Noche de Màscaras y despertares.

Las fiestas no eran lo mío, sin embargo en esta ocasión había recibido invitación a una bastante particular; se decía que el lugar donde se realizaba en realidad en otros momentos servía como burdel. Al sólo ver la fachada de la residencia se podía entender que era un lugar exclusivo, seguramente caballeros ricos buscaban en él la aventura y salvajismo que no recibían en sus hogares.

Me excitaba representar un papel diferente al que hacía cada noche, sentirme de carne y hueso; una distracción embriagante que por tonto que pareciera resultaba más fácil debajo de una mascara. Generalmente cuando la gente no se siente observada, es increíble lo distinta que puede ser su conducta.

“Que desfachatez” pensé al observar las cruces que ornamentaban la parte superior de la mansión, sonreían desde lo alto viendo pasar a todos los invitados. Deseaba divertirme pero no perder la cordura, sabía perfectamente cual era mi lugar y reflexionar sobre mis actos.

Al subir los escalones que llevaban a la entrada titubeé un poco, quizá ir no era la decisión más inteligente que había tomado en la vida, dí un paso hacia atrás nerviosa que me hizo perder el equilibrio por unos instantes, volteé apenada a los lados.

-¿Se encuentra usted bien? – preguntó una dama a la que asentí con la cabeza y regalé una sonrisa franca; la mujer continuó hasta la puerta y yo la seguí, salir corriendo estando tan cerca era vergonzoso, aunque nadie me reconociera estaba segura que me reprocharía más tarde mi cobardía. “¿Qué es lo peor que puede pasar?”, respiré hondo antes de cruzar el umbral.

La decoración era digna de admirar como buen arte pero nada del otro mundo, mejor de lo que esperaba, eso sí. Las decenas de mascaras desfilando por todo el interior me pareció sorprendente; me detuve unos segundos para poder contemplarlas. Grabarse hasta el más mínimo detalle de cada una era imposible, ni me molesté en intentarlo.

Seguí el sonido de un piano tocado con gran audacia, era una melodía dulce y tranquila cuyo nombre en primera instancia no recordaba; me adentré en la habitación y me quedé parada en un rincón escuchando la música, el sonido de los murmullos y los pasos que iban y venían por todo el lugar.

-¿Una copa de vino madame? –Me cuestionó un sirviente realizando la labor que le pidieron los anfitriones.

-Gracias – Tomé elegantemente entre los dedos, cubiertos por un guante de encaje blanco, el fino cristal cortado; lo llevé con delicadeza a los labios y saboreé su contenido. El criado se retiró a continuar su faena con los otros invitados.

-Primer movimiento de la sonata número 11 de Mozart – Dije en un susurro inaudible y después suspiré, satisfecha por haberlo recordado.

Las mascara cubría la mayor parte de mi rostro, un cairel caía suavemente por cada lado de mi cuello, lo demás del cabello estaba recogido en un peinado alto y elaborado; mi cuerpo despedía un olor a esencia de lavanda. Me sentía encubierta como nunca…

La primavera se abría voluptuosa a los sentidos. Asomarse por la ventana y poder observar las voluminosas flores que crecían entre la espesa vegetación hacía que cualquier mal que te sobreviniera se esfumase como si fuera por el soplo de la dulce brisa.
Podía quedarme horas viendo cada maravilla que podía captar mis ojos, cada pequeño insecto surcar aquellos soplos de aire, y sin embargo, no me sentía mejor que antes. Mi mano se perdió, yendo a parar a mi vientre. Algún día tú también podrás ver los milagros de este mundo, o por el contrario, descender en ellos. Y era cierto, algún día, mi hijo o hija, podría elegir entre el bien y el mal. Podría disfrutar de la belleza que rebosaba la naturaleza o destruirla inconscientemente.

Divagué en mis pensamientos hasta que, como siempre, Mefistófeles me sacó de ellos con uno de sus “cómicos” y sarcásticos comentarios. Me había acostumbrado a sus “desvaríos” y más aún a su comportamiento, por lo que ni si quiera distraje mi mirada de aquel paisaje de primavera. Aunque no correspondiese su mirada, escuchaba perfectamente todos sus comentarios. ¿Una fiesta de máscaras? ¿En un burdel? ¿Diversión? Necesito diversión… necesito un cambio, una experiencia. ¿Y esos sitios están hechos para mí? Está claro que no Katrina, pero podrás esconder cualquiera de tus facetas, será… como una máscara más.
Acepté con una sonrisa en mi rostro, aquello podría ser una oportunidad para salir de aquella casa de una vez por todas. Tomar el aire – o lo que no era aire – y conocer a gente. Los cazadores no encajábamos bien en la sociedad. ¿Y no es normal? ¿Acaso espero que un inmortal se haga mi amigo? ¡Un poco de realismo! Y por favor… no seas tan excéntrica.

Curiosamente – por no ser lo más normal del mundo – Mefistófeles me había comprado un vestido y una máscara, su caridad a veces me disgustaba, otras, como en este caso, era algo de agradecer. El vestido se componía de una falda con pocos volantes y un corsé de un azul grisáceo que hacía juego con mis ojos. Con solo verlo me enamoré.
Tras aquello observé cuidadosamente los complementos que me había comprado en conjunto. Una gargantilla negra con una pequeña joya colgante y una diadema. Me imaginaba cómo podía recogerme el pelo con ella.

Vestimenta y complementos:

En aquellas partes “escondidas” también puse mucho hincapié. Me coloqué un liguero y después las medias – guardaba una daga en el muslo derecho con una pequeña correa de cuero atado al liguero, ¡cualquier preocupación es poca! Nunca se sabe lo que puede pasar. Posteriormente, no tenía que faltar el canesú, y finalmente, el vestido en toda su magnificencia. Luego llegó la hora de ponerse los complementos. Tardé un poco con el peinado pero conseguí recogérmelo y sujetarlo con la diadema. Perfecta, como si fuera una dama de alta cuna. En otra vida quizás…

Salí de la habitación, y con máscara en mano, esperé a que Mefistófeles saliera y me llevase a la supuesta fiesta de máscaras. Seguramente él iría como todo un aristócrata, era su costumbre y su necesidad. Una vez salió, mi boca se abrió por inercia del asombro. Estaba realmente atractivo con aquella indumentaria que había elegido.

-Has elegido muy bien, sir William – hoy íbamos a llamarle por el nombre de su querido humano, me preguntaba si sentiría algo o si tenía conciencia dentro de su cuerpo. Sería algo que Mefistófeles no me diría nunca.

¿Horas, minutos? No había calculado el tiempo de tardanza una vez mis ojos se posaron con lo que debía ser el burdel de la fiesta. Acercándonos a la puerta pude ver aún mejor cada detalle de la fachada. Lo que esperaba dentro era algo mucho más impresionante. Lujo, lujo y más lujo. Damas y caballeros de un lado a otro – de alta sociedad. Decoraciones… las decoraciones eran una maravilla, alfombras, cuadros, divanes, cojines… todo con exquisitos detalles reflejados con sumo cuidado. Podría hasta jurar que algunos bordados eran de oro. Aquello era una maravilla.

-¿Algo para tomar? – preguntó gentilmente un caballero con una bandeja de copas de ¿champagne? en la mano.

-Sí, gracias. – Sonreí con amabilidad y cogí una de las copas.

Al probarlo pude darme cuenta de que era lo que creía, y más aún, era de los caros. Observé con detenimiento al gentío del lugar. ¿Conocería a alguien? ¿Habría alguien interesante por allí? A muchos seres inmortales les gustaban esa clase de lujos, ¿verdad? Quizás hoy recuerdes lo que era la vida de antaño. Echas de menos saber qué se siente cerca de un ser inmortal y poderoso…

Perdón, la escuela y otros asuntos.
Alma a menos que converses con gente imaginaria como Leo supuse que me hablabas a mí porque no veo muchas mujeres de blanco; de lo contrario le echaré la culpa a la esquizofrenia

Se decía que a pesar de que el Carnaval de Venecia llevaba años de existencia, no fue hasta el pasado siglo XVIII cuando se hizo más famoso entre toda la nobleza europea; al grado que contaba con príncipes de distintas partes del orbe. Las mascaras que con anterioridad representaban al clásico doctor durante la peste, habían quedado atrás dando paso a las más magnificas creaciones. Con mi poca experiencia podía pensar que esta pequeña fiesta era parecida a esa celebración.

Aprovechando proyectar una imagen distinta; no faltaba el absurdo caballero que pretendía ligar con los pretextos más torpes. El simple hecho de ver una mujer sola se prestaba para que se abalanzaran sobre ella como animales carroñeros; si después de hablar con diez podían llevarse al menos una al lecho, su noche sería la mejor del año. Patético.

Yo prefería contarme entre las que deseaban disfrutar un buen baile y música pasando desapercibidas para la mayoría. Puesto que todos parecían rogar por hacer el ridículo, tomar un poco de más, romper una copa o dar opiniones bruscas resultaba un pecado menos que se olvidaba en cuanto alguien más hacia algo absurdo. Por otro lado, en pocas ocasiones se puede disfrutar de un desfile de ropa de otras épocas y adornos estrafalarios sin que sea absurdo.

-Bonsoir – saludó el primer hombre que se me acercó con un acento francés pésimo.

-Gute Nacht- Respondí con un aleman marcado y agresivo que lo hizo retirarse.

El piano seguía sonando. Yo me encontraba en esa habitación porque al llegar ese instrumento había llamado mi atención; sin embargo se iba llenando de curiosos para mi disgusto. “¿Por qué no van al salón de baile?” me preguntaba; siempre era lo más sobresaliente en esas fiestas y tenía música más apropiada con el fin de que los invitados danzaran. Cualquier salvaje decía bailar, eran pocos los que lo hacían con arte.

Otros tres caballeros se acercaron, el primero dijo hola y esperó al menos seis minutos para expresar su encanto por la melodía; al cabo de otros diez se animó a decirme lo bien que lucía esa noche. Este era un típico caso del tímido: sin carisma y generalmente falto de belleza pero con “buenos sentimientos”, que aprovechaba esas ocasiones para buscar una mujer…muy aburrido.

El segundo en cambio era excelente para el parloteo, encantador, elegante y de buenos rasgos; un mujeriego. Al último lo despedí de forma no amable; se acercaba al grado que sentía su respiración sobre mí, el colmo fue cuando de forma “accidental” colocó la mano sobre una de mis rodillas y un sonido grotesco salió por su boca… sí que estaba necesitado de afecto que seguramente le podría dar una de las tantas invitadas que sufrían de su misma enfermedad.

Tenía un hueco en el estomago; la presencia de tanta gente me mareaba, por la sensación algunos sin duda serían vampiros o algo por el estilo, sin embargo no los creía tan tontos como para atacar. En una reunión no se corría más peligro que en las calles. Alguien se volvió a sentar a mi lado; esta vez se trataba de una mujer.

-La simplicidad de los hombres, se aprecia incluso tras una máscara – Dijo la dama que escondía su rostro tras cientos de mariposas, asentí a su tan cierta observación pero no pude decir nada porque enseguida añadió -Soy Alma Dupont ¿Y vos?

No se ganaba nada al mentir con su nombre porque en primer lugar la presentación no era necesaria, por lo que lo tomé como verdadero – El objetivo de las mascaras es no tener que decirlo- le respondí con picardía haciéndola desatinar unos instantes – Natasha Von Hannover- agregué todavía divertida por su primer comentario acerca de los hombres.