Lo buscamos y nos encontramos (Alma Dupont)

El sonido de mis zapatos retumbaba de forma sonora, sobre el suelo helado.
Casi no tuve tiempo de pensar.

Lo primero que vino a mi mente fue: "Sal corriendo,como alma que lleva el diablo y no mires atrás". El individuo del que huía en cuestión, era corpulento y casi me sacaba tres cabezas. No pude describir con exactitud lo que me produjo la sonoridad de su garganta cuando, de improviso, soltó un aullido por esa boquita ¿Estaba loco y se había escapado de un manicomio? ¿Se creía un animal recién salido de un monte? Ni lo sabía, ni me importaba. Sólo quería salir de allí, lo más rápido posible.

Los ojos me lloraban por culpa del frío y las piernas apenas me respondían por culpa de la carrera. Cuando escuche música, procendete de una de las calles, creí que el cielo se había abierto, delante de mí. Voy a empezar a volverme creyente si siguen sucediéndome tales golpes de suerte.

Y justo al girar la esquina, me di de bruces con un desconocido. Caí al suelo a causa del golpe. Parecía que hubiese chocado con un gran muro inamovible, en lugar de con una persona. De cada tres golpes de buena suerte, siempre acabas llevándote uno, poco agradable. Al menos, ya no estaba sola. Intenté levantarme. Algo inútil. Para colmo de todos los males, me sangraba una pierna. Quizás también el tobillo roto. Y se supone que hallar aquella calle era una suerte. Menuda suerte...

Mi rostro se tornó dolorido. El suelo estaba congelado y la herida de mi pierna ardía desconsideradamente. Que dolor...

- Perdonad monsieur. Con las prisas no os he visto - Intenté articular. Las palabras se confundían en mi lengua. Sonreí, aparentando estar divinamente y tapé la herida con el refajo del vestido.

-Oh no, disculpadme a mi señorita, debí estar más atento- eché un vistazo al caballero. Me sorprendió la elegancia con la que rodeó mi cintura -Dejadme que os ayude - desprendía aristocracia por los cuatro costados. Me levanté con dificultad, apoyándome en él, pero el tobillo no me dejaba dar más opciones, salvo dos pasos -Será mejor que se siente – Sí. Aquello era buena idea -Sujétese, la llevaré hasta uno de esos bancos- me cogió en brazos sin ningún problema.

Sequé las lágrimas que me caían de los ojos, por culpa del frio, y me acomodé entre los brazos del desconocido ante mí, hundiendo la cabeza en su cuello. Parecía que fuese en una nube.

-Gracias Monsieur -suspiré medio ida -Normalmente, soy más dura que el suelo. No acostumbro a dejarle ganar. Pero de vez en cuando me gusta que se sienta importante. Mi cuerpo cae sobre él, convirtiéndome en una damisela en apuros. La vida es menos tediosa gracias a los torpes imprevistos - sonreí por inercia. Ni siquiera recordaba lo que acababa de decir. O si tenía algún sentido -Perdonar Monsieur -me disculpé, retirando mi rostro de su cuello. Al apartarme, vi la marca del carmín impresa en su piel -Os he manchado -dije mirándole a los ojos -Tampoco acostumbro a marcar a los hombres -mentí como una bellaca.

-Por favor señorita, deje de pedir perdón cuando usted ha sido la victima…- la verdad es que tenía toda la razón. Pero mis disculpas se debían más al hecho de haberle encontrado que a otra cosa. Aún estaba muerta de miedo por culpa del anterior suceso. Y miraba de vez en cuando por los alrededores, paranoica, por si aquel hombre aparecía de repente. Quizás aquel joven, que me había ayudado con tanta amabilidad, también estuviese en peligro. O simplemente, mi paranoia se estaba apoderando cada vez más de mí.

- Y por la marca no os preocupéis…ahora me lo limpiare- le costaría muchísimo. Puedo ser como una lapa y mi carmín es carísimo, imborrable y pegajoso. Sonreí cortésmente. Empezaba a recuperar la consciencia aunque el dolor de mi tobillo no cesaba.

- De momento déjeme ayudar la damisela- damisela. Se lo perdoné porque, supuse que lo decía a raíz de mi comentario. Entonces un grito salió de mis entrañas, cuando el joven pasó la mano por mi tobillo. Pero que escandalosa podía llegar a ser. En el fondo era como una cría, por mucho que me negara a aceptarlo.

-Me duele -murmuré con un hilo de voz -Espero que la caída no me haya dejado secuelas. Ya tengo bastante con lo que tengo -dije por lo bajo, sin la intención de que me oyera -No tenéis por qué molestaros. Pediré un carruaje. Seguro que tenéis mejores cosas que hacer, que atenderme. Parecéis un hombre ocupado -Siempre me fijaba en la ropa de las personas. Cuentan más de lo que uno se imagina.

-Oh no por favor, qué clase de caballero sería dejando que una señorita con el tobillo adolorido sola y a su merced? Dejadme que os lleve, tengo el carruaje a dos calles – me ofreció irme con él. Normalmente, desconfío de todo desconocido que presenta, como en un escaparate, la gran gama de buenos modales, con los que ha diseñado a la perfección su porte. Pero yo me veía incapaz de marcharme sola, estando rota como estaba –Os llevare en brazos para que no tengáis que caminar- no me dejó otra opción. Me cogió en brazos y entrelacé las manos en torno a su cuello, de forma peculiar. No me di cuenta hasta más tarde, de la osadía con la que mis manos habían aprisionado al joven, simulando unas gigantescas cadenas para que no se escapase.

- No se cómo daros las gracias - exclamé como alma en pena. Reparé en sus ojos por un momento y dije -Aunque he de deciros que, normalmente, me inspiran bastante desconfianza los hombres de ojos grises. Siempre he ligado el color gris a los sanguinarios huracanes y a las épicas tormentas. Al igual que los míos, semejantes a los de un maremoto, capaces de cubrir por completo toda una ciudad tras su oleaje en forma de garra. Podemos decir que, ambos somos titanes de las grandes catástrofes y barbaries -finalicé con sonrisa pícara. Luego me humedecí los labios, mirándole sin descanso.

Su mirada me intrigaba, sin llegar a expresar con claridad lo que generaba dentro de mí. Tampoco sabía decir si esa intriga era cierta, o sólo una idea preconcebida que mi mente había elaborado, que mi imaginación había desarrollado; para creer que el joven era más interesante de lo que a simple vista aparentaba. Mis ansias de descubrimiento rugían, deseando destapar la extraña intriga palaciega.

[b]Finalmente accedió y la cogí en brazos. Fuimos caminando tranquilamente hasta donde había dejado mi carruaje

- No sé cómo daros las gracias – Exclamó cual alma en pena y me resulto hasta gracioso. La mire y por un momento cruzamos las miradas -Aunque he de deciros que, normalmente, me inspiran bastante desconfianza los hombres de ojos grises. Siempre he ligado el color gris a los sanguinarios huracanes y a las épicas tormentas. Al igual que los míos, semejantes a los de un maremoto, capaces de cubrir por completo toda una ciudad tras su oleaje en forma de garra. Podemos decir que, ambos somos titanes de las grandes catástrofes y barbaries –Pero que acertada había estado en su comparación…quizá más de lo que podría llegar a imaginarse nunca.

No apartaba la mirada de mi, desde luego no era una joven aristócrata común…demasiado osada para serlo, me gustaba. Puse una sonrisa de medio lado y después de mirar un segundo hacia el frente volví a mirarla sin apartar mis ojos de los suyos.

-Y qué cree usted que pasaría si dos fenómenos de semejante naturaleza destructiva se encontrasen? Es probable que algo quedase en pie? –Pregunte con cierto tono insinuante y algo divertido, desde luego en aquel breve periodo de tiempo la personalidad de aquella muchacha había conseguido llamar en alto grado mi atención. Poco faltaba ya para llegar al carruaje

-Y qué cree usted que pasaría si dos fenómenos de semejante naturaleza destructiva se encontrasen? Es probable que algo quedase en pie?-¡Vaya...! ¡Pero que caballero tan divertido...! En breves momentos veríamos donde terminaba el juego. Quise ir más lejos. No hay cosa que más me guste, que apretarle las tuercas a un hombre. Apoyé el codo sobre su hombro y sujete la cabeza con esa mano. Parecía estar recostada en un cómodo diván. Aunque, el caballero, no podría curar mi locura. En todo caso la empeoraría. Y yo estaba muy loca.

-¡Oh! ¡Con esa labia, es imposible Monsieur! -aclamé imitando una voz ceñuda. Puse morritos y le miré moviendo con gran soltura mis pestañas. Las tenía bien entrenadas -Ni Louis-Jean-Marie Daubenton se mantendría en pie - y me preocuparía si lo hiciese. Daubenton, llevaba muerto dos años... Entrelacé un mechón de mi cabello entre los dedos y lo ricé una y otra vez, reparando en cada pliegue de su rostro. Daba igual, las líneas que decidiese seguir, los caminos que quisiese recorrer. Todos terminaban en sus ojos -Aunque... si que quedaría algo -afirmé tajante, volviendo a relajar el rostro -Nosotros seguiríamos existiendo. Pero sería en un mundo lleno de escombros y cadáveres. Más o menos como el mundo en el que ahora nos hayamos. Y tendríamos que debatirnos el reinado -fijé la pupila, mirando al horizonte, evocadora -Imagino una lucha épica, en la que ninguno da su brazo a torcer. El mar, no puede vencer a la tormenta. Ni el huracán al maremoto. Con lo cual, terminaríamos fundiéndonos, convirtiéndonos en uno sólo. Un arma invencible -reí melodiosa. Que bien me lo estaba pasando. Ni siquiera me acordaba del tobillo. Ni de por qué entré en esa calle -Pero no os confundáis, Monsieur. Sólo son ensoñaciones.

En pocos minutos habíamos caminado ya las dos calles y giré a la izquierda, vi mi carruaje al final de la calle. La gente nos observaba, era lógico al fin y al cabo dadas las circunstancias.

-¡Oh! ¡Con esa labia, es imposible Monsieur! –Puso morritos y movió las pestañas, esa forma que tenía de coquetear era de lo más divertida y efectiva sin duda -Ni Louis-Jean-Marie Daubenton se mantendría en pie – No pude evitar reírme con aquel comentario.

-Quizá con la enorme fuerza que desprenderíamos conseguiríamos resucitarle –Dije riéndome entre dientes. Se rizaba los mechones dorados sin apartar su mirada y no pude evitar preguntarme quién le había dado los movimientos a seguir para provocarme y hacer que mi deseo tanto por su sangre como por su delicado cuerpo se vean tan afectados y en un continuo aumento.

-Aunque... si que quedaría algo –Afirmó tajantemente -Nosotros seguiríamos existiendo. Pero sería en un mundo lleno de escombros y cadáveres. Más o menos como el mundo en el que ahora nos hayamos. Y tendríamos que debatirnos el reinado. Imagino una lucha épica, en la que ninguno da su brazo a torcer. El mar, no puede vencer a la tormenta. Ni el huracán al maremoto. Con lo cual, terminaríamos fundiéndonos, convirtiéndonos en uno sólo. Un arma invencible – Se notaba que estaba muy metida en ello y yo simplemente me limitaba a asentir dando razón a sus palabras y a soltar alguna que otra risa entre dientes.-Pero no os confundáis, Monsieur. Sólo son ensoñaciones.


-Coincido con usted, dos fuerzas imparables no tienen más remedio que fundirse y complementarse en su mismo afán destructivo –Sonreí y acabamos por llegar al coche.-Considero que esta ensoñación puede traducirse en una metáfora de otro calibre-Dije insinuación directa pero a la vez algo complicada, si me entendía o no era lo que menos me interesaba.

Charley al vernos bajo de la parte del conductor y nos abrió la puerta.-Buenas noches señores.-Dijo. Ayude a la que esa noche me acompañaría a subir. Posteriormente subí yo y Charley cerró la puerta. Dentro me senté junto a ella.

-Creo que aun no conozco el nombre de mi damisela-Pregunte con un toque de broma y con una sonrisa

Una cosa que siempre he admirado de los hombres, es la sencillez con la que tratan ciertos temas, digamos "escabrosos". Si un caballero, llegase a expresar con tan poca desvergüenza, lo que yo acababa de decirle; a una dama, esta se escandalizaría. Bueno... yo no me escandalizaría. Pero soy un caso aparte.

-Coincido con usted, dos fuerzas imparables no tienen más remedio que fundirse y complementarse en su mismo afán destructivo - ¿Me estaba dando la razón? Pero... ¡Qué fácil! No podía ser. Y yo pensando que era todo un caballero. Valla, valla, valla... ¿O sólo me daba la razón para contentarme, sin afán de procurar un doble sentido a nuestras palabras? Tenía una sonrisa peculiar. Los pliegues de sus mejillas, aparecieron como por arte de magia al rededor de su boca. Deliciosos... - Considero que esta ensoñación puede traducirse en una metáfora de otro calibre- pero que pillo... el juego cada vez era más entretenido. Adoro los juegos, son tan... estimulantes. Tan... emocionantes. Tan... competitivos... creo que lo que más me gusta es la masacre.

-¡Oh! ¡Monsieur! ¡Eso es de lo más turbador! -exclamé, con una molestia fingida.

Por fin llegamos al carruaje. Fue todo un detalle por su parte. El cochero nos abrió la puerta sonriente - Buenas noches señores -Me pregunté si tenía por costumbre llevarse a damas dentro de su carroza de cristal. Me senté en el asiento, cómodamente acolchado.

-Creo que aun no conozco el nombre de mi damisela- por algún motivo, aún me seguía llamando damisela. Note cierta... guasa -No se confunda Monsieur. Soy toda una señorita - dije quitándome el abrigo, dejando a la vista mi precioso vestido y, no dando lugar a la imaginación, al desabrocharme tres tiras del corsé. No es que pretendiese provocarle. Pero el ambiente se había vuelto tórrido, de repente. Normalmente, doy un nombre falso. Pero me parecía inofensivo. Además, tenía pinta de dormir sobre billetes, comer en cubiertos de oro y bañarse en diamantes -Soy la esencia inmortal y oculta en el ser humano, que se resiste a morir. Alma -sonreí divertida - ¿Y vos, Monsieur? -pregunté intrigadísima, colocando la solapa de su chaqueta en su sitio. En realidad, no estaba descolocada. Pero necesitaba transmitir dulzura y encanto, para cautivarle. Y así, comprobar que él estaba allí -¿"Próspero", quizás? - bromeé, mencionando al personaje Shakesperiano, a raiz de nuestra anterior conversación.

-No, Próspero no…Mi nombre es Leonardo Rousseau, un placer señorita Alma. Espero que no haya huido de mi –

Sonreí divertida, inclinándome hacia atrás y colocando mi melena con ayuda de los dedos.

- ¿Huir? - bufé, poniendo los ojos en blanco - No sabría. Y vos no me inspiréis precisamente confianza, Monsieur. Nada me paraliza ni me genera el miedo suficiente como para "huir" - mentí bajo una sonrisa de suficiencia, muy pagada de mi misma. Confesarle mi intriga por él, me pareció de lo más osado. Y ¡Qué diablos! era divertido observar su reacción. Las personas son como la mantequilla: llenas de grasa. Se deshace al calor y se endurece ante el frío. La cortas, la devoras... Da igual lo mucho que engullas. Siempre queda mantequilla en la despensa. El problema era que, este caballero no era como el resto. Apenas reaccionaba a mis atrevimientos. De hecho, más bien parecía que me retase constantemente. Como si yo estuviese en un lado de la cuerda tirando y él en el otro, cuyo único fin, sería la rotura del cordel -Es un placer Leonardo. ¡Leonardo como el pintor! - exclamé con proclame y reí melodiosa, cruzando una de mis piernas sobre la otra - "La pintura es poesía muda; la poesía pintura ciega" ¿Sabéis de arte? seguro que sí - dibujé una media sonrisa, observándole de arriba a abajo. Era obvio que el señor Rousseau era toda una "obra de arte" en sí. Mi única intención era descubrir lo que se escondía realmente tras esa sonrisa pícara y todo esos modales ¿Tenía dinero? Un hombre adinerado conoce las artes y las ciencias de forma exquisita y me aportaría algo de información.

Observé cómo se relamía... pensé que, el movimiento de lengua había sido casual. Aunque no sería el primer hombre que se muere de ganas por comerme, metafóricamente hablando.

-Sí, como el artista - me pregunté si tendría la misma maestría en el arte del modelado, si sus manos sabrían manejar a la perfección el contorno de mis esculturales curvas, como Leonardo en el taller de Verrocchio - Se de arte todo lo que una persona debe saber, no me considero un experto, sería pretencioso por mi parte. Soy más bien un aficionado- aquello no me aportaba nada. Seguía sin obtener un dato crucial del caballero, que desvelara el misterio. O lo que para mí era crucial. Mi cara se tornó igual que la de la Gioconda.

Decidí contraatacar, haciendo que todos mis movimientos parecieran impensados. La "conquista" es un arma perfecto para la mujer de hoy en día. Desde joven empecé a educarme; descubrir las partes más eróticas del cuerpo, sin dejar de ser recatada. Utilizar las famosas miradas cómplices. Y por otro lado, la mirada que escruta sin descanso cada parte de su cuerpo. Dejar correr, desmadrada una risotada melodiosa. Coger las manos en señal de afecto.Y lo más importante; que tus labios digan no, pero tus ojos digan sí. Yo estaba perfectamente instruida en esta materia.

Me acerqué con sigilo, apoyando el codo sobre el respaldo, dejando caer la cabeza sobre la mano. Había conseguido acercarme un par de centímetros, pero era suficiente para mí. Sonreí de medio lado, con los ojos entrecerrados y respiré profundamente, haciendo que, un mechón de mi cabello, cobrará vida sobre mi frente -Admiro vuestra modestia. Pero apuesto lo que sea a que sois más inteligente de lo que decís ser - fingí estar molesta por el vestido y bajé un poco mi corsé, dejando que viera con mayor detalle mi "corazón". Incliné la cabeza, mirando por una de las ventanas mientras descubría mis pechos. Todo muy casual... -¿A qué os dedicáis, Monsieur? a parte de destrozar ciudades -reí melodiosa, llevando un dedo a mis labios y mordiéndolo delicadamente. Que fácil soy de contentar. Ya ni me acordaba del tobillo.

-No se trata de inteligencia señorita…el arte requiere de sentimiento, no de razón, la razón tiene su propio arte distinto al de la poesía o la pintura….- todo era perfecto. El pez mordía el anzuelo y ni siquiera era consciente. Cada vez estaba más cerca de la verdad.

- Vaya, vaya, vaya... - exclamé divertida, tambaleando la cabeza de un lado a otro - Entonces sois más que un simple entendido, monsieur. Está claro que sabéis de lo que habláis. Diría que además de pintor, sois poeta -
Quizás mis sospechas iban por el buen camino. Pero aún me faltaba información.

-Soy un caballero andante, me dedico a salvar damiselas, ayudar a quien lo necesita e impartir justicia por donde paso- bla bla bla... cuando no consigo lo que quiero, termino crispándome de tal forma que imagino mi rostro color malva - También, y solo como hobbie, me dedico a los negocios – extraño hobbie, pensé. Normalmente los negocios son suministro de riquezas ¿Quizás tenía tanto dinero, que los negocios eran un banal entretenimiento? -Señorita…aun no me ha dicho donde debo dejarla, llevamos un rato avanzando sin rumbo- ¡maldición! ¿Me estaba echando? ¿Acaso no disfrutaba de mi compañía? ¡Pero qué se había creído!

- ¡Tiene usted razón, Monsieur! - aclamé despistada, con el gesto endurecido - Que despistada. Supongo que la conversación me ha distraído. O quizás vos -sonreí, inocente con cara de fascinación - Nunca había conocido a un hombre tan... -le miré de arriba a abajo por trigésima vez. Era todo un deleite para mis ojos. Y sus palabras, una delicia para mis oídos - ¿Cómo encontrar la palabra? -dije pensativa, llevando un dedo a mis labios - Embriagador. Sois como el vino. Cuanto más lo catas más quieres. Y cuanto más bebes, más te embelesa, nublándote la vista - suspiré volviendo a colocarme en mi sitio y asomé la cabeza por la ventana.

- A la mansión Anderson. A las afueras. Puede coger esta calle. Nos llevará directos, caballero - le dije al cochero. En realidad, mentí. Aquel camino, era el más largo. Pero bueno... tampoco hacía mala noche. Y deseaba dar un largo paseo con el señor Rousseau.

-Consideráis que me habéis catado? Pero si aun no habéis probado la mejor parte – el joven se ponía juguetón. Daba otro pasito en respuesta a mis palabras - A mí también me habéis llamado la atención…vuestra belleza es sublime al igual que vuestras palabras…es inteligente y eso me gusta, no es superficial…- ¡Dios mío! ¡Más bien una zancada! casi susurró las últimas palabras. Su rostro quedaba a pocos centímetros del mío y pude oírle perfectamente. Aunque si volvía a susurrarme algo más, puede que no le escuchase. Y fue su posición la que consiguió ponerme nerviosa y no sus palabras. Sin entenderme a mi misma, en un segundo, noté mi respiración acelerada. Luego el aire se detuvo. Ahora me estaba ahogando Pero... ¿En qué momento empecé a perder el norte, con este hombre? ¿Por qué me estaba poniendo tan nerviosa? Me apartó uno de los mechones, dejando libre mi cara. No la fastidies ahora Alma. Te has topado con infinidad de hombres. Controla la situación.

-Quizás no entendamos la palabra "catar", del mismo modo, Monsieur ¿A qué parte os referís exactamente? -sonreí, haciéndome la tonta, relajándome por fin. No aparté el rostro ¡Qué se creía! ¿Que no iba a ser capaz de aguantar el tipo? - No me considero precisamente bella, pero se que poseo una lengua viperina - le susurré yo esta vez, acercando un poco más mi rostro. Volví a colocarle el cuello de la camisa, con la sonrisa juguetona en los labios, devolviéndole, la jugada. Más bien imitándole a mi manera. Me mordí los labios controlando la risotada cuando le di una pequeña palmadita en la solapa.

-Sois extraño, Monsieur - dije entre suspiros -No se si son vuestros ojos. Ya no sólo por su color. Si no por la forma con la que observáis cada uno de mis movimientos. Es turbador, de algún modo. Aunque no tiraré piedras y esconderé la mano. Os confieso que también soy una gran observadora. Como una pantera, acechando bajo las Gramíneas -reí despreocupada. En realidad, todos mis sentidos estaban alertas. Como si una campana sonara dentro de mí avisándome de que debía ir con cautela. Además, en el fondo deseaba que fuera mi próxima presa.

Monsieur Rousseau, era todo un embaucador. En ningún momento, llegó a darme la sensación de que, yo pudiese intimidarle o acoquinarle. Más bien, yo diría que... me estaba retando. Como si sus dedos entrelazaran los míos y apretara fuertemente mi mano para echar un recio pulso. Como si su mano granítica, empujara sólida la mía hasta conseguir la victoria. En ese caso, emplearía todo mi arsenal, sin ser consciente de las consecuencias de mis actos. Y si, por algún motivo, aquella noche, concluía en una inhumana masacre... no pude afirmar, si alguno de los dos, viviría para contarlo.

-Me he dado cuenta de vuestras miradas…ambos somos muy descarados a mi modo de ver, pero eso lo hace más práctico, no?- ¿Por qué me daba la sensación, de que el dominio de la situación, cambiaba constantemente? Temí no darme cuenta de quien llevaba las riendas.

- Sí. El descaro suele ser práctico en estos casos. Os confieso, que odio coger el camino más largo para llegar al punto deseado - Auque, en este caso, si fue necesario. Aguanté la risotada, como pude, compadeciéndome del cochero - Es tan... -suspiré agotada, pasándome la lengua por los labios - inapetente.

-Entonces, soy vuestra presa?- Eso pretendí, desde un principio. el joven no tenía la más mínima intención de echarse atrás. Tampoco sabía quien era yo, y lo que quería de él. Lo peor de todo era que, no conocía nada de Leonardo. Los hombres eran sencillos, básicos e incautos. Pero este hombre... este hombre en cuestión; era todo un misterio para mí. Su complejidad me turbaba. Sus palabras me conmocionaban, enredándome en una gigantesca tela de araña. Mi intuición me decía, que no era como los demás. Que me andase con cautela y midiese bien mi próximo paso.

Aún tenía tiempo para descubrir el misterio. Me sentía como una investigadora privada o algo así. Solté una risa, tras ese pensamiento y, enseguida, frené su sonido.

Intenté que mi cara, no mostrase sentimiento alguno. Se me daba bien. Prácticamente,estaba muerta por dentro. En lugar de corazón, siempre imaginé un cardo bajo mi pecho. Un cardo horrible que ningún hombre se atrevería a tocar por miedo a pincharse.

-¿Vos mi presa? - contesté, irónica tras un bufido - Permitidme que discrepe. Llevo un rato, sin saber muy bien, quien lleva las riendas - antes, se permitió el lujo de tocar mis labios. Que no pensara, ni por un momento, que lo había pasado por alto. De eso nada cachorro... - ¿Sabéis lo que creo? - dije, acercándome un centímetro más. Nuestras narices se tocaban. Y yo tenía el brazo apoyado en el respaldo, extendido a lo largo, ocupando su espacio... rodeándole por detrás - Creo que ambos estábamos en el lugar indicado, en el momento indicado. Parece cosa del destino ¿No? Yo choco con vos... vos tenéis casualmente el carruaje cerca... ambos somos animales feroces... descarados atroces ¿No es idílico? Aunque tengo mis dudas. No se si esto es un golpe de buena suerte o, por el contrario, un maldito infortunio.

-Este es un maldito infortunio para todo aquel que se encuentre a nuestro paso en estos momentos pues una enorme tormenta, desastre natural, abominación de la naturaleza esta apunto de tener lugar aquí y ahora- Dijo en voz baja. Observó mis labios con gran descaro. Pero, a estas alturas, ya sabíamos que ambos, no éramos más que dos desvergonzados –Sois tan arrebatadoramente sensual…- sus labios rozaban los míos. Desde esa posición, alcancé a la perfección, el escaso aire, que produjo su murmullo. Fue como una pequeña brisa, al mismo tiempo que disfrutaba de su tacto y grosor. "Arrebatadoramente" dijo... Aquella palabra hizo mella en mí. Después, Monsieur Rousseau, se permitió la licencia de morder mi labio inferior. Un suspiro salió de mi boca, desarmándome entera ¿Y yo era sensual? Abrí la boca, ligeramente sorprendida, de que me dijera semejante cosa. Me encantaba ser tan modesta para el resto y tan creída para mí misma. No me despegué de él. Pero tampoco dejaría que batiera sus alas, tan deprisa.

-No me digáis. Y yo sin el vestido apropiado para la fiesta. Odio cuando las invitaciones no llegan a su destino. Los invitados deberían conocer la hora y el lugar, para estar preparados - murmuré con los ojos cerrados, dejándome caer un poco más en sus labios. Pasé una de mis manos, ligera, por su rodilla. Abrí los ojos y, como si estuviese esperando aburrida, reproduje con los dedos que quedaban sobre su pierna, un pequeño toqueteo rítmico, con forma de ola -Si yo soy arrebatadoramente sensual, vos sois apasionadamente exquisito -Toqué con la otra mano , la comisura de sus labios, disfrutando de su tacto y carnosidad. -Y he de admitiros, que soy extremadamente golosa.