Mirada hacia el pasado [Marius]

Caída la noche, me sumergí de lleno en el oscuro cementerio. Allí reposaba Robert, mi tercer marido. Que calladito estaba ahora. Con lo que le gustaba conversar. Dejé las flores sobre su lápida. En ella rezaba: "Tú alma disfruta ahora del paraíso". Que ironía. La sonrisa se dibujó en mis labios.

-Gracias por tu cariño Robert. El paraíso es más dulce, de lo que imaginaba - susurré en un hilo de voz. Todos los sábados llevaba flores a su tumba, sólo para acallar las habladurías hacia mi persona. Algunos sospechaban de mí. A otros les daba igual. Aún recuerdo el sonido de su cuello. Ese crujido contra el suelo, que le sumió en un profundo sueño.

Aquella noche, llevaba el vestido que él me había regalado, escasos días después de conocernos. Supongo que, en el fondo, soy una sentimental. Sus ojos llenos de pánico, volvieron a repetirse en mi recuerdo. Nunca olvidaré esa mirada. La clase de mirada que se te queda cuando tu mujer y fiel esposa, te arroja por las escaleras. Rebotó en cada escalón, como una pelota de juguete.

Limpié la lápida, cubierta de nieve. De algún modo, me sentía melancólica. Quizás fuera el invierno.

Me incorporé, sin expresión alguna en mi rostro, dispuesta a marcharme. Pero alguien rompió el silencio, la calma en la que me había sumido.

-¿Era familia vuestra?- Ni le vi llegar. Frente a mí, un hombre apuesto. La melena rubia llegaba hasta la mitad de su espalda. Sus ojos eran azules. No tenía un rostro agresivo. Si no todo lo contrario. Tenía el tipo de porte, que tiene que tener un caballero -siento mucho la pérdida, my lady.

-Así es, monsieur - dije apenada. No me costó fingir expresión de "viuda acongojada". La "máscara" que cubría mi rostro, estaba forjada en hierro -Mi dulce y encantador marido. Murió hace un año. Pero no puedo dejar de acudir a su tumba. Aún siento el ardor en mis entrañas - Era tan fácil. Tan simple. En general, siempre se ha dicho que el ser humano, es complicado. Lleno de matices e imperfecciones. Nuestra moral, es lo único que nos diferencia de los animales. Pero yo no tenía moral. Nunca me permitieron catarla -¿Vos también habéis perdido a alguien? ¿O sólo disfrutabais de la noche? si no es indiscreción -

-No es indiscreción my lady. También perdí a mi esposa hará ya dos inviernos, la fiebre pudo con su fuerte voluntad. Cada semana procuro visitar su tumba para dejar unas pocas flores…- Era enternecedor, que al menos sus palabras fueran sinceras en aquel lugar, tras la gigantesca capa de veneno, que cubría la tumba de mi marido -Por cierto, mi nombre es Marius… para servirla- normalmente limpio mi mano cuando algún desconocido, procede a besarla. Pero aquel hombre no me desagradaba, a pesar de que estaba como un témpano de hielo. Aún así había algo extraño en él. No supe decir con exactitud. Quizás fueran sus modales. Generalmente, todos los caballeros terminan delatándose. Pero el seguía con el mismo porte y la misma educación con la que había llegado; inamovible. Como un corte perfecto y limpio. Pero tras el corte, la herida siempre sangra. Así que, no quise arriesgarme. Así que, le mentí.

-Anna - sonreí, educadamente -es un placer conoceros - en realidad, necesitaba conocer algún dato más. Algo que confirmara quien era y lo que quería. Normalmente, es difícil que alguien te dirija la palabra en un cementerio, ya sólo por la lúgubre sensación, que te provoca. O quizás, la única razón para dignarse a hablarme, fuera sentirse sólo -No debemos movernos por los mismos ambientes - afirmé apenada, dando a entender que su compañía me agradaba -Juraría que nunca os he visto ¿Me equivoco? - comente de improviso, con gran suspicacia, mientras me calzaba los guantes. Cada vez hacía más frío.

-No creo que se equivoque my lady. Me avergüenza tener que deciros que pese al tiempo que ha pasado desde la muerte de mi delicada flor no he conseguido superar su pérdida. Ya no salgo de casa, me encierro a cal y canto en mis aposentos con una botella de whisky como única compañía, aferrándome a su cuello de cristal hasta que el alcohol acaba tumbándome. Es lamentable, lo sé… solo me sereno y me visto como el caballero que una vez fui para visitar a mi dulce flor. Para que, si desde el cielo es capaz de verme, no se preocupe por el hombre que más la amo en este mundo-

Yo no andaba equivocada. Tal y como había descrito la monotonía que sufría, tristemente su vida vacía, era un hombre sólo y sin rumbo en un mundo inútil. Casi me dio lástima cuando contemplé su rostro, acongojado por la tragedia. Casi... Mis ojos se tornaron melancólicos y mis labios se apretaron compadecidos. Aún así, seguía sin conocer el paradero de aquel hombre. Volví a fijar mi mirada, de forma disimulada, en sus ropas. Imaginé un fajo de billetes, debajo de cada mueble de su casa.

-No debéis avergonzaros. Pese a todo, y os lo digo con la más humilde intención y con el ánimo de serenaros; es realmente hermosa, la nostalgia con la que describís vuestro pesar, tras la pérdida de esa mujer. Imagino una preciosidad con la cara de un ángel, teniendo en cuenta vuestra valía. Os lo digo sin ningún tipo de acritud. Es algo que suelo ver en las personas, palpablemente- primera regla del buen embaucador: la única forma de ganar la confianza de alguien, es mostrar una enorme empatía -Me temo que no sois el único en este mundo incierto, en el que la suerte se torna y la oscuridad envuelve tu camino, dejándote ciego y sin saber donde poner el pie para no tropezar, para dar el siguiente paso. Aún no se, cómo soy capaz de levantarme cada día de la cama helada y vacía. Supongo que, el único consuelo que nos queda, es saber que en algún lugar del cielo, ellos velan por nosotros y nos dan fuerzas cada día para no cometer ningún tipo de locura. Se que desean que sigamos adelante, que nuestro camino se ilumine y quizás, algún día, encontrar a alguien que no les suplante, pero si que cubran ese espacio para que vuelva a estar caliente, cuando el amanecer te despierta. Volver al trabajo, disfrutar de la compañía adecuada. Salir de vez en cuando, dar largos paseos y mantener el contacto con las personas queridas que aún pueblan a tu alrededor ¿No estáis de acuerdo? - dije, guiñándole un ojo. Luego relajé el gesto -¿Tenéis algún proyecto? ¿Algún tipo de objeto emprendedor en el que poder centraros? ¿Trabajo que ocupe vuestro tiempo? -

-Banquero era mi oficio - ¡Dios mío! un golpe de buena suerte. Increíble... sentí que me daba un infarto ¡Madre mía del amor hermoso! ¡Qué hallazgo! -Me rompía la espalda con tal de dar a mi familia todos los caprichos que se les antojaran. Después del fallecimiento de mi esposa, había acumulado tanto dinero que ya no me hacía falta seguir trabajando así que me decidí en ahogar mis penas en alcohol hasta el día de mi muerte- Mi mente reprodujo la palabra "capricho" infinidad de veces, como un relato eterno -despedí al servicio con tal de guardarme el dinero para gastarlo solo en alcohol - Imaginé una mujer: hermosa, divina, nadando en dólares y comiendo en platos de porcelana china; ¡A mí!

-Es terrible... - murmuré -Trágico... - ¿Qué solía hacer en estos casos? Imaginar mi colección de zapatos destrozados, era el mejor método para conseguir un par de lágrimas. Mis ojos se humedecieron de inmediato, sacando con la mano un pañuelo, con sumo cuidado, de la manga contraria. Efecto conseguido -Perdonar. Pero los cementerios me ponen triste - doblé el pañuelo en cuatro empequeñeciéndolo y, con la puntita de la tela, me sequé el lagrimal -¿Os confieso algo, monsieur? - articulé, en un arrebato por ser sincera -Estáis de suerte. Habéis ido a dar, con la persona indicada - dejé caer una caricia sobre su hombro. A veces un gesto dice más que cualquier palabra.

Desde el momento que le vi, supe que sería difícil conquistarle. Pero un corazón débil se deja llevar sin apenas darse cuenta. Esa era mi baza. Entrelacé su brazo al mío con suavidad, sonriéndole cortésmente y empecé a caminar entre las tumbas a su lado. Si llego a saber que esto podía suceder; habría acudido seis veces al mes a la tumba de Robert, en vez de una.

-¿Sabe? - volví a confesar. A veces la verdad era el único modo -Odio las conversaciones de los banqueros - sonreí dándole a entender, que quería distraerle, para sacarle del infortunio -En realidad, siempre me consideré... una bohemia - pronuncié con grandiosidad, como si estuviese vislumbrando un cuadro de Thomas Sully, delante de mis narices. No quería que pensase que, codiciaba su dinero. O que me interesaba por él, con el único fin, de conquistarlo.


[Off: ¬¬... XDDDDDDDDDDDDDD no te preocupes. En realidad... ¡me he llevado una grata sorpresa! XD quedas perdonado]

-Me recordáis a mí en mi juventud. Pase parte de mi niñez en Venecia, una ciudad donde la belleza se puede contemplar en los monumentos… y las mujeres - ¿Enamoradizo? ¿Juerguista, quizás? sonreí de forma encantadora. Pero no por su comentario. No... Tampoco en un intento por acompañar, su tímido alarde de felicidad fugaz. No... Sonreí porque, creí hallar una baza más, a mi favor - De joven mi única preocupación era llevar a tantas mujeres pudiera a Murano en góndola para… vos os lo imaginareis - Perfectamente... agaché el rostro tras una sonrisa apocada, como si me diese vergüenza que me hablase de ese tipo de cosas. Sus recuerdos me transportaron al pasaje de inmediato. Imaginé a un jovenzuelo Casanova, que tras una sonrisa hechicera, estiraba la mano, para ayudar a infinidad de jovencitas, a subir a su góndola -No os lo toméis como un atrevimiento por mi parte, solo quiero ser sincero para que no creáis que nací siendo un estirado banquero- Le miré con desmesurada curiosidad. No era un hombre corriente. Alguien en el que nunca te fijarías. Jamás pasaría desapercibido en una fiesta, sin pena ni gloria. No... Imposible no fijarse. Un caballero interesante. Diría que incluso singular. A pesar de sus comentarios mínimamente subidos de tono e insinuantes, parecía de lo más modesto. ¿Cómo un hombre así, terminó siendo banquero? Mi raciocinio fue incapaz de asimilarlo - Pero todo cambió cuando llevé a mi última mujer de paseo en góndola, cuando la vi supe que mi destino no sería Murano, como las anteriores - Ahora decaía. Supuse que hablaba de su mujer. El rostro le delató, antes que las palabras - quería llevarla hasta el fin del mundo…- un acto romántico y soñador, como un drama Shakesperiano -Ve, no consigo si quiera levantar el ánimo durante 5 minutos… No me queda nada -

-¿Sabéis? - dejé caer un dedo sobre mi boca, tratando de recordar una vaga imagen de mi infancia. Era lo mínimo que podía hacer, después de que me confesara un momento de su vida de lo más enternecedor y demás pensamientos de privacidad, con tanta sinceridad. Yo no estaba acostumbrada. Los hombres nunca hablaban así. O al menos, los que yo conocía. Tendría cuatro años cuando ocurrió... -Es curioso, como reproduces momentos de tu vida pasados con tanta nitidez, mientras que otros, que han sucedido escasos minutos antes; se olvidan - casi en un hilo de voz, me hallé fascinada, expresando aquel pensamiento en alto, sin ser consciente de que, el caballero estaba presente allí -La primera vez que fui a Venecia... tendría cuatro años - mi mirada permaneció perdida en el horizonte, con la expectación en los ojos. Como si acabase de descubrir algo -Mi madre gritaba... - le miré cogiendo aire, preparando el grito, para imitar a mi madre. Y agitando la mano, con los dedos juntos; hice un gesto típicamente italiano - ¡Andare a gonfie vele! ¡Andare a gonfie vele! ¡Andare a gonfie vele! - estiré la "e" final en la última frase, moviendo con mayor ímpetu la extremidad. Luego estallé en carcajadas sin poder remediarlo. "Si... viento en popa madre. Y a toda vela..." -Era la única frase que mi madre conocía en Italiano. Y todo porque acababa de oírla de boca de uno de los marineros de nuestro barco. Del barco que nos había llevado hasta allí - le expliqué moviendo la cabeza, como si mi madre no tuviese remedio alguno -Ella era así... - mi voz calló de repente, borrando la sonrisa. Pero continué -Entramos en un restaurante, nos sentamos en una de las mesas y esperamos al camarero. A nuestro lado, una mujer llena de lágrimas. Y de fondo, el sonido de las copas de cristal y el choque del cubierto contra el plato. Os aseguro que era la mujer más triste que había visto jamás - ¿Creí verme en aquella mujer, por un momento? Si... ahora me asemejaba bastante a ella. Que triste... Mi monstruo interno me hizo callar, recordándome mi cometido. Mi nueva misión. Pero... si escasos días antes me había arrepentido de mis acciones, hallándome sola y triste. ¿Por qué volver a la carga? el monstruo volvió a callarme de forma feroz. "Ahí la respuesta; él era el culpable".

-La mujer era Portuguesa. Pero pidió una taza de té, con un acento italiano exquisito, entre llantos silenciosos. Mi madre se acercó curiosa ¿Qué os pasa? preguntó con todo el descaro y en inglés. Ella era así... La mujer la miró sin entender. Yo la expliqué que era inglesa y lo que le había preguntado. - imité la escena con la mirada perdida en el suelo - "Mi cuñada a fallecido esta misma tarde. Y para colmo, la funeraria ha perdido el cadáver" dijo... Abrí la boca anonadada. Era una locura. Me pregunté, cómo había sucedido. Incluso hice amago de querer preguntárselo a ella - miré al caballero, con una leve sonrisa - Pero no llegué a tiempo. Mi madre se adelantó. Ella era así. Procuró manifestar el máximo pesar, fuese cual fuese la causa. Y con inmensa tragedia en el rostro, una mano en el pecho y la otra sobre el hombro de la mujer, dijo; Andare a gonfie vele... - recordé a la mujer no dar crédito en ese momento. Aunque ya había quedado advertida de antemano. El comentario de mi madre no tenía ni pies ni cabeza. Hasta temí que se ofendiese. Por entonces era feliz con ella y no tenía pensamientos oscuros. Mi padre aún no la había abandonado. De nuevo el monstruo me recordó quien era. Pero no le hice caso. Aquella noche estaba reviviendo muchas cosas sin quererlo -¿Pues... os podéis creer... que la mujer no podía parar de reír? Mereció la pena. Aunque sólo fuese por un segundo, ver esa sonrisa, después de toda la congoja - Observé su rostro ¿En que estaría pensando? ¿Quedaría seducido por mis palabras? Sonreí por dentro, malévola -Vuestros pocos minutos de felicidad, también han merecido la pena - Y tanto que si valió la pena aquella felicidad fugaz. Tenía una sonrisa de lo más encantadora. "Que pena que vayas a borrársela" me recordó el monstruo, haciéndome cambiar de parecer; volviendo mi interior, de lo más tenebroso. Yo era así...


[off: creo que me he pasado xDDD de largo]

- Decís cada cosa, Alma. Cuando habláis me hacéis creer que hay aún esperanzas para mí, esperanzas que creía ahogadas en un torrente de ron- Que bebiese me daba igual. Posiblemente yo le superase. De hecho... mi petaca estaba bien sujeta a la liga izquierda. Mientras que... en la derecha; el filo de mi daga entraba en calor tras contactar con mi piel. Mis dos amigas..., escondí la sonrisa.

Perdimos de vista el cementerio. Por hoy, había cumplido con la escena nostálgica de todos los meses. Caminamos por un caminito de piedra, que nos llevó hasta una de las calles. ¿Donde llevarle? A una taberna no. Eso seguro. O quizás llevase también una petaca como yo, en algún bolsillo interno de su camisa. No lo se...

- ¿Creé que podría volver a ser el caballero que una vez fui? Siento que yo solo no puedo hacerlo y me estremezco al pensar en buscar una mujer… ¿sería un insulto a la memoria de mi difunta Elena? Ella me diría que hiciese lo que fuera con tal de ser feliz ¿pero seré capaz de ser feliz con otra mujer? Ahora me doy cuenta que no es la tristeza lo que hace aferrarme al cristal de la copa… es el miedo a enfrentarme al mundo solo…-

-Os aseguro que será un placer acompañaros, hasta que os veais con fuerzas para seguir adelante. Y os advierto que no me rindo con facilidad - Siempre conseguí lo que me propuse... No quise mostrarle mi interés. O hacerle creer que me estaba conquistando. No insinuarle que yo fuese esa mujer nueva. No habría sido inteligente por mi parte. No podía espantarle, de esa manera -Miré... - me detuve de inmediato al entrar en una pequeña plaza. Un millar de personas se amontonaban para ver un desfile. Acróbatas, magos y bailarinas acompañados por una banda, circulaban al ritmo de la música ¡Un circo ambulante! -C'est incroyable... - susurré perpleja con una mano en el pecho, presa del descubrimiento. Agarré al hombre de la mano y me colé entre el público para ver el espectáculo de cerca. Siempre quise ir al circo. O al menos saber lo que era. Pero el repelente de mi padre nunca me llevó. Que dolor de cabeza... Siempre me ocurría al recordar al maldito bastardo, la peste pútrida. Me incline hacia su oído fascinada, borrando el rostro de Dupont de mi mente -Lo veis... - Claro que lo veía. Sus ojos permanecían aún en su sitio -Nosotros perdiendo el tiempo en un triste cementerio, mientras que ellos disfrutan de la fiesta, a sólo unos minutos de allí. Que cosas... - le miré con curiosidad ¿En qué estaría pensado? -¿Sería inteligente sumarnos al grupo? ¿Os imagináis? - sonreí mordiéndome un dedo, pícara -Vos el domador de leones y yo la acróbata temeraria - negué con la cabeza loca de atar, dejándome caer sobre su pecho. Cómo si se hubiese apoderado de mí, una extraña alegría; Euforia desbordante . Mis cabellos rozaron su mejilla, de forma discreta. Todo falso, por supuesto... Necesitaba más contacto -Que locura... - sonreí dulcemente, al hombre frente a mí.

-Y que milagro sería que sobreviviéramos al primer día de trabajo. Yo devorado por las fieras y vos dañada por una caída tonta. No quiero ni imaginármelo. Mejor de comediantes…- ¡Un hombre con sentido del humor! fantástico... ¿Era mi impresión o empezaba a olvidarse de su mujercita? Mi arte es pura maestría. Reí apoyándome con más decisión. Esta vez, sobre su hombro, dejándo la la cabeza caer sobre mis propias manos, escondiendo el rostro; muerta de risa.
-… que mejor forma de conseguir felicidad que dándola a otras personas ¿No creé? Y es más seguro que jugársela con las fieras y con peligrosas acrobacias- alce el rostro, mirándole con ternura. Mi sonrisa permaneció congelada, en su sitio; como la de una pintura, siempre eterna. Era encantador. Una lástima... - Siento decir que no duraríamos como feriantes ni dos días, estamos acostumbrados a demasiadas comodidades- volví a coger su brazo, colocándole el cuello de la camisa, a pesar de estar en su sitio correcto. Otra de las muchas cosas que hacen a una mujer encantadora y servicial. Preocupada por un hombre. Obsesionada por cuidarle. Para serle fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, hasta que mi cuchillo nos separe... ¿O arsénico? ya vería...
-¿Olvidáis que soy una bohemia? - bromeé, recordándole mi comentario, de lo más acertado.

- He de agradecerle todo lo que ha logrado conseguir en esta noche… me siento otro hombre desde que he salido del cementerio- excelente... acaricié su brazo, volviendo a perder la vista en el desfile. Cerca de nosotros escuché a un muchachito de lo más gracioso gritar; "¡Mira mamá! ¡Un oso!" . Gracioso hasta que gritó. señalaba una de las jaulas, de forma impetuosa. Críos... sujete mi cabeza, cerrando los ojos, creyendo tener migraña por sus gritos. Para colmo me vi envidiando al niño. Patético... - pero con palabras no es suficiente para demostrarle todo lo agradecido que estoy… ¿podría hacer algo por vos? ¿Se sentiría ofendida si la invitara al teatro mañana por la noche? - de inmediato le miré con la boca abierta. Impresionante ¡No di crédito! bajé la vista tímidamente. Por dentro, llevaba una fiesta a ritmo de latido. Los feriantes sentirían envidia, codiciando una invitación para colarse en mi celebración ¿Que hacer? ¡Ah! si... No encontrar palabras para expresarte, solía ser una buena opción.

-Yo... monsieur... estoy... No se como explicarme. Por favor, disculparme - puse ojos de cordero degollado. Eso se me daba muy bien. Mi dulce cara de porcelana haría el resto -Sí. Me... - abaniqué mi rostro con la mano, como si me estuviese dando un bajón de tensión o algo parecido, de la impresión -Me encantaría - sonreí emocionada. Necesitaba oírle de nuevo. Incluso me quedé mirando sus ojos con fijeza, por segunda vez. Pestañeé de forma lenta, con la boca abierta, como si estuviese fascinada por sus palabras, por su compañía o por su belleza. Daba igual lo que pensará. Pero al menos deseé que el sentimiento le llegase -Supongo que tenéis razón. Es imposible agradecéroslo con palabras - fue entonces cuando agarré sus manos y acerqué los labios, para depositar un dulce beso en ellas, venerándole.

-Yo... monsieur... estoy... No se como explicarme. Por favor, disculparme- sonreí con timidez y temblé ligeramente como si su respuesta dependiera de mi vida. Ella hacía un papel perfecto, digno de alabanza- Sí. Me... Me encantaría- aceptó al fin. Su mirada quedo fija en la mía durante largos segundos, creando un momento de tensión que podría haber acabado en algo muy diferente si no hubiera recordado que quería matarme- Supongo que tenéis razón. Es imposible agradecéroslo con palabras- y tomó mis manos para después besarlas.

-Soy yo el que os tiene que agradecer todo, no vos a mi- acerqué sus manos a mis labios y también deposite un beso en su cálida piel. La tentación de dar un pequeño mordisquito fue grande, pero debía controlarme… o no. Nadie iba a culparme por tastar un poco de mi futura comida.
Deje que la esencia del vampiro la rodeara para que no pudiese separar su mirada de mis hipnóticos ojos. Pasé una mano por su cintura y la otra tomó su mentón con el dedo índice y pulgar. Fui hacer intenciones de besarla, pero amagué y mis labios fueron a su oreja- No hay dolor…- sentencié con un susurro atrayente e hipnótico. Sin más demora mis dientes se clavaron en su cuello y bebí de su sangre despacio. No hubo gemido de dolor ni sacudidas por desasirse de mi abrazo mortal y mi beso de vampiro. Alma estaba en trance, mis ojos y mis palabras la habían hipnotizado como a todos de los que me alimentaba del pequeño sorbo. Ningún inocente merecía sufrir dolor de un asesino. Alma no era una inocente, pero no había llegado su hora de morir.
Bebí de ella hasta el punto que sus fuerzas decaerían, suficiente para seguir consciente pero muy agotada.
Uno de mis colmillos hirió mi lengua y mi boca se lleno de mi propia sangre. Mojé mis labios con el líquido carmesí y besé las heridas que habían producido mi profundo beso. Los orificios de mis colmillos sanaron al instante.
Alma había perdido calidez y color en la piel, yo por lo contrario, había ganado un poco de ambas cosas.- ¿Alma, se encuentra bien?- dije volviendo a asumir mi rol de caballero alcohólico. Alma parpadeo varias veces y por fin dejó de tener la mirada fija en ninguna parte, ya había despertado del trance. El agotamiento la envolvió y tuve que cogerla para que no cayera- Disculpe mi atrevimiento, pero no podía dejarla caer- me disculpe por haber tocado su cuerpo sin permiso- Tiene mala cara, Alma- cada vez subía el tono de mi voz, como si su falta de salud me alarmara- Tengo que llevarla a casa, sola no será capaz de moverse.

-Soy yo el que os tiene que agradecer todo, no vos a mi- Besó mi mano, muy caballeroso.

Y... a partir de aquí...
No sabría explicar que sucedió a partir de aquí.

Lo último que recuerdo, es ver a Marius, acercarse con lentitud, hacia mi boca. Luego perderme en la profundidad de sus ojos, nublada por el deseo. Y, finalmente... la nada.
De inmediato, me vi envuelta entre sus brazos, recuperando la consciencia ¿Me había desmayado? ¿Cómo? Esto si que no me había pasado nunca...

- ¿Alma, se encuentra bien?- parpadeé confusa ¿Estaba bien? me sentía horriblemente mareada. Como si me hubiese dado una bajada de tensión de pronto ¿Tam maravilloso fue su beso, que logró sumirme en un profundo sueño? No lo creo... - Disculpe mi atrevimiento, pero no podía dejarla caer- se lo agradecí medio ida, aún con la mirada distorsionada - Tiene mala cara, Alma- ¿Me dio un bajón de azúcar?
-Es... estoy bien - intenté articular en medio de un suspiro de lo más fatigoso.
- Tengo que llevarla a casa, sola no será capaz de moverse - Buena idea.

Me agarré a su hombro, sin creer poder dar un paso. Era como si la fuerza, se hubiese escapado de mí sin... ¡Ni siquiera avisarme! Mis piernas se tambalearon, incapaces de sostenerse. Aquella noche cené bien... ¿Por qué mis tobillos eran incapaces de sujetarme? ¿Y las plantas de los pies? ¡Incluso las manos! estaban heladas, frías como un muerto. Mire al caballero perpleja, antes de volver a desmayarme. Lo último que recordé decir, fue:
-¿Si vos habéis sido el culpable de esto, no quiero ni imaginar...? - y nada más.

La luz de la mañana, entraba por la ventana de mi habitación, iluminando mi cama. Me llevé una mano a la frente y deslicé la palma hasta mis ojos presionándolos para despejarme. Me dolía muchísimo la cabeza. No recordaba haber bebido. En ese instante, la palabra "Alcohol", retumbó en mi mente, recordando la noche pasada.
Me incorporé despacio mirando las sábanas. Luego mis aposentos. Por último mi ropa ¿Cuándo me acosté? "Marius..." conseguí hilar su nombre a partir de aquella palabra. No era yo la que bebía. No era yo la que lloraba la muerte del ser querido, aquella noche. No fui yo la que consiguió desarmarle. Fue él... con aquel beso demoledor. Me desmayé... Ahora encajaba las piezas a ritmo incesante. Pero... un detalle se me escapaba ¿Qué era? ¿Quedamos en algo aquella noche?
Llamé a Charles, para que me subiese el desayuno. Estaba hambrienta y no me veía con fuerzas para bajar al comedor. Encontré el Té exquisito. Y el bizcocho más sabroso que nunca. Necesitaba vestirme, asearme; volver a ser una persona. Abrí la ventana para ventilar el lugar, antes de ponerme en marcha. Me quedé sorprendida al asomarme y ver un carruaje frente a mi puerta. Miré la hora que marcaba el reloj de oro macizo de mesa, sobre la cómoda. Las siete y cuarto. Extraño... ¿Quien me visitaba a estas horas? Nadie me avisó, mediante ninguna carta.
-Señora. Un caballero desea verle - irrumpió en la habitación mi mayordomo, provocándome un sobresalto.
-Ahora bajo, Charles... - susurré confusa. Tendría que posponer ese baño.

Al bajar por la escalera de mármol y dirigirme al salón, encontré a un caballero que observaba con interés los libros de una de mis estanterías.
-¿Qué desea? - alcé la voz con el ceño fruncido. Este, se dio la vuelta. Tendría unos veinte años y no parecía avispado.
-Soy Andy Gordon. Policía - sonrió pagado de sí mismo - Y me envía el comisario Steven Marshall - pues para ser policía, vestía de paisano -Y me gustaría hacerle unas preguntas. Es sobre su marido - ¿Cual de ellos? pensé confusa -Es simple papeleo. Una mera formalidad, para cerrar el caso - mentía fatal. Y hablaba de Robert, seguro. Era el más reciente.
-Eso pasó hace un año. Y ya contesté a todas sus preguntas, aquel funesto día - contesté con aplomo.
- Insisto, señora Dupont - se acercó a mi por vez primera ¿Intentaba intimidarme? Pues lo llevaba claro... Necesitaba librarme de él, para pensar con detenimiento, todas mis coartadas. No dejarme cabos sueltos. En esos momentos, yo aún no estaba lucida. Y aquello me cogió por sorpresa. Así que, utilizando la menor cantidad de palabras, conseguí que me dejara a solas.
-En estos momentos estoy ocupada. Contestaré a todas sus preguntas mañana. Intentaré ser lo más concisa posible. Y ahora si me disculpa... debo seguir con mis quehaceres. Buenos días - hice una reverencia con una sonrisa perfecta. Este me la devolvió, aceptando mi propuesta.

Regresé a mi cuarto, con el corazón en un puño ¿Estaba nerviosa? ¿Y quién era ese tal Marshall? ¿Por qué se interesaba en mí, después de tanto tiempo? Intuí la respuesta; un hombre amargado y aburrido, más inteligente que el señor Gordon.
Menudo drama... Como una novela negra o una tragedia griega. Entonces recordé el detalle que se me escapaba. Sabía que era importante. Marius me invitó al teatro. Mi humor se serenó, hallando un aliciente en mi vida, dejando a un lado el suceso con la policía. Sólo tenía que esperar. Arreglarme con esmero para acudir a la cita por la noche. Pero tenía que ser precavida. Y no pensaba cambiar mis planes por muchos comisarios amargados que existiesen.

Tuve la sensación de que, algo saldría mal. A pesar de estar entusiasmada por mi encuentro en el teatro y por mis nuevas compañías; el nombre de aquel caballero, no dejaba de repetirse en mi cabeza. Steven Marshall.
Intenté abrocharme el colgante que luciría aquella noche, sin poder enganchar los extremos. Las cortinas del salón estaban corridas. Que más daban las vistas, si ya no se veía la calle.
Me quedé ensimismada mirando un cuadro. La imagen de una mujer con las manos cruzadas sobre su regazo. Era yo... Mi gesto sereno. Mi ojos nobles. Ni el pintor fue capaz de captar la maldad, atravesando los poros de mi piel. De ser así, mi semblante sería el de un monstruo.

-Acompáñeme, caballero - escuché la vocecita de Charles, desde la lejanía, consiguiendo abrocharme el maldito colgante. A continuación, me di la vuelta con soltura. Ante mis ojos, el hombre que me haría rica por cuarta vez. Estaba deslumbrante. Todo un señor... ¿De dónde procedería? Sus facciones eran similares a las esculturas de algún artista desconocido, demasiado modesto como para afirmar ser autor de dicha estatua y así, no ser envidiado por otros, ante semejante maestría. Y yo no tenía ningún inconveniente, en ser su venus de Milo.
Caminé hacia él, con las manos cruzadas sobre mi regazo, exactamente igual que en el cuadro con el mismo gesto de dulzura servicial.

-Por un momento pensé, que me había quedado sin acompañante. Es un placer volver a veros, monsieur - dije mi pícara yo, haciendo una reverencia perfecta ante sus ojos. Luego, entrelacé mi brazo al suyo y salimos por la puerta de entrada -¿Y qué vamos a ver? - la curiosidad me pudo.
Siempre me gustó el ambiente que se respiraba en un teatro. Sabías que podía pasar cualquier cosa, tanto en el escenario como en el público. Siempre admiré a los actores. La capacidad que tenían de fingir ser otras personas y conmover al público. Hacer reír, odiar. Incluso llorar.
Las damas, acompañadas de sus maridos, se sentaban entre las butacas con sonrisas de cordialidad hacia todo el que las mirase. Yo las imité, haciendo lo mismo. Me sujete en el brazo de Marius para poder sentarme cómodamente. Tenerle tan cerca, ayudaba a mi pobre alma, a ser un poco más rica.
-Y dígame... - murmuré con extraña intriga -¿Cómo era su vida, antes de perderse por la "senda del diablo"? - necesitaba conocer sus gustos, que dejase de hablarme de sus tragedias. Si nuestra conversación se basaba en historias anteriores a la muerte de su esposa; todo sería más fácil.
Sonreí distraída al ver que un caballero, unas filas más atrás no dejaba de mirarme ¿Por qué apartaba la mirada de repente, con tanto ahínco? Su cara no me sonaba... ¿Quién era?

Hamlet... una obra maravillosa llena de riqueza lingüística. Envidias, dramatismo, venganza, intrigas, traiciones... ¿Podía ser más acertado? Yo creo que no...

-Ajetreada, mi trabajo ocupaba una gran parte de mi vida… una muy gran parte de mi vida, por desgracia - si... ser banquero siempre fue duro, además de aburrido -Poco a poco iba dejando de lado a mi mujer y a mi hobby: la pintura - abrí los ojos en demasía, sorprendida de que se dedicase a semejante arte. Intuí un hombre sensible, fascinado por la belleza de las formas, de las sombras y de los matices. Detallista quizás -Si, el arte es la mayor de mis pasiones… - pasional... era sensacional cada palabra. Cada mísera cosa que conseguía sacarle. Como cuando poco a poco le vas quitando la piel adherida a una manzana y la boca se te hace agua, deseando pegarle el primer mordisco ¿Sería igual de fácil llegar a su corazón? -pero hace demasiado tiempo que no mezclo colores ni siento es deslizar del pincel sobre el tapiz -

-Una lástima. Me hubiese gustado ver alguno de sus cuadros. Hay que tener una gran sensibilidad para plasmar a un ser humano en un lienzo. Las personas somos demasiado complicadas. Llenas de matices... - mi voz fue perdiéndose en un extraño tono de desconcierto. El desconocido no cesaba de mirarnos. Quizás sólo era una paranoia. Quizás sólo fuese amigo de Marius o lo conociese del banco. No lo se...

-...serías, ¿serías tan amable para posar para mí?- escuché su voz. Pero aquel hombre volvió a mirarme. Así que, casi en un susurro, totalmente distraída, murmuré:
-¿Para vos...? - el caballero iba sólo ¿Quién acude sólo al teatro? -¿Os molesta algo?- Ni siquiera cogió el pequeño programa de mano, un pergamino en el que los nombres de los actores y demás datos de la obra se redactaban a golpe de pincel. Lo tiró al suelo en cuanto una trabajadora se lo ofreció. Extraño... ¿Le daba igual la obra? ¿Qué hacía allí, entonces?

-Monsieur - llamé a Marius sin apartar la mirada del desconocido -¿Conocéis a ese caballero? - señalé discretamente con la mirada -Ahora no miréis. Pero está unas butacas más atrás. El del traje azul con botones dorados -

-Sí, le conozco, pero a la vez es un completo desconocido- no entendía nada... ¿Qué se me escapaba? -Esta noche, cuando me dirigía a vuestra casa, ese hombre tenía la intención de seguirme todo el camino - presentía que aquel hombre era mi grano en el culo personal... -Me dí cuenta de sus intenciones y lo espanté sin dificultad… - ¿Cómo lo haría? Quizás llegara a hablar con él... -ahora parece que ha osado volver a repetir sus intenciones- Steven Marshall... así se llamaba. Maldito... - No me suena su cara para nada, no lo he visto nunca hasta esta noche e ignoro que es lo que quiere de mi. O de vos, porque parece no querer apartar la vista de usted - eso parece... No me gustaba estar nerviosa. Odiaba tener el latido del corazón metido en la cabeza. Incluso sentía la sangre correr con rapidez por mis venas -¿Acaso lo conocéis, querida? ¿Un enemigo o un amante dolido, tal vez? - no le conocía de nada. Pero Mr. Marshall tenía un interés desmesurado en conocerme, por el contrario. Yo... ninguno.
-¿Quién? ¿yo? - me señalé sorprendida de la alusión -No tengo ni idea de quien es... - mentí con una expresión de lo más pasmosa. Como si no fuera conmigo la cosa. -Pero me está poniendo muy nerviosa... - dije poco alarmada, a pesar de ser verdad. No quería que mi persecutor notara algo extraño en mis movimientos. Así que volví a mirar al frente, perdiendo la vista en el escenario oculto, aún vacío. Los invitados eran ajenos a mis circunstancias. Parloteaban sin cesar entre sonrisas, esperando a que el espectáculo comenzara. El agobio me inundó y sus voces se escuchaban con mayor intensidad, volviéndome loca. Tenía que pensar deprisa. Quitarme de encima el problema.

-¿Sabéis? - cambié de tema como si nada -Me se Hamlet de memoria- sonreí con la propuesta nueva oculta bajo aquellas palabras. La tenía justo en la punta de la lengua - Y... - le miré como si fuese el único hombre presente en la sala, conmocionada por su presencia -...me encantaría ver esos cuadros, monsieur. No me cabe duda de que tenéis que ser un virtuoso con el pincel ¿Me equivoco? - sonreí coqueta -Seguro que no... - miré de reojo, para comprobar si aún seguía detrás el maldito. Y allí estaba, inamovible ¿No tenía mejores cosas que hacer? que vida más triste... -Si a vos no os importa claro. No quisiera inmiscuirme. Pero... - suspiré pasando el dorso de un dedo por su mejilla, con detenimiento. Oculté aquella intrusión en su terreno, inclinando la cabeza hacía él, para que Marshall no pudiese verlo. Pero sospeché que no era ningún estúpido y que conocía mis intenciones. Quizás quisiese detenerme con las manos en la masa. Seguir mis pasos. Ver si me casaba con Marius y tener pruebas del asesinato -...conocer a un bohemio, es una de las muchas cosas que desea una soñadora de mi calibre - ahora sólo tenía que esperar a que aceptara, con suerte y darle esquinazo al maldito...