Romeus and Juliet , theater Bankside `[Vanessa Johnson]

Apenas acepté su proposición dijo que conocía una puerta trasera y levantándose me tendió la mano de manera galante para que me pusiese en pie a mi vez. Me levanté y salí junto a él del palco. Recorrimos los pasillos hasta llegar a la parte trasera del teatro hasta llegar tras las bambalinas. Pasamos desapercibidos en la zona debido al ajetreo y a la velocidad con la que nos movimos y, antes casi de que nos diésemos cuenta nos encontramos en el callejón de la parte trasera del teatro.

- Somos libres – Dijo riéndose ligeramente mientras aún sostenía mi mano entre la suya. - Cierto. -dije esbozando una sonrisa similar a la suya.- ¿Y cómo os gustaría disfrutar de esta libertad? -le pregunté con la cabeza llena de ideas descabelladas y nada apropiadas para una señorita de mi posición.- ¿Hay algún lugar en especial al que os gustaría acudir?

Antes de que él tuviese ocasión de responderme o yo la tuviese de hacer alguna de mis locas propuestas el cielo nos avisó con estruendo de que una tormenta se cernía sobre nosotros. Un viento frío comenzó a correr, lo que hizo que me cerrase más el abrigo con la mano que continuaba teniendo libre y que, de manera involuntaria, me pegara más a él buscando algo de calor corporal.

- Tenéis razón. Lo primero debe ser salir de aquí. En este callejón el aire parece más frío de lo normal... - La mano que aún mantenía entre la suya la abandonó al fin y fue a apoyarse en su brazo a la vez que nuestros cuerpos se pusieron en movimiento prácticamente a la vez conduciéndonos fuera del callejón.- Me temo que la posibilidad de que la lluvia nos sorprenda limita un poco nuestras posibilidades... No me gustaría mojarme. ¿Conocéis algún café o local que abra a esta hora y en el que podamos resguardarnos? - Meternos en un local atestado de gente no era ni mucho menos lo que yo tenía en mente, pero no se me ocurría nada mejor que proponer y, además, la señorita de modales que mis padres se habían esforzado en críar, me frenaba impidiéndome confesar mis auténticos deseos. Con cada paso, yo me acercaba más a él queriendo sentirle más cerca. Lo deseaba y lo necesitaba.

Antes casi de darme cuenta mis manos tocaron una pared y me enconté arrinconada con sus brazos a ambos lados de mi cuerpo. Su manera de proceder me sorprendió y me agradó en proporciones similares y cuando sus labios rozaron los míos olvidé toda intención que me apartase de ellos y asentí a lo que dijo.
- Cierto, estoy totalmente de acuerdo. -dije en apenas un hilo de voz totalmente cautivada por su cercanía. Mis manos, ambas apoyadas aún en la pared, se movieron hasta posarse tímidamente sobre su pecho y su hombro respectivamente a la vez que el ligero rubor que había cubierto mis mejillas comenzaba a desaparecer. Cuando mencionó que de momento no debíamos preocuparnos por la tormenta ya ni sabía de lo que hablaba.- ¿Tormenta? ¿Qué tormenta? - pregunté iniciando un lento acercamiento hacia su rostro. Todas mis inhibiciones estaban ya próximas a desaparecer.

Estaba en el cielo en ese instante, con sus labios tan cerca y con mis ojos perdiéndose en los suyos. Lamentablemente, la lluvia fue de lo más inoportuna e interrumpió nuestro acercamiento. Maldije interiormente aquella interrupción y me reí al escuchar su risa. En cuanto tomó mi mano me despegué de la pared y caminé a su lado buscando algún sitio para resguardarnos. Parecíamos estar solos en la calle y no había lugar alguno a la vista en el que pudiésemos ocultarnos de la nefasta lluvia. Mi abrigo y mi vestido estaban ya bastante mojados y comenzaban a pesar bastante cuando al fin vimos una pequeña luz.

Nos dirigimos hacia ella y nos detuvimos brevemente ante la puerta de lo que parecía una taberna de barrio.- No parece nada de mi estilo, pero es lo único que hay... -dije más para mí que para él indicándole con un gesto que abriese la puerta, cosa que hizo. Ante nosotros apareció la sala de una modesta y poco concurrida taberna. Aunque no había demasiada gente, todas las miradas fueron a parar sobre nosotros que, obviamente, destacábamos en aquel sitio, cosa de la que tardé un poco en darme cuenta. - ¿Por qué todos nos miran, Leonardo? -pregunté en apenas un hilo de voz y mirando a mi acompañante, de cuya mano seguía agarrada, de medio lado.

- Quizá se deba a nuestro aspecto, a que hayamos irrumpido en un lugar tan poco concurrido o simplemente al hecho de ver la belleza rodeados de oscuridad cuando habéis entrado... - Estoy totalmente segura de que con aquel último comentario logró hacerme sonrojar. Demostrando más arrojo que yo inició un movimiento hacia la barra el cual seguí. No pensaba separarme de él por nada. Escuché las dos opciones que me propuso y dudé unos segundos antes de responder. Las dos implicaban pasar algo más de tiempo con Leonardo, pero tanto una como otra dificultaban seguir con lo que estábamos haciendo antes de que la tormenta estallase...
- Con tal de seguir con vos me da igual el lugar y el clima. - murmuré acercándome de forma que sólo él pudiese escucharme.- Pero creo que a mi padre no le haría mucha gracia que llegase a casa completamente empapada. -añadí en un hilo de voz visiblemente contrariada.

Estoy segura de que el rubor cubrió por completo mis mejillas a la vez que era presa de una profunda ira cuando escuché al tabernero ofrecernos una habitación. Sentía vergüenza al saberme escuchada y enfado por la indiscrección del tipo. Inmediatamente bajé la cabeza y me escondí tras el hombro de Leonardo quien, al parecer, no le había dedicado una mirada muy comprensiva al tabernero, a quién escuché tartamudear.

Leonardo, con un tono que no denotaba la más mínima emoción, aceptó que la idea no era mala aunque puso en duda la salubridad del lugar, cosa de la que yo tampoco estaba muy segura, pero una mujer, en la que yo no había reparado hasta el momento, se apresuró a intervenir asegurando que nos darían la mejor habitación. Leonardo entonces se giró y mirándome con una expresión que no supe identificar, me preguntó si quería subir.

Mi ropa estaba empapada. Tenía frío y empezaba a tiritar levemente. Claro que quería subir y secarme pero el miedo al qué dirán y el hecho de saberme observada por seis pares de ojos espectantes, siete si contaba los de Leonardo, no me ayudaba demasiado a pensar. Esa gente no nos conocía y era más que probable que no volviesen a vernos. ¿Por qué tenía que importarme lo que pudiesen pensar? Eso sí, el lugar seguía sin convencerme demasiado pero seguía tiritando y eso no era bueno.
- Realmente necesitaría secarme y vos también. -le respondí mientras le hacía ver con un gesto como nuestras ropas escurriendo mojaban el suelo de madera del lugar.

La mujer nos pidió que la siguiéramos y lo hicimos ambos en silencio. Lo poco que podía ver de los sitios por los qué pasábamos no era nada alentador y no parecía muy buen presagio para lo que íbamos a encontrar cuando llegásemos a esa supuesta buena habitación pero al final la sorpresa fue bastante grata. Permanecí un paso por detrás de Leonardo en todo momento observando la habitación que realmente debía ser lo mejorcito que tenían en aquel sitio de mala muerte. Una cama grande en bastante buen estado, una silla o dos, una especie de biombo e incluso me pareció distinguir una chimenea... Empecé a sentirme extrañamente nerviosa y estos nervios aumentaron cuando la mujer se fue anunciando que volvería con las mantas en breve. Leonardo se movió en dirección a la chimenea para poner algunos troncos, encenderla y avivar después el fuego.

- Es mejor de lo que cabía esperar. -murmuré pasados unos segundos.- Y gracias a la chimenea podremos secarnos más rápido y mejor, ¿no, creeís? -añadí poco después avanzando un par de pasos quedándome a un metro escaso de él y de la chimenea y empezando a escurrirme el pelo.

La esposa del tabernero no tardó demasiado en volver con un juego completo de sábanas y varias mantas más que se apresuró a colocar en la cama ante mi atenta mirada. ¿Realmente era aquello necesario? En un principio yo no tenía intenciones de quedarme más del tiempo que necesitásemos para secarnos y lo que tardase la tormenta en parar...

- Hay toallas ahí. -dijo señalando un mueble en el que no había reparado cercano a la cama.- Si necesitan algo estaremos abajo. Disfruten de su estancia. -murmuró la mujer una vez hubo terminado de preparar la cama dirigiéndose a la puerta y saliendo por ella dejándonos nuevamente solos.

Vi como Leonardo se movía reduciendo a cero la escasa distancia que nos separaba parándose frente a mí. Habló y se río entre dientes mientras pasaba la mano por mi cuello apartando el pelo mojado.
- Desde luego yo no lo habría dicho. -murmuré sintiendo como uno de sus brazos rodeaba mi cintura a la vez que me preguntaba si me encontraba bien. Justo cuando iba a responder sentí sus labios besando mi cuello y un leve estremecimiento me recorrió.- Lo estaba hasta que habéis hecho eso... -murmuré levantando una de mis manos hasta posarla en su hombro. Mi corazón empezó a bombear con más fuerza acelerando su ritmo. No estaba nada segura de lo que iba a pasar pero quería seguir tan cerca de él como lo estaba ahora. Mi otra mano se fue hasta su nuca enredándose después en su cuello y eché la cabeza hacia atrás a la vez que cerraba los ojos.

Leonardo estaba consiguiendo disparar mis nervios con cada casual gesto. Se notaba que me tenía totalmnte a su antojo, al menos yo lo notaba, pero ni podía ni quería hacer nada para cambiarlo. Rozó mi oreja con la punta de su nariz para después de separarme sugerir que me calentase un poco junto al fuego. Me acerqué un poco más a la chimenea y fue entonces cuando dijo que debería quitarme la ropa y dejarla junto al fuego. Me giré para mirarle y el rubor reapareció en mis mejillas.

- Señor Rousseau...- no sé por qué en ese momento volví al trato cortés olvidando el tuteo.- ¿Le parece eso algo que una señorita haría delante de un caballero que no es su esposo? -pregunté tildando mi voz con un ligero tono mezcla de enfado e indignación.- Además... no tenéis ni idea de cuan difíciles son de poner y quitar estos vestidos... -dije cambiando mi tono a uno más juguetón, en clara referencia a las cuerdas del corsé que tanto rato costaba ajustar.

Al parecer no había dicho lo que había dicho de forma consciente y se apresuró a disculparse dejando bien claro que no pretendía ofenderme. Automáticamente me relajé del todo. Fue por una toalla y sugirió que me secara con ella, pero antes de dármela él mismo pasó la toalla por mi cuello y mi escote.
- Gracias. -murmuré cogiéndola y secándome el rostro y el pelo a la vez que me acercaba un poco más al fuego.

Mientras me seguía secando con la toalla giré la cabeza y lo vi sentado en la cama con gesto ligeramente pensativo. Habría dado cualquier cosa por saber que estaba pasando por su cabeza en ese momento. Me quedé junto al fuego hasta que sentí que mi cuerpo había entrado en calor. Que el vestido se secase por completo iba a ser realmente difícil, pero al menos quedó bastante menos pesado. Entonces volví a girarme y fui a sentarme en la cama al lado de Leonardo. Le pasé la toalla por el rostro y luego por su cabeza secándole un poco el pelo antes de detenerme mirándole a los ojos.
- Esto es un poco... raro, ¿no crees? -le pregunté retomando la familiaridad en el trato.- Se supone que ahora mismo deberíamos estar viendo terminar la obra de teatro y en lugar de eso estamos en la habitación de una taberna de mala muerte... Definitivamente esto no es lo que tenía en mente cuando acepté tu invitación. -dije mientras dejaba la toalla a un lado.

Giró el rostro para mirarme a la vez que me preguntaba con gesto espectante que era lo que esperaba exactamente. ¿Qué esperaba? "Pues tal vez sólo pasar un buen rato en el teatro con la representación de una de mis obras favoritas... disfrutar de vuestra compañía... quizá repetir el beso de vuestra casa... arrancaros la promesa de que habría una próxima vez..." -pensé en un intento de dar con la respuesta más adecuada.

Aún estaba tratando de dar con ella cuando Leonardo me empujó suavemente hacia atrás haciendo que me recostara.
- ¿Pero qué...? -empecé a decir cuando noté los ojos de Leonardo clavarse en los míos y su masculina voz tranquilizándome. Quería acabar la frase... quería moverme, pero no podía. Tumbada como estaba seguí con la mirada cada uno de sus lentos y estudiados movimientos estremeciéndome levemente al sentir primero una mano y luego su nariz deslizándose por mi pierna izquierda. Me preguntaba que pretendía hacer pero mis labios se negaban a producir sonido alguno. De repente sentí algo abrirse paso en mi piel, como un par de afiladas agujas y un dolor agudo me hizo cerrar los ojos y apretar los puños. No sabía lo que estaba pasando, sólo sentía el dolor que poco a poco fue disminuyendo de intensidad.

Mis ojos se cerraron a la vez que una sensación de entumecimiento recorría mi cuerpo empezando desde el punto en que el dolor había comenzado. Notaba mis fuerzas disminuir a cada segundo que pasaba y aunque quería hablar, preguntar por lo que estaba sucediendo, algo me lo impedía. En un momento quedé en un estado cercano a la inconsciencia por lo que apenas noté el instante en que mi cuerpo quedó liberado de aquella intromisión.

Mi pecho subía y bajaba ligeramente agitado cuando noté un peso sobre mi cuerpo y unos labios suaves ascendiendo por la piel desnuda de mi pecho y mi cuello. Tenía la sensación de que había perdido la noción del tiempo y el espacio. Al escuchar la voz de Leonardo traté de abrir los ojos pero mis párpados pesaban demasiado. Por suerte logré hacer salir mi voz de mi garganta.
- Monsieur Rousseau? -musité.- Sí, estoy despierta pero... me siento algo cansada. -respondí sintiendo su aliento golpeando la piel de detrás de mi oído.- ¿Qué ha sucedido? ¿Me he dormido o desmayado acaso? -pregunté ligeramente desorientada.

La voz de Leonardo tardó en sonar y, mientras tanto, pensé en que lo último que recordaba claramente era un dolor agudo aunque, por lo que dijo a continuación, ese recuerdo no se me hacía nada lógico. ¿De verdad había estado a punto de pasar eso entre nosotros? No podía decir que no había imaginado que aquello pudiese pasar pero aún así me sorprendía. Me quedé totalmente muda, incapaz de decir o siquiera pensar algo para decir en ese momento. La cabeza me daba vueltas como si estuviese ebria cosa que sabía, era totalmente imposible y sus palabras de disculpa resonaron de nuevo en mi mente.
- Descansar, sí, descansar... -murmuré cerrando nuevamente los ojos y escuchándole caminar por la habitación mientras procuraba dejar mi mente en blanco, cosa que por cierto me costó bastante hacer.

No sé el tiempo que permanecí así pero cuando las fuerzas comenzaron a volver me incorporé un poco en la cama quedando apoyada sobre mis antebrazos y después me senté llevándome una mano a la cabeza.
- No entiendo como he podido desmayarme. -musité.- ¿Habré cogido frío por culpa de la lluvia? -me pregunté a mí misma deslizando la mano hacia mi frente y notando una temperatura normal en ella. Vi a Leonardo de espaldas y de pie frente a la chimenea.- Leonardo... -le llamé.- Ya me siento mejor. ¿Por qué no vienes a sentarte y me refrescas la memoria? -le pedí.- Me siento como una tonta por haberme desmayado y... no recuerdo bien lo que pasó.