El regreso de Lilith.

Soy Lilith, soy un demonio. Conseguí salir del Infierno y ahora estoy en el mundo terrenal. Sin forma, sin cuerpo... solo humo negro. Como siempre cuando salía a la superficie buscaba a alguien puro. La persona perfecta estaba cerca. Una muchachita llamada Kate Orliens, en la ciudad de Londres. Vi a la pequeña muchachita pasear por la calle al atardecer completamente sola, era el crimen perfecto. Me introduje en su cuerpo. Pronto pude sentir aquel cuerpo, podía moverlo por mí misma. Lilith había vuelto. En mi rostro se dibujó una media sonrisa, ¿aliados? ¿Dónde estaban mis pequeños?
Un demonio, dos, tres, cuatro, cinco... seis demonios se hayaban en Londres a parte de mí. Vaya, para que hubiese tanto demonio junto significaba una cosa: uno de mis pequeños poderosos se hayaba en la ciudad. Ahora descubriría quien. Mmm... sí, Mefistófeles. Con una cara sonriente y tierna fui dando saltitos por las calles, me dirigía a su casa, o a su mansión. Tardé media hora en llegar a su casa y sonriente me puse frente a la puerta. Le di unos golpecitos esperando respuesta. ¿Alguno de mis niños me abriría?
Puse una cara angelical y una sonrisa. ¿Mefisto?

-Qué demonios quie…- abrió mucho los ojos al verme- ¿Lilith?- sonreí levemente.

Di unos pasos hacia delante, el demonio que me había abierto la puerta me miraba con un notable rastro de terror. Una vez estuve a unos tres metros de Mefisto hice que la puerta se cerrara provocando una pequeña ráfaga de viento. Mi vista se clavó en el suelo durante unos instantes y cuando la levanté, lo que se veía en mis ojos, fue un claro indicio de que no era humana. Estaban totalmente blancos y una sonrisa apareció en mi rostro de nuevo. Hice que mis ojos volviesen a su estado natural al poco rato y me acerqué un poco más a él.

-Sí, soy yo mi querido Mefistófeles- dije con voz dulce y haciendo una pequeña reverencia. Miré a mi alrededor y sonreí complacida- Por lo que veo has elegido un buen recipiente para estar en la Tierra- mi voz dulce no se apagó en ningún momento.- ¿Sigues siendo mi aliado, mi niño?

Me guió hasta un precioso salón, perfectamente decorado y arreglado. Había hecho un buen trabajo. Me alegraba que al menos, alguien de mi gerarquía estuviese arriba conmigo. Mefisto se arrodilló delante de mí y cogió una de mis manos. Le miré con los ojos brillosos, con todo el interés del mundo.

-Sabes que siempre podrás contar conmigo para lo que quieras, Lilith… siempre y cuando saque siempre un beneficio- mellé una media sonrisa. Mi mano libre se posó encima de la suya.

-Lo sé cariño, lo sé... Siempre estarás en mis planes, querido mío, y siempre sacarás beneficio- mi mano dejó de estar encima de la suya y subí su mentón para darle un beso en los labios- Ya me conoces... Siéntate, por favor.- Dije mostrándole el sillón de enfrente.- Hablemos... Fuiste el único que pudo salir del Infierno por ese pequeño "desliz" ¿lo sabías de antemano o lo provocaste tú?

Sonreí a su respuesta. Nunca cambiaría, seguiría siendo el mismo de siempre, con afán destructor y de fama, como en el Infierno...

-Pero dime, jamás te ha interesado demasiado subir aquí arriba… ¿Por qué ahora?

-Digamos que me aburría allí abajo. Necesitaba algo nuevo, llevaba más de un milenio allí metida. Creo que ya era hora de salir, ¿no crees?- sonreí con dulzura- Es hora de provocar el caos- no apagué la sonrisa en ningún momento- ¿Dejarás que me quede aquí contigo? Necesito una buena posición social... Yo no estoy hecha para habitar los suburbios, te lo agradecería de corazón, y lo que no es corazón- torcí la sonrisa- Como podrás comprobar siempre elijo un cuerpo puro, que no haya sido tocado, pero la única que está aquí soy yo, Lilith.

-Yo también me alegro, ya no soportaba ese infierno- dije enarcando las dos cejas con gesto de agotamiento.- Y dime, ¿cómo se divierte uno aquí arriba, a parte de condenar a los mortales?- dije con una sonrisa.- Podríamos acabar con algunos cazadores, he oído que están dando mucho la lata- dije bufando- Siempre tienen que ser tan oportunos- volví a enarcar las dos cejas- Yo les enseñaría buenos modales- reí levemente.

Me levanté del asiento y fui a sentarme en las piernas de Mefisto de lado y le miré con una sonrisa.

-No has condenado a muchas almas últimamente, ¿estás bajo de forma? Aunque me han dicho que has condenado a varias personas que te estaban dando la lata, ¿me equivoco? Nos vamos a divertir mucho con ellos allí abajo. Como una familia feliz- dije con una risa macabra.

-Ya veremos cómo se está aqui arriba- suspiré- Y si no hay nada que pueda divertirme ya puedo yo imaginar maneras para ello- dije, acaricié su cara con una mano y le dediqué una sonrisa- ¿Verdad que sí?- mi mano bajó hasta su pecho- Pero ahora tengo hambre y sueño- le di un golpecito en el pecho con la mano y me levanté- ¿Qué hay que hacer en este mundo para conseguir algo de comer?

Salí por la puerta y vi a los sirvientes de Mefistófeles. Estaban hablando de mí, me temían, tenían un miedo terrible a que les destruyese. Que no me tocaran mucho las narices y ya verás como se salvan. Les miré con una sonrisa.

-Lilith tiene hambre, arreglároslas como podáis- dije con la misma voz dulce de siempre.

-Ya la habéis oído chicos, no querréis que se enfade- reí dulcemente.

Miré a Mefisto con una expresión dulce y amigable. Estaba fumando, placeres de la vida era lo que buscaba allí arriba mi pequeño niño. Volví al salón y me senté de nuevo en el sofá. No aparté la mirada de él ni un momento, seguramente se estaría sintiendo incómodo, tampoco quería provocarlo.

-¿Qué has hecho últimamente aquí arriba? Necesito saber si sigues siendo el mismo de siempre, el mismo demonio con ansias de causar el caos y la desgracia, por el bien común, para nosotros- dije con una sonrisa maliciosa- Siéntante aquí conmigo mi niño- dije mostrando el asiento que tenía al lado- Cuéntame tus aventuras.

-Que podría decir, no hay nada que sobresalga de interesante… exceptuando Katrina; he conseguido lo que pocos demonios conseguirán en su vida, hacer un trato con un cazador… además de poder meterla bajo mis sabanas- acompañé a sus risas, aquello era un gran reto, ¿sería una fresca?- dentro de unos meses el trato finalizará, mis perros del infierno irán a por ella y su alma vendrá con nosotros al infierno… quiero divertirme mucho con ella, tengo que devolverle algo que osó hacerme.

-¡Qué divertido! Si quieres bajar allí abajo para divertirte con tu premio solo dímelo y conseguiré que bajes algún tiempo. Por supuesto, si lo deseas, guardaré tu cuerpo, de eso no hay que preocuparse- dije con una sonrisa- Entonces... ¿Katrina dijiste? ¿Qué te pidió exactamente? Espero que esté disfrutando sus últimos días- dije con una risa al final- Aunque, seguramente disfrute lo que le espera, no sé. ¿tú que piensas Mefisto?- dije mirándole con intensidad.

¿Tan importante era para él el trato con esa cazadora? Debería ser su juego personal. Yo defendía eso y me parecía muy bien por su parte. Yo también tendría que buscarme un juego, quería divertirme.

-Vino en busca de poder para derrotar a sus enemigos… hice que las tornas cambiasen para sacar provecho. Resucité a sus hermanas y al traidor de su hermano… que pena que al poco tiempo la cazadora se enterara del engaño.

-Tus engaños siempre surten el efecto que quieres darle... eso es lo que me gusta de tí, eres el demonio más mentiroso y eficiente del Infierno. Incluso llegan a darme pena las almas que bajan por tu culpa... una pena terrible- reí finalmente.

-¿A caso no todos acaban disfrutando de las torturas? Al menos cuando son ellos quienes las imparten…

-No lo sabes tú bien ni nada... pobres almas en pena, ¿cuánto pueden soportar? ¿Dos, tres días? Ni eso... son unos quejicas llorones. Y eso que la mayoría de las torturas no las implante Alistair, hay más demonios. La tortura de Alistair es la última que reciben, ya que no soportan más aquello... Qué lástima.

Me levanté de aquel sofá y le observé fijamente.

-¿Qué hay que hacer en este mundo para conseguir ropa... digamos, que no sean harapos?- dije cogiendo la falda de mi vestido con las dos manos.

Aquella muchachita era de clase media-baja, por lo que sus ropas no eran lo que yo necesitaba. Yo buscaba el lujo y el poder, y para eso estaba Mefistófeles, para proporcionármelo. Cualquier demonio que no obedeciera mis órdenes no acabaría bien parado, y él lo sabía. Pero nunca podría salir mal parado, pues aun obedeciéndome, puede seguir pensando solo para sí mismo, y el jugar con fuego no siempre estaba mal, eso era lo que más me gustaba de los de nuestra jerarquía: obedientes y juguetones.

-Yo mismo te conseguiré unos bonitos vestidos… para que voy a mentirte, mandaré a alguien a comprarlos- negué con la cabeza sonriente, no tenía remedio- ¡Sarah!- una demonio que estaba atenta a cualquier dato de nuestra conversación, por fín salió tras la puerta, mostrándose.- Ya sabrás que Lilith busca algo bonito con lo que vestir a su recipiente, tómale medidas y busca tantos vestidos como dinero tengas.

La pequeña asintió con la cabeza y se dispuso a tomarme medidas. No me parecía para nada incómodo, según me habían contado, esta época era así. Fascinante.

-No te preocupes, esa demonio tiene un ojo muy fino para los vestidos femeninos.

-Eso espero, no quiero seguir pareciendo una mundana campesina.

Observé que Mefistófeles me tendía la mano, me le quedé mirando durante unos instantes.

-¿Querrías pasear con este demonio? Sarah tardara un poco en llegar y es el momento perfecto para dar una vuelta por la mansión y sus exteriores. Tienes que conocer la casa donde vas a vivir.- sonreí.

-Como no mi querido Mefistófeles, enséñame cualquier cosa importante en tu gran mansión. No quiero perderme por los pasillos, no sería propio de mí- dije con una pequeña risa dulce y siniestra. Así su mano y con la cabeza le indiqué que comenzase a caminar- Dime, ¿cuánto tiempo le queda a tu cazadora?

-Un par de meses. Se metió con el demonio que no debía, solo pude darle un año. Aún así aceptó.

-¡Qué estúpida!- reí dulcemente.

¿Cómo podía alguien aceptar algo así? A no ser que estuviese desesperado. Pero yo no veía a una cazadora desesperada por traer a su familia de vuelta, las cosas debían asumirse y no pensar siempre en el pasado. Eso era lo que más asco me daba de los humanos, siempre pensando en sus sentimientos. Repugnante.

Anduvimos por las afueras de la mansión, pude ver los jardines que se abrían con gran esplendor. Largos metros de hierba fresca y plantas de todo tipo. Aquello habría resultado un gran trabajo. Que él no habría realizado, seguro. Luego me llevó a los establos, los animales sí que me gustaban, eran mucho mejores que los humanos en cualquier distinción. Pero no todos tienen la suerte de tener, al menos, un mínimo de inteligencia.
Sus pasos me llevaron de nuevo al interior de la casa. Me mostró cualquier lugar que debía conocer con detalle. Las decoraciones eran minuciosas, extraordinarias, y los ambientes, relajantes y cálidos.
Tras ello, me guió hasta la parte de arriba. Me enseñó todas las habitaciones que tenía la casa, me resultaba infinita. ¿Cómo alguien podía tener tantas habitaciones? ¿Acaso a su recipiente le gustaba jugar al escondite? Era algo muy gracioso. Por fin llegamos a sus aposentos. Sin duda era la magnificiencia de la casa. Aquella habitación sí que poseía lo que debía tener una habitación aristócrata.

-Y este es mi santuario personal… donde me gusta más divertirme…

Sin duda. ¿Quién no se divertiría en su propia habitación? Y más con alguien como él. ¿Cuántas mujeres habrían yacido en aquellas sábanas? Conociéndole... habría perdido la cuenta. De pronto, me sentí levantada en el aire. Dejé de pensar y discretamente miré a Mefistófeles. Me había cogido en brazos y en esos momentos me llevaba a la cama. Atrayendo mi cuerpo al suyo me besó con una pasión inexplicable. A decir verdad no disgusté su beso, sino que le di más intensidad.

-...donde más me gusta divertirme...- reí dulcemente, ¡sin duda!

Volvió a besarme y no se lo negué. En cierto modo quería disfrutar de la "mortalidad" que gozaba en la Tierra. En el Infierno no podías disfrutar de tus libertades tan fácilmente, aunque también te lo pasabas muy bien. Cogí su camisa por ambos lados del cuello y la estiré para que acabará quitándosele. ¿Habría sido un acto no propio? Bueno, era una demonio, que nadie pidiese delicadezas. Se la quité al instante sin parar de besarle.
Con la cabeza apoyada en la almohada dejé de besarle una vez, mirándole con una sonrisa dulce.

-¿Entonces yo también puedo divertirme en tu habitación?- dije torciendo la cabeza un poco.

-Solo vas a hacer que divertirte…- me dedicó una media sonrisa.

¡Qué gracioso llegaba a ser a veces! Todos mis niños me parecían graciosos en alguna ocasión. Mefisto bajó por mi cuerpo hasta acabar a la falda. De nuevo esa sonrisa se dibujó en su rostro, se me escapó una pequeña carcajada. Se metió bajo mis faldas, literalmente. Sus manos y su lengua eran una delicia, había enseñado bien a mis niños, podrían hacer que te derritieras en unos segundos. Reí sin remediarlo.

-¿Cómo osas hacer esto a la pobre chiquilla? ¿Violar a una niñita te hace feliz, mi niño? En mi interior la oigo gritar: ¡dejadme salir! ¡Dejadme en paz! Pobrecita... ¿no te da pena?- reí de nuevo, no podía ser más malvada.

Aproveché que tenía la cabeza fuera para cogerle con mis manos, poniéndome de rodillas en la cama. Le miré a los ojos y mostré una sonrisa divertida.

-Eso no es de nuestra incumbencia ¿verdad? ¡Que grite, que llore, que patalee todo lo que quiera! Eso no quita el que nosotros nos divirtamos- le empujé cayéndose de espaldas en la cama.

Había sido brusca, si alguien se quejaba no era mi problema. Me puse encima de él y pasé un dedo por sus labios, sin dejar de sonreír un solo instante.

-Y yo sé hacer que uno de mis niños se diviertan...- reí débilmente.

Deslicé mis labios por todo su torso desnudo, incitándole a excitarse. ¿Quién no sucumbiría a mí? Ni el mortal más inteligente lo haría. En todo momento se sabe lo que un hombre desea... Placer, sexo, quizás el masoquismo. Mis niños estaban muy bien acostumbrados a ello, en el Infierno disfrutaban hasta de la tortura - incluso, usada contra ellos mismos.
Mis manos se posaron encima de su pantalón, se notaba perfectamente su erección, ¿qué más podría hacer al pobrecito de Mefisto? Sabía muy bien que yo podría llevarle a la locura mucho más fácilmente que cualquier otra fulana o demonio. Y ahora mismo lo sentiría en sus propias carnes.
Desabroché con lentitud su pantalón, dejando ver por fin lo que andaba buscando hacía rato. Pude tener su pene erecto en mis manos. ¿Hasta qué punto desearía Mefisto que le hiciera enloquecer?

-¿No quieres pedirme nada o prefieres que yo decida el qué hacerte?- reí débilmente, con ese tono infantil y dulce.

Con una mano comencé a masturbarle, subiéndola y bajándola con cierta presión en ello. Mientras hacía aquello, podía entretenerme en besar por la parte más baja de su abdomen, había elegido muy bien a su recipiente: era sexy, guapo, y tenía un cuerpo perfecto. Aunque lo más importante era que él estaba dentro, mi pequeño Mefistófeles.
Pude cambiar mi mano por mi boca en unos instantes, ¿pero sabes lo mejor? Que buscaba su lamento, su súplica... ¿Me la daría? Eso estaría por ver...

-¿De verdad no quieres pedir nada, cariño?- tuve que dejar de dar besos en su abdomen al decirlo pero al instante volví con mi trabajo mientras le miraba...

Escuché su palabrería, claro que nunca cambiaría, pero podía apreciar que él tampoco lo haría. La petición no había salido de sus labios aún, ¡qué entrega! Sus labios se abrieron por fin, dejándome escuchar lo que necesitaba...

-Quiero que me lleves al éxtasis… haz que me corra Lilith, una y otra vez... que este cuarto se convierta en el nido de una orgía de placer para ambos- reí dulcemente.

¿Eso era lo que quería? ¿Por qué iba a negárselo? Sería divertido, muy divertido, pero acabaría dejándome a mí sin mi premio. Los demonios podíamos llegar a ser muy rastreros. Mis labios bajaron hacia dónde él quería. Introduje su pene en mi boca una vez, saboreándole. Pero volví a sacarlo, mi lengua se entretuvo paseando por su tronco y su glande en numerosas ocasiones, intercalando mi mano a ello. Recorrí todo su sexo con mi lengua, de abajo arriba, una y otra vez, jugueteando. ¿Que sería eso para él? Una tortura más, por supuesto. ¿Y qué suponía eso para mí? El disfrute de su pequeño sufrimiento. Mis dientes pasaron por su tronco muy débilmente, el miedo a no saber lo que haría era algo fascinante. Y él sabía perfectamente de lo que podía llegar a ser capaz. No le haría daño porque no quería, pero si quería, podía suplicarme lo que quisiera que yo haría lo que quisiera. Volví a meterme su pene en la boca, apretando mis labios a su alrededor, subiendo y bajando mi cabeza a un ritmo acompasado: lento, por supuesto.
Su mano, por instinto, se colocó encima de mi cabeza. ¿Ah sí? Le agarré la mano con una de las mías y su momento de disfrute pasó en unos segundos.

-Ah, ah, ah- hice un sonido con mi voz, negando su acto- Te daré lo que yo quiera y nada más, mi amor. Si necesitas más y yo no te lo doy, te aguantas- puse una voz un tanto cómica- A mi no me das órdenes... yo sé bien lo que tengo que hacer...- bajé la voz al final.

Volví a bajar la cabeza y a introducir su miembro en mi boca. Esta vez sí que empecé con rapidez, ¿necesitaba más? Se lo daría, pero debía aprender que no podía pedírmelo él, en el Infierno lo tenía muy claro, debía enseñarle otra vez, era algo muy divertido. Uní mi mano a mi pequeño trabajo, sin dejarle un respiro, quería que se corriese y llegase al éxtasis, aunque... podría también no hacerlo.