Fiesta en el museo [Libre]

-No lo creo, lo sé- ¡Bravo! – Aun recuerdo aquel día en que me clavaste un puñal y por supuesto …- la cosa se ponía interesante. ¡Y se reía! pues yo no era tan ingeniosa. ¿Qué reservaba para el final? -la noche en que yo profane el tuyo- ¡TARAN!
-Si. Estamos de acuerdo en que, no fuiste el único que clavaste algo, en alguna parte - comenté como si hablase del tiempo. Para desconfiada yo. Llevaba el cuchillo justo en el muslo, deseoso de salir para darle otro golpe de gracia. Y en cierto modo, era excitante quieras o no ¿Qué había más divertido? Siempre adoré las peleas...
- Extraña, sórdida, inquietante... pero con todo atrayente... - eso consiguió sacarme de mis pensamientos. Vanessa ahora nos acompañaba junto con el resto de la tropa. - ¿No creéis?
-No lo habría descrito mejor - sonreí animada, escondiendo mi descontento ¿Cuándo volvería a tener a Rousseau para mí sola?

- Los asuntos desagradables tienden a atraer al ser humano, aunque finja lo contrario, es fácil verlo leyendo cualquier periódico. Crímenes, escándalos...- dijo Castlefield a lo que yo asentí con la cabeza de acuerdo. El ser humano tiende a querer convencerse de que su vida no es tan patética y busca las miserias de otros para sentirse aliviado. En realidad, podría decirse, que disfrutan sabiendo que otros son más desafortunados que ellos - El autor del cuadro lo sabía... Es curioso lo realista que resulta la sangre de ese campesino. - muy cierto...

-Incluso diría que es de verdad - murmuré divertida, acercándome al cuadro para curiosear, cuando la zona se hubo despejado. Luego pasé un dedo por la pintura carmesí, con delicadeza. No quise estropearlo. Si te acercabas y observabas con minuciosidad, podías ver pequeños trazos marrones de lo más desconcertantes. A ver si con la tontería, monsieur Rousseau iba a ser pintor y aquella su obra maestra. Mis pensamientos consiguieron arrancarme una sonrisa. El autor era anónimo. Pues no diría yo que... -Supongo que en algún momento, todo el que lo contempla, deseó ser este... - ¿Qué era exactamente? - ser, cosa... - reí conteniendo mi impulso sádico, que vociferaba a gritos salir, para desahogarse. Luego me coloqué junto a madame Harsányi, buscando a algún pobre idiota al que torturar, por el simple hecho de divertirme ¿Y para que buscar más, si tenía a Rousseau justo al alcance de mis manos? Dejaríamos a Castlefield por el momento -Tenéis un nombre curioso - exclamé girando el rostro hacia Erzebeth, muy cortes ¿Turca? ¿Húngara? ¿Alemana? -¿Tiene algún significado? - en algunas culturas los nombres tienen un sentido. Tampoco era tan estúpido lo que la estaba preguntando -Una vez conocí a una linda niña japonesa - era la hija de mi sirvienta y ambas vivían en la mansión de mi padre -Se llamaba Kaiya - también recordé que era una niña con pocas luces -Era bastante... torpe - el día que rompió toda la bajilla de verano... Menuda manazas... -Por lo visto, su nombre significaba Perdón. Tiene gracia ¿Verdad? - Solía disculparse con regularidad. Mi carcajada fue apagándose nada más alzar la ceja con cierto cachondeo ¿Tendrían sentido del humor? -Pero vos, no sois japonesa - Obvio -En tal caso, seríais la peor japonesa del mundo - hoy me sentía con ganas de reírme. Algo inusual, pero cuando se da el caso, hay que aprovechar el momento.

-¡Rousseau y yo hablábamos de una novela! ¿Verdad? - me acerqué a él sin esperar la respuesta de Erzebeth a mi pregunta. Luego puse la mano sobre su hombro muy sonriente -Creo que era una novela erótica ¿Me equivoco? - y enseguida me tapé la boca, culpable de desvelar algo tan escandaloso -que cosas digo... - murmuré sonrojada. Eso no podía fingirlo. Así que... ¿Qué mejor forma que observar la entrepierna del pequeño bastardo para conseguirlo? -En realidad era una novela de misterio, con intento de asesinato y todo ¿Verdad? - acerqué mi rostro al suyo apoyándome de costado -nos encantan esas cosas...

-Es cierto, ambos somos amantes de la lectura y me temo que la señorita Dupont es tan apasionada que considera a los libros de misterio y crimen como algo erótico. Además, creo que el vino no le ha sentado muy bien. Sera mejor que os de un poco el aire, por qué no salís fuera con la señorita Erzsebeth y seguís contándole más historias de vuestra criada japonesa… - ¿Y quién dijo que fuese criada?
-Me se historias mejores... - observé a Rousseau con la sonrisa perpetua, casi eterna; como si no pudiese desaparecer jamás. Retiró la copa que sostenía sin impedimentos por mi parte. Apartó mi mano, yo incluso le ayudé. Y muy discreto, dijo... –Esta noche no Alma – como si dependiera eso de él... -¡Eso es muy retorcido! - exclamé divertida, dando a entender que, ¡locuras mil!, las que me dijo al oído.

Ahora resulta que estoy borracha. Y de esa forma se lavó las manos, huyendo como un cachorro con el rabo entre las piernas. ¿No le llamé siempre así? ¿Cachorro? ¿Quién lo habría dicho? Y minutos antes, insinuaba que necesitaba algo más fuerte, cuando él pedía a gritos un buen puñetazo. ¿O quizás un buen golpe en el morro con el periódico de la mañana, a modo de palo? Bueno... Pues estemos borrachos. Tampoco se me da nada mal fingir eso. Y si cometo alguna falta... pues podré achacarlo a la bebida, tomando ejemplo del maestro que, poco interés estaba demostrándome, al igual que su escaso sentido del humor, muy por debajo de la media establecida. Y yo tomándole por un tipo gracioso, al que apenas le incomodaba nada ¿Qué fue de las grandes fiestas y de la gente interesante que las ocupaba?
La que se estaba cogiendo una buena cogorza a base de vino, era la señorita Jonhson. La joven no tenía fondo ¿Cuánto aguantaría en pie de aquí a una hora? Discutible... Y la húngara comentó algo por el estilo, que bien podía asemejarse a mi propia novela ¿Iba con segundas? Era indiscutible... También de forma instructiva, respondió a mi pregunta. Alma venía del latín y muy poco sabía yo de la antigua Roma. También dudé que mis padres conociesen la lengua. ¿Dónde lo oirían? A saber... Aún me daba risa, que una mujer como yo, tuviese un nombre tan mal atinado.

-Voy a tomar el aire - me giré, diciéndoselo a un hombre que ni siquiera conocía ¿Dónde estaba todo el mundo? Y qué importa... Y sin más dilación, salí del museo y contemplé el jardín de la entrada, apoyada en una columna de lo más ostentosa. Luego saqué la pitillera y encendí un cigarro. Había un reloj solar justo en el centro rodeado por la arboleda. Por las noches no transcurre el tiempo... -¿Disfrutando de la velada? - un caballero me acompañaba, fumando al igual que yo, sentado sobre la barandilla. No tenía ganas de hablar con nadie -Estoy como una cuba, no te molestes - quizás así zanjásemos la conversación -Yo también - Genial... ¿Quieres que te de una palmadita en la espalda? Di otra calada al tabaco, ignorándole y me aparté de la columna. Quise dar un par de pasos, bajando las escalas de mármol que presidían la entrada del museo. Pero el tipo volvió a incordiarme -¿Ya se marcha? - No te voy a alegrar la noche, amigo... ¿Por qué seguía dirigiéndome la palabra?
Consiguió sin esfuerzo, que bajase el resto de escaleras y caminé por una hilera de setos, de los cuales un puñado de enredaderas emanaban de ellos, formando un arco perfecto; encapotando el cielo por unos instantes. Si que tenían dinero... pensé apagando la colilla, en una rosa llena de espinas.

- No estáis borracha- me di la vuelta de inmediato, cohibiendo un profundo suspiro - Creedme, he visto más borrachos que nobles. Y vos no lo estáis. - sopesé el silencio y el sonido de los grillos. Se escondían entre los matorrales, únicos testigos ¿Qué pretendía decirme Castlefield con todo eso? -Es curioso, mentís casi tan bien como yo. - Duda resuelta -Sé que poco de lo que habéis dicho ahí dentro es verdad, pero no podría asegurar qué es cierto y qué no son más que mentiras. - Así que, ¿esperaba por mi parte alguna confirmación? Como detective, no estaba nada mal. Aún que no hizo las preguntas educadas y llegar al quiz de la cuestión, no es tan sencillo.

-Supongo que debo creeros - le di la espalda, escondiendo una sonrisa ocurrente y empecé a caminar por el pasillo arbolado a paso lento, disfrutando de la leve brisa -pues, aunque vos mismo, os hayáis tachado de mentiroso; si no sois tan tramposo como decís, no cobra un nuevo sentido - Me senté en un banco de piedra que encontré al final del camino.
-¿De qué conocéis a la señorita Harsányi? - pregunté curiosa, midiendo cada palabra -¿También comparte una profunda afición por la falacia o desconoce vuestro talento? - bromeé e imaginé al mismo tiempo, un club de mentirosos privado, en el que nadie se conoce aunque pasen los años ¿Quién diría la verdad? Me hizo gracia mi propia broma, manifestando una enorme sonrisa, que regalé al caballero -No os incomodéis. Sólo es simple curiosidad - que apareciese en el jardín, perturbando la calma, fue una sorpresa. Y nunca pensé que sus intenciones fuesen desenmascararme. Aquella noche, yo buscaba a un estúpido al que poder manipular. Supongo que volví a equivocarme de individuo -Prometo no delataros. - ¿Me creería? que divertido...

- No me incomodáis. Creo que conocí a Erzsébet en una fiesta que dio un conocido común... Lo clásico. Me pareció interesante, y supongo que ella pensó lo mismo de mí. Había muchos nobles aburridos en esa reunión- entonces se asemejaba bastante a esta fiesta - Los nobles que siguen creyendo que su título es cuestión de sangre y se transmite de padres a hijos no me miran muy bien. - ¿Acaso había conseguido llegar a lo más alto por otro medio? No supe si eran los negocios su forma de vida o por el contrario, robaba bancos -Volviendo a Erzsébet, estoy convencido de que ella también tiene sus secretos y sabe cómo soy, pero yo no diría que compartamos una profunda afición por la falacia... - en realidad sólo era una broma. La gente siempre termina tomándome en serio, sin razón -Decidme, ¿es cierto que sois la viuda de un conocido de Rousseau? No sonó demasiado convincente.

-En realidad no soy la viuda de nadie, ni tampoco ardo en deseos de serlo - contesté muy sonriente. Yo nunca le dije que fuera viuda ni le di a entender tal cosa. Sólo disimulaba delante de su mujer ¡Y delante de todas! Me incorporé despacio del banco de piedra, acercándome al caballero para verle de cerca -Quizás se confunda de dama... - planteé la posibilidad -Esta noche ha dejado claro, que siente debilidad por las amistades femeninas ¿Y qué hombre no? - cambié de tema -Ha sido una charla muy interesante. Ahora si me permite, volveré dentro. No me gusta dejar a los invitados abandonados tanto tiempo - dije como si la inauguración fuese mía y yo la anfitriona. Y en ese caso, otro gallo habría cantado, porque siempre he montado unas fiestas impresionantes -Sólo salí a fumar un cigarro y ahora regreso a esa fiesta, que tanto se parece a todas - Antes me gustaban, pero ahora perdían sentido, pues muchas cosas en mi vida estaban cambiando. Retomé mis pasos, cruzando el arco de enredaderas, no sin antes darme la vuelta para mirarle -¿Os quedáis aquí o venís? - luego giré sobre mis propios pies y seguí caminando hasta la entrada, subiendo la escalinata y cruzando la puerta. No me quedaría mucho tiempo, pero me apetecía otra copa.