La Carta {L.Rousseau}

Estaba en mi castillo como de costumbre, andando de un lugar a otro, no sabía dónde color la
última pieza que me había llegado, de nada menos que de las Indias. Bajaba y subía con el cuerpo totalmente erguido “tiene que ser un sitio donde le de la luz que precisa, aunque claro yo no podré deleitarme cuando sea de día”, sí, ese era otro de los inconvenientes de ser vampiro, “bueno, no se puede tener todo en esta vida.” No, no se puede.
Entré en la habitación de invitados, y lo coloqué sobre la mesilla de madera de ébano “Esta mesa si que fue una adquisición” me dije orgullosa.

Me quedé quizá…diez minutos mirando cómo quedaba el conjunto, las cortinas doradas provocarían por la mañana una bella imagen “ya me dirá Roger qué le parece.”, me encogí de hombros.
Crucé los pasillos, escuchando el sonido continuado de mis tacones, escuchaba también los latidos de mis hábiles gatitos, ellos nunca me abandonaban, al igual que mi querido mayordomo. En mi rostro se dibujó una sonrisa, bajé a mi despacho.

Me senté en mi sillón de cuero y apoyé mis piernas en la mesa de roble que había heredado de mi padre, fallecido ya hace mucho tiempo, cogí una de las plumas metálicas que tenía en la mesa y me la llevé a la boca, no sé por qué mantenía esas costumbres, pero el caso es, que así era.
Puede que estuviera así tres cuartos de hora mirando un libro que asomaba en la estantería, me acordé de la última vez que lo había leído, y de los sentimientos que me había despertado.

De pronto sentí algo, como una visión extraña, aunque más que eso, era un nombre, bajé los pies de la mesa, y cogí uno de los papeles satinados que había a mi derecha, también saqué la pluma de mi boca, y comencé a rasgar la superficie.

Me quedé mirando el papel torciendo el gesto “¿Qué significa esto?” Nunca me había pasado nada parecido.
La pluma fue sola, y esta vez pude leer.

Estaba sorprendida, no sabía de qué iba todo esto, cogí la campanilla que tenía a mi izquierda, la cogí con dos dedos y los moví rápidamente, pero con cuidado, podría romperla. Al rato, apareció mi mayordomo por el marco de la puerta.

- Roger querido, acérquese. – dije sonriendo, y moviendo una mano para que viniera.
– ¿Le es familiar esto que he escrito?- El viejo mayordomo se quedó mirando el papel frunciendo el ceño, yo estaba impaciente, pero sabía que debía esperar.
- Bueno, madame, el nombre no me suena, - Me llevé la mano a la cabeza algo decepcionada.
- pero, Wind Shadow es un castillo que hay en Londres. – Arqueé una de mis cejas. -¿Ah sí?
Cogí un nuevo papel y escribí:

- Es simple, directa, ¿no lo cree?- dije sonriendo a Roger.
- ¿No puede comunicarse telepáticamente con él, o como sea que se diga?- preguntó el mayordomo. – No tengo la habilidad necesaria. Así que haced el favor, quiero que llegue lo antes posible. – Cogí un sobre que había en el cajón de la mesa y escribí las señas indicadas. Metí el papel doblado en el sobre y se lo tendí al mayordomo, éste salió del despacho despacio.

Volví a posar mis ojos en los libros que había a mí alrededor, no tenía nada que temer, tenía hambre, en un rato saldría a hacer lo propio.

Ya hacía un rato que había salido a comer, no cogí el caballo, simplemente me acerqué al pueblo a pie, una agradable visita, bueno no tanto para ellos, pero para mi así fue y eso es lo que importa.

Al llegar a la puerta del castillo mi gato Poe ronroneo entre mis piernas “divinas criaturas” pensé. Entré y subí a mis aposentos con toda la desenvoltura que fui capaz, aclarar que son los aposentos visibles al público, por decirlo de alguna manera, porque donde yo descansaba por el día se localizaba en un lugar escondido a los ojos de los mortales en las profundidades del castillo, en los calabozos, para hablar claro.

Me miré en el gran espejo dorado que tengo, no me quedaba mal el vestido de tonalidades tierra que me había precipitado a elegir, también me puse una orquilla que había en la cómoda, le daba un toque de luz al negruzco cabello. No esperaba visita en el día de hoy, así que no me importaron mucho esos pequeños detalles.

Me asomé por la ventana, corriendo las cortinas, la luna brillaba intensamente, sonreí.

Sentí una nueva presencia por los alrededores, el sonido de cascos se aproximaba, y tiraban de un carro, por lo que percibí, “que extraño, ¿quién vendrá?”

Me apresuré a bajar las escaleras de la primera planta.
- ¡Roger! ¡Roger! ¡Alguien se acerca! – Roger apareció arrastrando los pies, con cara de asombro. – Sí, sí, hacedme caso. ¿Es posible que haya llegado ya la carta a su receptor, y haya venido tan rápido? – Roger se encogió de hombros ante mi pregunta. – Envié la carta como me mandasteis madame. Era de esperar que esto ocurriera.

Yo sonreí irónica. Subí de nuevo a mi habitación para asomarme por la ventana, por pura curiosidad, intenté averiguar que clase de hombre era el que se acercaba, pero con los caballos de por medio no logré lo que pretendía.

La carroza ya estaba en la puerta, me mordí la uña, pero ésta no se rompía, era imposible que eso pasase. “quién será, espero que no sea peligroso.” Lo de invitar al enemigo a casa ya lo había experimentado otras veces, solo esperaba que esta vez no fuera así.

Tocaron a la puerta, imaginé que Roger iría a abrir, me metí en la cabeza del anciano para ver a través de sus ojos:
- Sea usted bienvenido. –dijo amablemente el mayordomo haciendo una reverencia con una mano, “que elegante es Roger cuando quiere” me reí unos segundos. Sin duda era un vampiro el que se adentraba en estos muros.
Yo debía entrar en escena, así que en un segundo estaba en la barandilla de las escaleras de mármol que dan a la puerta principal. Sonreí ampliamente al ver la figura del caballero que allí esperaba.
- Buenas noches, señor Rousseau, bienvenido a mi humilde morada. – dije extendiendo los brazos mientras bajaba elegantemente los escalones. – Muchas gracias por haber venido tan repentinamente, bueno así era como debía ser…claro.- Mire a mi mayordomo, él arqueó las cejas ante mi comentario, me excusé en que no sabía que era un vampiro, no sabía que iba a llegar tan pronto, quizá un día, pero bueno, no pasaba nada.
Volví la cabeza al invitado. – Espero que la invitación no haya importunado vuestros asuntos y quehaceres, que seguro que son de mucha relevancia. – moví la mano explicándome.
– Si no os importa acompañadme dentro, quizá tenga algunas preguntas que hacerme, por ejemplo ¿Que qué hace usted aquí? – Hablaba mientras avanzaba por los pasillos hasta el salón principal.
– Y no encuentro una explicación lógica, solo pasó, y decidí poner cartas en el asunto, y nunca mejor dicho. – Dije sonriendo mientras movi la cabeza hacia atrás para saber dónde estaba el caballero.

Me senté en uno de los sillones con reminiscencias del siglo XVIII, me encantaban. Alcé la mano para que el señor se sentase en el otro sillón de dos plazas.

- Bien. – dije pensativa, entrelazando las manos. – Realmente, no tengo que tener una razón de peso para haberos convocado hasta aquí. – Moví la cabeza para observarle.

– Ya ve, era bueno que viviendo tan cerca, como en este caso, lo mejor era conocernos. Nunca antes había sentido la presencia de un vampiro en Inglaterra tan cerca como hoy, el don oscuro siempre me sorprende. – Sonreí, era verdad. Quizá no lo había sentido por mis constantes viajes o mi desconexión del mundo en multitud de ocasiones.

-¿Me comprende verdad? Este encuentro puede ser bueno para ambos. Y quizá podamos entablar una amistad, señor Rousseau. – Me incliné en el asiento para dar más énfasis a las palabras.

- ¡Ah! Mi nombre, sí, Kory Bouguereau, un placer. – Dije sonriendo.

Cómo no, aquel vampiro era más antiguo que yo, eso lo percibí. Podríamos tener un trato cordial, y pedirnos ayuda cuando lo necesitásemos al vivir tan cerca, y más siendo vampiros que en un breve espacio de tiempo llegamos a nuestro destino.

- ¿Qué piensa de todo esto?

-Lo cierto es que lleva razón...aunque yo nunca había sentido la suya, quizás sea porque no le presto mucha atención a eso- Bien, ya eramos dos, me reí en mi interior, algo que estaba acostumbrada a hacer. En ese momento supe que debía estar más atenta, nunca había estado en una situación de peligro, pero y sí el pueblo se levantaba sobre mí, contra ellos no podría defenderme ni de lejos, no tenía tanto poder para eso.

Le noté tenso, y no era para menos, una extraña le había enviado una carta, algo ambigua, a saber lo que pensaba de todo esto, pero es que no había explicación. Hoy habría hecho lo mismo que todas las noches, buscar en los catálogos de compras para elegir el objeto o pintura que más me gustaba, bueno también hacia otras cosas, pero hoy tenía pensado hacer eso.

-Encantado señorita Bouguereau, como ya sabe yo soy Leonardo Rousseau- Yo asentí, porque ya sabía su nombre, aún así me hizo gracia y le sonreí con astucia.

Dijo que todo esto le parecía extraño, vale, bien, entendible. Me pasé la mano por el mentón pensativa. – Uhmm… no sentí su presencia, sino habría sabido que erais un vampiro. Y no suelo sentir la presencia nítida de los vampiros del país donde me encuentro. – Era tan extraño para mí como para él.- Creo que fue una visión, pero solo de vuestro nombre y el nombre de vuestro…castillo, creo que es.

No se sienta cohibido por todo este asunto, puede tener un lado bueno. Confío en ello. – Dije volviendo la cabeza para mirarle. Sonreí un poco.
– Y cambiando de tema, podríais contarme algo de usted, solo si quiere, claro.- rectifiqué torpemente. Quería saber algo de él, ya que estaba en mi casa, era lo mínimo.

Le observé con tranquilidad esperando oír más de él, aunque me di cuenta de lo reservado que era, yo también lo había sido durante muchos años, pero ahora, no sé, había cambiado solo un poco, aunque las viejas costumbres siempre están ahí acechando.
Junté mis manos entrelazando los dedos, para dar un toque de solemnidad a la escena, pude oír como Roger andaba de un lado a otro con una bandeja, “pobre, ¿no ve que ahora no requiero de sus servicios?” Roger desde joven siempre había sido muy servicial, él siempre dice que debe mucho a nuestra familia, debí haberle convertido hace mucho tiempo, pero no me vi capaz, después de lo que me sucedió a mí, no quería que pasara por la misma incertidumbre de quedarse a medias.

-Bueno, ciertamente cuando recibí la carta creí que se trataba de algún tipo de negocios. Me dedico básicamente a eso para mantenerme ocupado y seguir el ritmo de esta época, y usted?

Entendible, sí, posiblemente mi carta no denotaba nada especial. Yo asentí a sus palabras con una sonrisa amable.

- Lamento la decepción señor Rousseau. – A mi personalmente los asuntos de negocios me traen sin cuidado, estas reuniones me parecían mucho más interesantes, sin duda.
- ¿Yo? Soy una coleccionista, entre otras cosas. – pensé en lo mucho que me gustaba coleccionar cosas, aunque fueran horribles a ojos de humano, para mí eran la mar de interesantes.
– Soy la heredera de la familia Bouguereau, todo lo que podéis ver a vuestro alrededor es mío. – extendí los brazos como si sostuviera mi reino, vaya, me empecé a reír de buena gana.
– No, no, en serio. Paso mi vida viajando. – se podría decir que esa era otra de las excusas para olvidarme del mundo consciente.

- Sé que la situación puede ser algo tensa, pero relájese, estamos entre iguales. ¿Desea sangre de vaca? Porque tengo… - yo no sabía cómo reaccionaría, pero lo que yo decía era cierto, de vez en cuando mandaba a Roger a que comprase bidones de sangre, y como no podía pedírselo de sangre humana, pues no me quedaba otra que pedirlo de animal, aunque no tuviera los mismos nutrientes que yo necesitaba, en momentos dados cuando me sentía desdichada sucumbía a esa clase de dieta. – Yo no tengo hambre…- y pensar en la sangre de la vaca también me quitaba el poco apetito que pudiera tener.

- Bueno… ¿vivís solo? – le miré dudosa, esperaba que aquel vampiro no fuera tan frío como aparentaba. – Por lo que respecta a mí, vivo con el anciano que acabáis de ver. No piense mal - dije moviendo una mano.- somos casi de la familia. – sonreí.

Cambié de tema directamente. - ¿Cuáles son vuestras aficiones? – estaba hablando demasiado, quizá tuviera miedo de lo que pudiera suceder, no conocía a ese vampiro, era mayor que yo, estábamos en mi casa, podía acabar conmigo si a él se le antojaba.

Cuando me ponía nerviosa me ponía a hablar atropelladamente ¿cuándo superaría esas cosas? No interrumpía mis palabras, así me que ponía aún más nerviosa, entrelacé mis manos con fuerza mientras le miraba. No quiso la sangre de vaca, yo me reí, era obvio que negaría la oferta, no era plato de buen gusto, lo sabía bien.

Me sorprendió que dijese que estaba casado con una humana, intenté que no se notara en mi rostro la sorpresa que eso me provocó, ¿pero qué iba a decirle yo? Yo no sabía nada sobre él, no era quién para juzgarlo.

- Bueno, una de mis aficiones favoritas es ser un vampiro – eso me provocó risa. –A mi también me gusta viajar, aunque no siempre puedo hacerlo, lo que hago me gusta y mantiene mi mente ocupada. Por otra parte me gusta disfrutar de lo que te da la noche en general.- Yo asentí al oír lo que me decía, no eran muchos datos, pero poco a poco parecía abrirse ante la
desconocida que yo debía ser, lo suyo habría sido invitarle a algo, como hacen los humanos, pero es que era imposible.

- Así que os gusta ser vampiro ¿eh? – eso era lo que me dio a entender, no me parecía mal, yo aún era joven así que también me gustaba este estilo de vida, quizá en un futuro cambie mi opinión, pero de momento vivía mi vida deteniéndome en los detalles que cuando era humana no podía. - ¿Qué tipo de negocio lleváis? Parece que os entretiene, por lo que decís. – cerré mis ojos unos segundos.
– Sí, la noche depara tantas cosas, ¿quién nos iba a decir que estaríamos aquí y ahora usted y yo? – terminé por reírme de lo que dije. Era bastante atractivo el señor Rousseau, pero aparte los ojos rápidamente de él para posarlos en mi gato que avanzaba por el salón con una soltura envidiable, qué amor de gato, se subió en mi regazo, le acaricié lentamente. – Querido Dante. – le susurré. Me distraje con el gato unos momentos.
- ¿Tiene usted animales de compañía?

Fábrica textil, a mi ese tema me interesaba, siempre me quedaba mirando las alfombras y tapices de los mercados con una inusual curiosidad, bueno quizá aparte de eso el señor Rousseau hacía más cosas no lo sabía, yo siempre hacía suposiciones. ¡Ay! También el arte de la costura… bueno aunque quizá eso no tuviera que ver, pero en aquellos momento pensé en ese tipo de cosas, mientras acariciaba a mi felino.
"Jugar con los humanos", yo sonreí y apunto estuve de reírme, a saber qué haría este vampiro con ellos ¿es que los engañaba? Bueno habló la menos indicada para hablar de ese asunto. Yo seguí sosteniendo su mirada.

Asentí al oír su comentario sobre mí querido, queridísimo Dante.

- ¿Ah no? A mí eso no me pasa, aunque bueno será porque quizá están acostumbrados a mí, pero algo me dice que saben que no somos…humanos. – comenté levantando delicadamente la carita de mi gato.

Quería que le contase algo de mí. Sopesé el qué contarle, tampoco era plan que me abriera totalmente, pero cortésmente le respondería.

- ¿De mí? Pues no hay mucho que contar… - Dije con un movimiento de la mano quitando importancia al asunto. Me costaba bastante responder, no era el tipo de mujer que habla sobre ella, es más, lo que más me gusta hacer es preguntar, saber sobre el otro si es de mi interés. – Tengo una vida bastante sosegada, estos muros calman la bestia que llevo dentro… - ¿desde cuándo me había considera una bestia? No sé ni por qué lo dije, pero debía ser verdad, una verdad que está en todo vampiro que se precie.
– Viendo como pasan los años, pero ya ve, no lo llevo tan mal. – dije sonriendo.

Ahora me daba cuenta que no quería estar sentada, cogí al gato en brazo para levantarme y lo acuné entre mis brazos. Miré al señor Rousseau desde esa posición.

- ¿Cómo se llama vuestra mujer? – Dios ¡era de curiosa! No me podría callar, ¡no! De mi boca salió una carcajada. – Perdón, perdón. – dije meneando la cabeza. – Es que sinceramente, lo que habéis contado sobre que estáis casado con una mortal, me llena de curiosidad, siendo como fuere.

Seguí riéndome dando la espalda al caballero, con el gato en mis brazos, era lo más parecido a un hijo, uno de muchos que rondaban por el castillo.

Escuché todo lo que dijo mientras acariciaba a mi gato ¿iba a juzgarlo, de verdad iba a hacerlo? Decidí exteriorizar mis pensamientos, para así al oírlos yo misma sacase algo en claro.

- No se crea, no me retengo, vivo la vida que me ha tocado vivir, únicamente que en este castillo me siento más humana, más afín a lo terrenal, por decirlo de alguna manera. – expliqué mientras andaba por el salón y me paraba observando las cosas que había en él, intentaba tenerlo todo lo más limpio posible, pero eso a mis ojos era imposible.
– A veces es bueno sentir esa inquietante soledad que te dan los recuerdos. – dejé al gato sobre uno de los muebles, y me apoyé sobre éste cruzando los brazos.

- Respecto a lo que ha dicho sobre su mujer Victoria, vaya, ¿qué decir? matasteis a su marido…- dije levantado una ceja, imaginarme la situación me ponía ¿mal cuerpo? – en cierto modo me recuerda a mi historia, aunque solo por pequeños matices.- sentí cierto dolor al recordarlo, esas imágenes a pesar de los años y que quedó en mi pasado mortal no se me borraban, y pasarían décadas hasta que eso pasase. – Fuisteis bastante cruel señor Rousseau. – dije sin mostrar condescendencia mientras alcé la cabeza hacia el techo para ver la lámpara de cristales que colgaba en lo alto.
– Pero bueno, no seré yo el verdugo que os juzgue, yo tampoco soy precisamente una santa. – dije sonriendo con malicia, justifiqué mi reacción al hecho de que soy mujer, y me sentía herida cuando se aprovechaban de nosotras, no sé, me hería el orgullo, pero tampoco conocía bastante al vampiro para ponerme como una fiera con él, sonreí ante la idea, siempre tan elocuente.

- ¿Historia? Tengo. Una pobre muchacha nacida en una poderosa y artística familia de Francia. Una pobre – di más énfasis a ese “Pobre” dándole un toque cómico que me hizo sonreír. – que como vuestra mujer, fue seducida por un ser como usted y como yo, por las mismas razones que tuvisteis vos, pero claro yo no estaba casada, por suerte. – de mi boca salió una carcajada ¿qué pretendía? ¿atormentarlo? ¿Qué sintiese un poco de remordimiento?
– No penséis que soy rencorosa, es que a veces me hierve la sangre, y no puedo evitarlo. – Sí, era rencorosa mucho. – Pero bueno, aquí estoy, dedicando mi vida al arte, y a todo lo que le rodeé. – suspiré cogiendo una figurilla que tenía Bastet, tallada en una piedra preciosa, la sonreí, pensé en el desierto, en lo maravilloso que era observar las pirámides y demás monumentos a la luz de la luna.

- Os toca a usted, habladme de vuestra historia, o lo que me pueda decir sobre ella.

-Mentiría si dijese que la entiendo. ¿Qué fue del vampiro que la convirtió? Si no le supone un problema contestarme…- Entendí que no me entendiese, era bastante complicado lo que yo tenía en la cabeza, para explicarlo con meras palabras.
Recordé a mi creador un segundo, dejando la mirada totalmente vacía, estaba claro que al ser el primero, el primero de tantos, nunca podría alejarse de mí. Yo aguardé responder, para escuchar su breve historia, por lo que dijo, se puede resumir fácilmente una historia con tres frases, eso es verdad.

-¿Os convirtió sin más? ¿No cree que quizá os estuvo siguiendo antes de convertiros? Mmmh- Como siempre intenté buscarle una razón lógica mientras me acercaba a la ventana,apoyé mi cabeza allí, pensativa. – Aquella vampira seguro que tuvo una razón para convertiros… me resulta imposible concebir que tras hacerlo, os dejase solo. – Sí, a mí me había abandonado, pero sabía que debía haber una razón de peso, no podía pensar que aquel caballero de cabellos rubios me dejó sin más, pero ya daba igual.

- ¿Quién los entiende? – dije negando con la cabeza. - ¿Que qué fue del vampiro que me convirtió? – pregunté pasando la yema de los dedos por el cristal, qué imagen más nostálgica.
– No lo sé, pregúntaselo a él. No he tenido la suerte de saber su paradero, pero imagino que seguirá vivo... todas las historias que me contaba resultaban ser ciertas.

Di unos golpes en el cristal levemente, luego bajé la mano y abrí la ventana, las hojas secas de los árboles entraron en el salón. Me apoyé en la barandilla mirando al señor Rousseau.
– Ya ve, tengo cierto parecido con lo que os pasó a vos, y…también a su mujer,- sonreí con amargura- pero aún así sigo aquí, como siempre. La soledad como muchos de nosotros, es mí compañera inseparable.
Me quedé unos momentos en silencio.

- Pero ya basta de hablar de mí. – dije cambiando de tema, mi rostro volvió a su estado natural, a convertirse en la pétrea mascara tan común en nuestra naturaleza. - ¿De qué año sois? – me reí porque parecía que me refería a una cosa, pero en este caso no podía preguntarlo de otra manera, o tampoco quise hacerlo. – porque noto vuestra antigüedad. En cuanto a mí, se podría decir que tengo un par de décadas, no es mucho. – dije sonriéndole divertida.

Le entendí a la perfección, pero a quien no entendía a era a aquel ser que le convirtió ¿qué razones te llevan a abandonar a algo que has creado, venganza, desesperación, ira?

-La soledad es algo inevitable para quien no puede morir y terminar…
Si quieres seguir viviendo, así es, a mi por lo menos me sería fácil terminar, pero eso no estaba en mis planes, no tenía una razón lo suficientemente valida para hacerlo, tenía tanto que ver, tantos lugares que visitar, que la idea de morir me aterraba, aunque si pasaba me lo tendría merecido.
A mi pregunta indiscreta o no, respondió que era del 1331, entre la baja edad media y el Renacimiento, que curioso. Sí era admirable, me quedé mirándole intentando encontrar algo de aquella época en el.

- ¿Qué decir? – exclamé como queriendo dar más importancia a sus años que a los míos. - Soy del 1886. – dije llevándome la mano a la boca para tapar la sonrisa que se me había escapado, qué tímida llegaba a ser. – Así que si os dais cuenta me lleváis una gran ventaja.

De nuevo escuché a Roger arrastrando los pies por el suelo “no podrá estarse quieto” pensé con cariño. - ¡Roger! – dije elevando la voz para que sus mortales oídos me escuchasen. Se asomó por el umbral de la puerta.
- Mi señora.- dijo con voz cansada, pobre Roger, tanta vida de servidumbre, yo siempre le había dicho que era libre de hacer lo que quisiese, y lo que quería era estar conmigo, aunque mi estancia en el castillo era ocasional.
- Mire el señor Rousseau es del ¡1331!- dije con una amplia sonrisa, me acerqué al mayordomo, pero sin tocarle. - ¿No te parece asombroso? – la idea me entusiasmaba, sí.
- No quepo en mí del gozo.- dijo sarcásticamente, yo me reí al acto, era tan gracioso mi querido mayordomo, había aprendido tanto de él a lo largo de todos estos años. Roger no pudo evitar sonreír.
– Puedes irte a la cama querido, no requiero de tus servicios. – No solía pedirle muchas cosas dado su edad, pero él era muy generoso conmigo desde siempre, hizo una pequeña reverencia mirando al invitado y a mí, y dejó el lugar. Me quedé escuchando los pasos del anciano, con la vista fija en el marco de la puerta.

- Lo mío con Roger no es piedad, creo que es egoísmo. – le confesé al señor Rousseau. Volví la cabeza para mirarlo con una nueva sonrisa, di unos pasos hacia el invitado, extendí mi mano y le insté a levantarse.
– Vayamos fuera, quiero enseñarle mi jardín, además de que me gustan las noches de otoño son tan románticas. - ¿estaba risueña? Juraría que sí. Avancé por el pasillo para llegar a la puerta principal, la abrí y dejé mi mano en el pomo.

- ¿Qué tipo de piezas hacéis en vuestro negocio? No voy a negarlo, me pirran las alfombras y los telares, hay algo en ellos que me atrae, quizá podamos negociar. – comenté, hacia tiempo que no compraba algo textil, y me entraron las ganas de repente.

-Bueno, principalmente nos ocupamos de crear materia prima que después se utilizará para hacer otro tipo de objetos, básicamente lo que hacemos son las telas base. No hacemos alfombras la verdad. También trabajo con las mejores sedas llegadas de Las Indias y Asia para confeccionar artículos de lujo.

Abrí mi boca, por lo último que dijo, las sedas me gustan, ya lo creo que me gustan.
Di unos pasos hacia delante, una buena noche, corría cierto aire.
Ambos bajamos los escalones y lo dirigí hasta llegar al jardín, ¡ay mi jardín! era enorme para llamarse así, pero me gustaba pecar de humildad, aunque mi jardín ¡Dios! El paraíso en un cacho de tierra. Me eché a reír ahí mismo.

- Las telas base…- dije intentando recuperar la compostura de antes. Acaricié con una de mis manos una lavanda que allí había crecido, sí, me gustaba elcolor que tenía, a veces recurría a ella para ciertos cuadros que había pintado. - ¿Cómo? ¿Qué no hacéis alfombras de verdad? ¡Ah! – dije negando con la cabeza. – Ya me había hecho ilusiones. – comenté sonriendo, aunque sí, me había decepcionado un poco. – Pero bueno, veo futuro en vuestro negocio, no cabe duda que os va magníficamente bien. – Eso lo supuse por el atuendo que llevaba, no por nada en especial. – Aún así, me gustaría ver lo que hacéis. - ¿era cabezona? Sí, lo era, con esas cosas lo era mucho.

Había una gran fuente en medio del jardín, de la parte más cercana, porque a lo lejos está mi querido laberinto, que por cierto todavía no había mandado podar por dejadez.
Si os hacéis una idea de los jardines de Versalles, así era mi pequeño paraíso, aunque claro ¿dónde está mi modestia? Como los jardines de Versalles ninguno.

- Me gusta tener esculturas de bronce y de mármol, allí por dónde voy compro algún ejemplar. – Cuán orgullosa me sentía, no se puede hacer uno una idea.- Los que más me gustan son las replicas griegas, romanas, y neoclásicas, como podrá ver. – dije señalando algunas de las replicas, y otras no lo eran tanto, muchas veces me he pillado los dedos por conseguir algunas, pero es que la razón lo requería, las deseaba.

- Por allí están los árboles frutales…- dije señalando a la izquierda. – Me gusta pasear entre ellos para olerlos. – Porque otra cosa no podía hacer.
- Dígame ¿cómo es vuestra casa? Para hacerme una idea. - ¿Qué? Me interesaba. Se aprende mucho de una persona viendo dónde vive.

Sabía que todo jardín poseía su encanto particular.
- Visitarlo sería una idea interesante, realmente entretenido, tendríamos que abandonar mi castillo, asi que…- me quedé unos segundos pensando sobre la idea, con las manos sobre mis caderas. – De acuerdo, aquí no hay mucho que hacer, espéreme aquí, voy a traer unos caballos.-
Desparecí ante sus ojos para dirigirme al establo, saqué dos de mis grandes corceles, uno mi querido Roldán, completamente negro y el otro era Ícaro, de un color castaño oscuro, eran preciosos ambos, me subí en mi montura, y galopé hacia donde se encontraba el señor Rousseau, con Ícaro tras nuestro. Ciertamente no tardé mucho en llegar, me quedé delante del vampiro.

- Aquí estoy. Puede cabalgar a Ícaro, no se preocupe por vuestra antipatía hacia el mundo animal, está acostumbrado a seres como nosotros.- explique sonriendo cordialmente.

Roldán tenía ganas de correr, lo pude notar por su nerviosismo, y a mí me encantaba abandonarme junto a él, era una unión tan natural, me apasionaba esa sensacion.
- ¿Me muestra el camino?- le pregunté arqueando una ceja.


Off: xD Por lo que abandonamos la mia casa, y abrimos uno nuevo en tu casita jajajaja