscuro, con un corte que deja a la vista mis hombros y una falda con menos pliegues y capas de lo habitual, hecho a medida por un buen sastre y con un corsé negro incorporado, pueda abrirme tantas puertas como la magia.
- Ajá... ¿Qué hora es?- vuelvo a levantar la vista, girando la cabeza, para lo que aparto mi pelo de uno de mis hombros, sobre el que cae, suelto. Nunca me ha entusiasmado recogérmelo.
- Las seis en punto- como siempre, apenas había notado el paso del tiempo.
- Bueno, no pasa nada. Gracias por preocuparse, pero estoy perfectamente- respondo, para tranquilizarla, sin apartar la vista de las líneas del libro.
Un auténtico manuscrito de los monjes copistas de algún monasterio. El original. Con las bellas letras escritas sobre sus medievales páginas, hablando sobre la quema de brujas. Apasionante. Terrible, es cierto, sobre todo para mí. Pero siempre he adorado los libros antiguos. Y más si hablan sobre magia. Y éste contiene muchas referencias a los ritos y conjuros de aquellas brujas.
La bibliotecaria se marcha. No entiendo su preocupación... O tal vez sí. Estaba aquí cuando ella empezó su turno. No he comido, la verdad. Pero no puedo llevarme este libro a casa, y quiero terminarlo. Aunque siempre podría robarlo.
Levemente distraída, por estos pensamientos y por la interrupción que ha sufrido mi lectura, levanto la vista. Al dirigirla a una ventana, mis ojos se cruzan con los de una joven, de clase baja, que mira con curiosidad y adoración al interior de la biblioteca. Le dirijo una sonrisa. Cualquier amante de los libros la merece. Además, ¿despreciar yo a la clase baja? Sería lo más hipócrita que podía hacer. No siempre he tenido vestidos tan lujosos como éste...