Intentando pasarlo bien en el baile (Leonardo)

Odiaba aquella noche. Me gustaba bailar, sí, no podía negarlo. Tal era mi devoción por ello que no me importaba ir al salón de baile con zapatos de tacón, un corsé tan ajustado que apenas podía respirar y un vestido demasiado pomposo para poder llevarlo puesto, pero mi padre me permitió ponerme un vestido menos ostentoso y llamativo, me había regalado uno más cómodo porque me conocía bien y quería reconfortarme por lo que me había hecho. ¿Qué era? Había vuelto a concertar otro evento sin mi consentimiento, me iba a llevar al baile con Albert Dupont.

Y allí estaba, mi padre me había dejado sola con ese desagradable hombre. Acabábamos de llegar y ya estaba casi borracho. Me había tomado por la cintura y me echaba su asqueroso aliento en la cara diciéndome que bailara con él.

- No, no quiero bailar con vos.-dije sin ocultar mi desprecio mientras intentaba soltarme.

- Vamos, ¿Por qué sois siempre tan estrecha?

- Dejadme en paz o hablaré con mi padre.-lo amenacé. Él sólo se rió e intentó besarme.- ¡He dicho que me dejéis!-grité asqueada intentando resistirme.

Qué difícil era librarse de él, era como un pulpo, sobre todo cuando estaba ebrio.

- ¡Os hiede el aliento!-me quejé poniendo aquello como excusa para que me dejara en paz.

- ¡Nunca me dejais otra opción que tomaros por la fuerza!

Quizá lo mejor que podía hacer era dejar que todos los invitados vieran cómo era Albert Dupont en realidad, pero no quería armar un escándalo y tampoco iba a permitir que me manoseara. Así, cuando me dio la vuelta para olerme el cabello, aproveché y le di en la pierna con el tacón de uno de mis zapatos, al final aquellos incómodos zapatos servían para algo.

Me separé de él pero justo cuando me iba a ir de allí me agarró del pelo para volver a atraerme hacia él y susurrarme al oído:

- Sabes que eso no ha estado bien, ya hablaré con tu padre.-y, tras esto, se fue dejándome sola, lo que yo más deseaba. Suspiré y me fui a sentar en algún banco del gran salón. Ahora se me había hecho un nudo en el estómago y mis ganas de bailar se habían esfumado, quería irme de allí.

Veía cómo Albert flirteaba con unas niñas prácticamente, eran más jóvenes que yo... Y yo tenía que llevarme una bronca de mi padre por su culpa mientras él se codeaba con las demás chicas porque yo no lo quería. Aquellas niñas miraban hacia mí y se reían, fruncí el ceño, molesta.

Incluso aquel vestido era algo incómodo para mí, aunque al menos no tenía cancán y podía sentarme con facilidad. Estiré las piernas sin ningún pudor para descansar los pies.

Un hombre bastante elegante, que llevaba una copa en la mano, se sentó a mi lado. Vaya, pensaba quitarme los zapatos pero en su presencia no sería de buena educación descalzarse. Suspiré y me dispuse a contestarle.

- Buenas noches, monsieur.-dije amablemente.- Si le soy sincera, desearía salir de aquí.-respondí.

Desearía estar leyendo en casa.-pensé.

¿Quería bailar conmigo? ¿Por qué? Si no nos conocíamos... O quizá sí y no lo recordaba. El caso era que no podía evitar sentirme halagada porque nadie me había invitado a bailar a no ser que fuese por compromiso o por los asquerosos instintos de Albert Dupont, que ahora seguía flirteando con unas chiquillas. No pude evitar poner una mueca de asco, pero me seguía sintiendo bien junto a aquel caballero ¿Sería él...? No, no, Alice, desesperación no, por favor.

- Oh...-murmuré solamente. ¿Podría fiarme de él? Acababa de conocerlo y no sabía ni cómo se llamaba. Me levanté de mi asiento y me posicioné frente a él en un movimiento casi imperceptible para hacer una inclinación de cabeza.- Sería un placer acompañarle al jardín si usted me dijese su nombre.

Dejé que tomara mi mano y me ruboricé cuando la besó con semejante delicadeza. Sin embargo no sonreí, seguramente aquella cortesía era eso, simple cortesía. La sociedad de aquellos tiempos no era sincera, decían o hacían cualquier cosa para quedar bien ante la gente, al menos era mi experiencia, lo que yo pensaba sobre eso. Pero yo no iba a ser maleducada.

- Alice Ry... Alice Bessette, monsieur Rousseau.-dije trabando un poco las palabras.

''Alice, por favor, tienes que olvidar tu apellido real o pondrás todo en evidencia''-me dije a mí misma. El caballero me ofreció su brazo y yo me levanté y lo tomé con cuidado para después acompañarlo al jardín. Observé el cielo mientras me frotaba un poco los brazos por el frío, aquel chal no servía para nada, sólo para incomodarme.

- Adoro la luna cuando está llena.-comenté en voz alta, aún contemplando el pequeño satélite.

Podría haberme fijado en la arquitectura del jardín pero lo que el universo aguardaba me interesaba más. Pensar en todo aquello exterior me asustaba al tiempo que me atraía, y esto último comenzaba a pasarme con Leonardo Rousseau.

''Vamos, vamos, Alice, deja de ser tan enamoradiza, un día no te servirá de nada''

- Gracias, monsieur.-le respondí a su ''halago''. Después comentó su preferencia por la luna en cuarto menguante y escuché algo muy bajo, o eso me pareció. Pero no le di mucha importancia y me centré en poner cualquier excusa para no entrar en el salón de nuevo.- No, no, prefiero quedarme aquí.-dije presurosamente, por nada del mundo quería volver a ver a Albert Dupont haciendo lo que nadie -salvo yo- sabía que hacía.- ¿Por qué os gusta la luna en su fase menguante?-pregunté, dejando de tratarlo de usted sin darme cuenta.

No pude evitar enarcar una ceja ante su respuesta, no quería ser antipática, desagradable o descortés porque sabía que era como una especie de metáfora lo que él había dicho pero yo no creía que la Luna pudiese burlarse de nosotros, realmente yo no creía en nada más allá de Dios, el cielo, el infierno y el limbo.

- Me gusta cómo habláis,-dije, y el comentario era sincero.- cómo os expresáis.-hice una pausa, pensando en cómo responder a su pregunta mientras miraba de forma distraída las hermosas flores que parecían dormir bajo el manto de la noche y las esculturas a nuestro lado, que daban un aspecto sombrío y lúgubre, como si nos acecharan tramando algo contra nosotros.- Adoro leer y pasear entre la naturaleza, como ahora. Aunque agradezco vuestra compañía, si os soy sincera, esas estatuas me ponen nerviosa.

El señor Rousseau se rió y me sentí un poco avergonzada, sobre todo por su comentario posterior. Sabía que eran seres inertes pero me daban miedo, era como si algo se ocultase tras ellas, acechando para atacar en cualquier momento. Yo podía creer en casi cualquier cosa. Iba a responderle lo que acababa de pensar en aquel instante pero justo al abrir la boca él me hizo una pregunta. Volví a cerrarla y me sumergí en mis pensamientos de nuevo.

¿Cuál era mi escritor favorito? Qué encrucijada... No sabía que decirle, nunca había pensado en cuál era mi escritor favorito pero la respuesta vino a mí como un chispazo. Asentí para mí misma y me mostré dispuesta a contestarle.

- No tengo ningún escritor favorito, no leo un libro por su autor sino por su contenido, por lo que trae dentro, por lo que expresa.-respondí finalmente.

Aquella persona conseguía dejarme sin palabras constantemente, haciéndome pensar más de la cuenta, pero me gustaba reflexionar más sobre las cosas. Él tenía pensamientos más profundos sobre todo, parecía mayor de lo que aparentaba ser físicamente. Yo solía ser más o menos de esa manera, andaba más centrada, hasta que concertaron mi matrimonio por cuestión de negocios y toda mi atención se fue a buscar a alguien que me sacara de ese gran inconveniente.

Seguimos paseando hasta llegar a una especie de laberinto, entonces me detuve y lo miré.

- Creo que deberíamos dar la vuelta, podríamos perdernos, monsieur.-advertí, aunque mamá me enseñó que si me perdía en un laberinto sólo tenía que andar sin quitar mi mano de la pared.

Su explicación parecía convincente, pero lo suficiente para mí, aunque su sonrisa hacía mella en mi mente. En cualquier otra situación habría decidido volver a la fiesta y ni siquiera me habría alejado tanto del lugar con un hombre al que acababa de conocer, pero no quería estar cerca de Albert Dupont por lo que decidí seguir adelante y dejarme llevar, de igual modo estaba cómoda junto a aquel "desconocido". Asentí con la cabeza.

- De acuerdo, monsieur Rousseau, pero no entiendo por qué vamos a entrar ahí.-dije siguiéndole el paso, todavía sin soltar su brazo. No veía necesario tener que entrar en un laberinto en el que, a pesar de sus argumentos, podríamos perdernos.

''Déjalo ya''-me dijo una voz en mi cabeza.
''No puedo evitarlo, tiene una sonrisa muy hermosa...''-me respondí a mí misma. Luego le devolví la sonrisa a Leonardo y asentí con la cabeza mirando hacia el lugar al que se refería cuando había optado por seguir paseando en otra dirección distinta al laberinto.

- Me parece mejor idea.-concedí sin perder mi sonrisa. Seguimos caminando entonces por un nuevo camino mientras permanecíamos hablando, quería conocerme más y yo también a él.

''¿Será éste el indicado para sacarme del matrimonio concertado?''-pensé.
''Olvídate y deja de decir tonterías, Alice, no te va a caer del cielo y, probablemente, no la vas a encontrar''-ese pensamiento me desesperó un tanto pero decidí apartarlo de mi mente para responderle a Leonardo.

- De Lyon, Monsieur.-mentí.

Si de algo estaba segura era de que Leonardo Rousseau era un chico muy inteligente y de que me dejaba sin palabras a cada rato. Me sentía estúpida hablando con él, y muy incómoda por ello. Había leído muchos libros y estudiado mucho pero no socializaba demasiado, no hablaba con las personas, así que llevar los conocimientos a la práctica no era tan fácil.

- Siento no poder seguirle, pero mis conocimientos no van hasta ese punto, de ese tipo de cosas se encarga mi padre.-contesté para salir del bache en el que me había metido sin querer.

Seguíamos andando por el bonito jardín hasta que llegamos a una especie de plazoleta pequeña, por llamarla así, rodeada de bancos con una fuente en el centro. Asentí con la cabeza a la propuesta de Leonardo y después le di una respuesta verbal.

- Claro, me están haciendo daño los zapatos.-contesté sentándome en uno de los bancos.- ¿Le importa si me descalzo? De verdad lo necesito.

No solía ser muy observadora, al contrario, era muy despistada, pero cuando estaba con las personas solía concentrarme mucho en la conversación o en lo que fuese que podría servirme para luego no estar avergonzada por, por ejemplo, no saber qué responder, como me pasaba con Leonardo constantemente, por eso con él mi atención se había incrementado el doble de lo normal, por eso me di cuenta de que había dejado de tratarme de usted. Eso me agradaba, me hacía pensar que había más confianza entre aquel señor... Bueno, mejor dicho, entre aquel muchacho y yo.

Ya llevaba mis manos hasta mis pies cuando él se ofreció a ayudarme a quitarme los zapatos y me lo pensé durante un momento. Si se lo permitía me ruborizaría pero me sentiría a gusto y si, por el contrario, no le dejaba, me sentiría como una estrecha y además sonaría como una descortesía.

- Claro, monsieur.-respondí apartándome un poco.- Se ven incómodos y lo son más de lo que parecen, como todos los que debemos llevar las señoritas. La ropa femenina es muy incómoda.-comenté. Me sentía a gusto con él después de todo.- No tenéis por qué guardar tanto las formas conmigo, estoy harta de tanto de protocolo.-le dije con sinceridad.