Los Volkov, el regreso.

Por fin era 1 de enero. Estaba celebrando el año nuevo en un tren, aún así me sentía feliz. Sabía que mis hermanos estaban en Moscú, en nuestra antigua casa y eso me hacía sentir mejor que nunca. ¿Cuántas horas faltarían para llegar? ¿Una hora, dos? Esperaría lo que fuese con tal de verles. Estuve pensando, si Mefistófeles les había devuelto a la vida, ¿tendrían la edad de cuando murieron o tendrían 4 años más? Me estaba comiendo la cabeza. Iba a quedarme dormida si seguía embobada pensando, así que, me levanté y fui hacia el servicio. Me lavé la cara y me miré en el espejo. El golpe que me había dado Mefistófeles se había esfumado. Los golpes tardaban muy poco en curar, al menos conmigo sucedía así.

Sin que me diese cuenta el tren paró. Habíamos llegado a la estación y yo con todas las cosas que había comprado salí de allí corriendo. Un pequeño carruaje me acercó a la antigua casa de mis padres, totalmente derruida. Estaba lejos de cualquier rastro de civilización. Para poder llegar a un lugar habitado tenías que cruzar el bosque.


Cuando el carruaje paró, yo salí corriendo. El cochero bajó todas mis maletas. Corrí al interior de la casa. No se escuchaba nada, no había nadie. Grité y grité los nombres de mis hermanos, pero nadie respondió. Me quedé paralizada. ¿Mefistófeles me había engañado? Por favor, no podía ser. Salí al patio de atrás esperando ver a alguien, y nada, todo estaba vacío. Me derrumbé, ¿por qué me había hecho esto? Pero escuché voces provenir del bosque. Me puse de pie de inmediato y corrí hacia allí. Les veía. Veía a mis tres hermanos, pero como había pensado, eran 4 años mayores. Grité sus nombres y al estar a su alcance les abracé, se me caían las lágrimas.


-¿Qué te ocurre Katrina?- dijo Ekaterina (16 años) con cierto trono de extrañeza. Yo seguía llorando, estaba contentísima.
-¿Dónde estabas hermanita? - me dijo Svetlana con su dulce voz (10 años).
-No… ¿No os acordáis de nada?
-Acordarnos de qué, si se puede saber.

Me quedé pensativa, ¿no recordaban nada? Eso hacía mucho más fácil las cosas. Andrei (26 años) me miraba con una cara de pocos amigos que me sobrecogió. Me cogió del brazo y me abrazó. Me pilló por sorpresa, no entendía nada.

-¿Dónde has estado estos tres últimos días? Hemos estado muy preocupados. Además, mira la casa, alguien nos ha destruido y robado todo lo que teníamos. ¿Te parece bonito dejarnos solos? - sonreí como una tonta.
-¡Qué importa! ¡Estáis aquí conmigo! - abracé a mis dos hermanas con cariño. Sabía que Ekaterina estaba haciendo un gesto a Andrei de que estaba loca.
-¿¡Qué qué importa!? ¿Dónde vamos a vivir Katrina?
-No te preocupes por eso. - Me dirigí hacia las maletas y cogí un puñado de monedas de plata- Haremos una casa nueva- dije ilusionada.

Se me quedaron mirando con la boca abierta. Sabía que nunca habían visto tanto dinero junto, y sabía que se extrañarían por ello.

-¿Qué has hecho? ¡Ah! Ya sé, qué pillina. Te has follado a un hombre rico ¿verdad? - preguntó Ekaterina. Andrei le dio un manotazo en la boca.
-¿Crees que es normal decir esas cosas Ekaterina? - dijo con una mirada que daba miedo. Se dirigió hacia mí- ¿De dónde lo has sacado?
-Me lo ha dado la Iglesia por hacer de mensajera- dije con una sonrisa- Ah! Por cierto, ¡tengo regalos! - las dos niñas vinieron hacia mi corriendo. Así sí que venía Ekaterina corriendo, no tiene moro ni nada.

Abrí las maletas y les enseñé los vestidos típicos Italianos, se enamoraron de ellos al instante. A las dos les compré un par de vestidos. A Svetlana le compré un vestidito (típico de las niñas) de color rosa y blanco, y otro de color azul grisáceo. A Ekaterina le compré un vestido de color verde turquesa y otro de un color amarillo dorado precioso. Ambas se tiraron a darme un gran abrazo, qué ricuras.

-Andrei, también tengo para ti, ¿creías que me había olvidado de ti? - dije arqueando una ceja.

A Andrei le había comprado un traje carísimo típico de los aristócratas de Italia. Con sus medias blancas, el pantalón ajustado de un color negro, una camisa de encaje de seda blanca y un chaleco rojo con pequeños dibujos con incrustaciones de oro. Me lo agradeció de la misma manera que las niñas, cuando quería podía ser todo un niño.
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Tras el reencuentro, nos alojamos en un hotel de la capital de Moscú. Mis hermanas se quedaron con una niñera que contratamos en el hotel, Ekaterina puso miles de pegas pero finalmente accedió. Mientras tanto, Andrei y yo fuimos a hablar con un arquitecto para que hiciera nuestra casa donde estaba la antigua. Le dimos las indicaciones necesarias, queríamos que fuera una casa de estilo victoriano londinense. Lo aceptó gustoso y dijo que la tendría en dos meses.

Tras el cierre del trato con el arquitecto nos disponíamos a comprar toda la decoración de la casa, muy cuidada. Todo sería llevado cuando la casa estuviese terminada. Andrei buscó un trabajo en la capital, ya que el dinero no iba a durar para siempre, ya quedaba mucho menos de lo que imaginábamos. Consiguió un trabajo en una siderurgia. Las niñas recibían clases de filosofía, literatura, matemáticas y ciencias todos los días. ¿Y yo? Me había olvidado durante un mes entero del trato con Mefistófeles.
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Cuando nos quisimos dar cuenta, nuestra casa estaba completamente terminada, había quedado preciosa. Tanto por fuera como por dentro. Había merecido la pena gastarse tanto dinero en ella. En solo dos meses la teníamos lista para habitar. En tres días acabaron trayendo todo el inmobiliario a la casa. Nosotros cuatro nos encargarnos de ponerlo todo donde debía estar. Incluso elegimos nuestras habitaciones.

Nuestra casa:

Habitaciones:

Estancias de la casa:

Nuestra convivencia era de lo más placentera y tranquila. Ekaterina me trataba como nunca, y la pequeña Svetlana todos los días tenía una cara de felicidad que se contagiaba. El único que parecía estar extraño era Andrei.